—Bueno, ¿qué? ¿Cómo la está pasando entre nosotros?
—No puedo decir que mal. Hasta he hecho amigos entre mis compañeros de calabozo. Lo que no se me quita es la marca que me ha quedado en las muñecas.
—No lo tome a mal. Ese muchacho que lo detuvo es de pocas palabras, pero es el único alumno de la Escuela Superior del Minint que tiene una maestría en Esposas.
—Cualquiera pensaría que la maestría en Esposas la ostenta el mastodonte que me custodiaba. No hacía más que amenazarme con que si mi mujer esto o mi mujer lo otro.
—Perdónelo. Debe revalorizar en estos días la asignatura de Inteligencia Artificial.
—Injusto. La domina a plenitud.
—Pero en la escuela elemental que cursa se le pide que la ejercite.
—Es lo único que hace.
—A ver, que lo he llamado para que me diga si se ha violado algún derecho en el trato que le hemos brindado en la Unidad.
—El de detenerme cada vez que les da la gana lo cumplen bien, pero no sé si se refiere a los míos.
—Los tiene todos. De hecho, ya cumplió uno que se ha hecho de rigor cada vez que lo traemos con nosotros: el de no firmar el acta de advertencia. Ya hay policías acomplejados preguntando si a usted lo reprimen o se casa cada vez que busco dos testigos para hacer constar su negativa. Pero claro que puede hacerlo, lea la pancarta que está en la pared: «Deberes y derechos de los detenidos».
—…Interesante si ustedes dieran tiempo a consultarla a nuestro arribo. Pero si me pregunta cuál derecho quisiera ejercer en este instante, es el de «Estar informado, a través de la radio y los periódicos, sobre el acontecer nacional e internacional».
—No faltaba más. ¿Usted Vef aquel radio? Es viejo, pero todavía funciona, lo pongo a cada rato, así que pregunte sin pena alguna.
—Buenos que salieron esos armatostes soviéticos…
—Excelente pie para brindarle la primera noticia: dice Raúl Antonio Capote (quien, por cierto, procede de nuestras filas), en