Este es un texto de 2016. Valía el CUC, y ya estábamos tocando fondo, pero no tanto. Hay quien se ha encargado de que profundicemos. Espero que me traten con la confianza de siempre y me regalen los cinco minutos que demora leerlo.
Hace un par de días llamaron a mi puerta. Cuando abrí, me encontré a un hombre desgarbado, cubierto de sudor, con toda la apariencia del que se está buscando la vida a espaldas de la ley. Vivo en Lawton, cada vez que puedo lo digo. En cuanto se instaure el Premio Nacional al Mercado Negro, Lawton es serio candidato. Por eso, la escena de responder al timbre, abrir y toparse con alguien que vende algo, para mí es un eterno déjà vu. Cuando estas situaciones se te instalan en la vida, puedo jurar que se adquiere un sexto (o séptimo) sentido, que habría que estudiarlo, pero tiene que ver con el desarrollo del área del cerebro que se ocupa de distinguir entre un timo y una buena oportunidad financiera (una ganga, vaya).
La primera señal que disparó mis alarmas fue que el vendedor, a quien puedo jurar que veía en ese instante por vez primera, me dijo que me traía pescado «mejor que el de la otra vez». Agregó la palabra «palgo» mientras adelantaba hacia mí un espléndido paquete al que le calculé a ojo unas 4 o 5 libras. El aspecto del sobre era inversamente proporcional al de su portador. Lucía bien;