La IV conferencia «Nación y Emigración» concluyó en la Habana el domingo 19 de noviembre tras dos intensos días de diálogo. Los 371 invitados debatieron con un grupo importante de intelectuales y funcionarios del gobierno, con la presencia permanente de figuras de primer rango del gobierno cubano y el Partido Comunista, incluido el presidente Miguel Diaz-Canel.
Al concluir el evento, los participantes rindieron homenaje a José Martí, el imán del patriotismo, la ética de justicia social y cubanía, donde se encuentran todos los cubanos de buena voluntad. El evento se dividió en cuatro paneles, además de la inauguración y la clausura. Incluyó como parte de su narrativa de continuidad, un homenaje a un grupo de los participantes en el diálogo de 1978 entre el gobierno de Cuba y prominentes emigrados de entonces.
***
A medio camino de la administración Biden en Estados Unidos, se da esta reunión entre el gobierno de la Isla y un número significativo de emigrados cubanos por el mundo. Una masa crítica de cubanos residentes en Estados Unidos como en otros 70 países, ratificó la voluntad de acompañar, tanto los procesos de reforma y apertura planteados por el Estado cubano, como un camino de distensión, diálogo y desmantelamiento de las sanciones contra el pueblo de Cuba. Si el presidente Biden se decide a comportarse con Cuba como un «hombre crecido» —en palabras de Henry Kissinger— «no una comadreja»; hay emigrados cubanos que lo acompañaran en el camino de Obama, y Jimmy Carter, a construir puentes, y derribar muros.
Apenas por enviar esas señales nada más, valió la pena ir y dialogar cualquiera que fuesen las limitaciones. Con todos los defectos que se le puede señalar a la conferencia y sus organizadores, el diálogo y la distensión más incompletos son alternativas óptimas frente a los enclochados en la perfecta hostilidad.
El espectro político de los invitados abarcó desde los grupos de solidaridad con la Revolución dentro de la emigración cubana —con títulos como Asociación de Emigrados «Desembarco del Granma» en Bilbao hasta el Cuba Study Group, partidario abierto de un cambio de sistema político en el país, a través de una distensión con Estados Unidos.
En términos de representación geográfica, hubo un conjunto grande de cubano-estadounidenses, con cerca de la mitad procedente de Miami —según un estimado muy arbitrario de este autor— y el resto de otras partes de Estados Unidos. Hubo también una gran representación de otros lugares del mundo. Esto último es importante porque en conflictos asimétricos, como lo demostró la estrategia torrijista para recuperar el canal de Panamá, la parte pequeña gana al internacionalizar el conflicto, e involucrar la opinión de otros, incluyendo los emigrados, como cuestión de orden y derecho internacional.
La conferencia no partió desde una concepción litigante por ninguna de las partes involucradas. Hubo posiciones diversas y hasta contrapuestas, con emigrados y funcionarios coincidiendo y disintiendo según temas, experiencias y posiciones. No faltaron discusiones álgidas ni asuntos controversiales, pero la idea que alentó a los participantes fue de unidad patriótica martiana.
Desde una base de cubanidad, entendida como orgullo de ser cubano culturalmente, se proclamó una voluntad de cubanía, en la cual predomina la conciencia de comunidad política nacional soberana amenazada en el momento actual por el bloqueo estadounidense.
Patriota es todo el que defiende la soberanía, independencia y bienestar de su patria, tal y como lo establece el derecho internacional contemporaneo, «no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas». No se trató de un patriotismo de exclusión. Un gran educador dijo que salió de Cuba con el título de «no confiable» impuesto desde la ideología pero que era, es y sería siempre «cubano y solo cubano» sin menoscabar un ápice la soberanía de Cuba ni causar jamás el menor daño a su pueblo. Otros argumentamos tener múltiples identidades que no son excluyentes sino complementarias, respecto a nuestras patrias de origen y de adopción. Nadie nos lo recriminó.
Ni los emigrados participantes, ni los funcionarios del gobierno pretendieron que se tratara de una representación de todo el espectro nacional de opiniones sobre Cuba, su sistema político o sus relaciones con el mundo. Se dijo a las claras, que era una reunión del gobierno con emigrados patriotas, y ese es el «con todos y para el bien de todos». Seguro que hay espacios para más inclusión y de eso se debatió en la conferencia, pero nadie allí lamentó la ausencia de plattistas. En lo personal, creo que, aunque todavía queda mucho por andar, se entiende mejor la diferencia entre oposición leal y apostasía.
Las sesiones formales fueron importantes pues en ellas las autoridades informaron del estado del país y sus visiones oficiales. Desafortunadamente lo que siguió a las presentaciones oficiales —me dicen que ha sido así en los diálogos anteriores y que las quejas contra ese formato se han hecho reiteradamente por varios emigrados, sin ser escuchados por las autoridades—, no fue una discusión en talleres o en comisiones sino un diálogo en plenario donde los emigrados expusimos opiniones, criticas o sentimientos. Los representantes oficiales aclararon dudas, precisaron datos o los cambios propuestos o en discusión.
Desde mi observación participante, alertaría que la agenda discutida rebasó los temas abordados en el plenario. El diálog