“Cada vecinería debía hacer sus propios patronatos para pinchar a las autoridades, adormecidas por licores espesos, a realizar sobre todo cuando en muchos edificios lo que no se haga por esta generación motivará que desaparezcan y que sus ruinas sean un índice que señalen esqueletos y estupideces”, decía Lezama en una de sus crónicas sobre La Habana, publicadas entre 1949 y 1950.
¿Qué diría el autor de Paradiso del rostro actual de su ciudad? Cuando él partió, hace cuarenta y siete años, todavía no era esta ruina que habitamos hoy, la parte más antigua se restauraba, los cines y las librerías aún estaban en pie, y La Bodeguita era real, no esa postal folclórica que pervive a mitad de la calle Empedrado.
Pero casi nadie quiere oír hablar de ruinas, cadáveres insepultos y esqueletos revestidos o vueltos polvo, porque la realidad es demasiado tétrica para nombrarla, pa´llá pa´llá, siá cará, “espíritu burlón aléjate de mí”, decía la orquesta Aragón hace una buena cantidad de años.
Un tono burlón también afloraba en el ritmo de Juan Formel y sus Van Van hace más de veinte años, cuando advertía, “con cuidado mis parientes que La Habana no aguanta más”, refiriéndose a la urgencia de viviendas para la población ante la migración que recalaba en la capital desde todos los sitios del país. La migración actual es hacia afuera, acá se quedan las casas y los perros que deambulan entre los basurales.
Entre la fascinación, las lisonjas, la nostalgia, la broma y la amargura, la evocación de la ciudad capital ha desfilado por las voces de cantores, narradores y poetas, nacidos en su suelo, llegados de otros parajes del archipiélago, o incluso desde más allá de sus fronteras.
A partir del siglo xix la imagen de La Haba