AREQUIPA, Perú.- Villa Mantilla, Villa Cándida, La Granja, La Kampiña, Cancán, Almendra… eran reconocidas posadas en la Cuba del pasado siglo; concepto que iba más allá de ser simplemente un lugar que ofrecía alojamiento y comida. Las posadas era un espacio peculiar donde las parejas encontraban una alternativa para momentos de intimidad, limitados a tres horas por un precio previamente establecido.
Según relatos, el pionero de este tipo de servicios en Cuba fue Carabanchel, situado en la esquina de las calles San Miguel y Consulado, en La Habana, a finales del siglo XIX. Este edificio de tres pisos contaba con 22 habitaciones y apartamentos, cada uno con su entrada independiente desde la calle.
El Carabanchel introdujo un peculiar ritual; después de tres horas, el posadero indicaba discretamente el fin del tiempo mediante golpes en la puerta, y si la pareja decidía extender su estancia, debía abonar la diferencia al final del día.
Aunque había posadas para diferentes presupuestos, desde la popular de 11 esquina a 24, en El Vedado, preferida por estudiantes, hasta lugares más exclusivos, todas compartían otro procedimiento común: era el hombre quien, por regla general, se encargaba de los trámites en la carpeta mientras la mujer aguardaba al fondo del salón.
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