El paseo marítimo flotante de La Habana, ubicado frente a la Alameda de Paula, en la Avenida del Puerto, fue inaugurado en el año 2014. Recuerdo la imagen del puente repleto de personas en aquellas fechas; un escenario diverso con un punto en común: el lugar era perfecto para salir a despejar un poco. Las parejas enamoradas lo frecuentaban constantemente; todavía queda algún candado como testigo de tantas escenas románticas. Lo visitaban familias enteras. Los niños corrían de un lado a otro. Grupos de amigos se sentaban a lo largo del puente. Los pescadores también encontraban su sitio.
El paso del tiempo, el salitre, el clima, la negligencia de algunos ciudadanos, así como la falta de mantenimiento no han perdonado el encanto del muelle. Hoy encontramos un puente en deterioro, en peligro. El lugar no deja de ser una atracción, principalmente para los aficionados a la pesca, la mayoría niños de la zona, algunos en compañía de familiares, otros sin la supervisión de un adulto.
Lo que pudiera parecer un bonito panorama se vuelve impactante, pues los pequeños han aprendido muchas “mañas” del oficio; pasan horas entre los tabloncillos del puente con la carnada en el agua, parecieran esquimales por la manera en que rodean los huecos, en espera, hasta que los peces pican y todo se vuelve algarabía por lograr la recompensa ansiada. Llenan sus cubitos con pescados frescos: “Y eso que no estamos en la temporada buena”, esclarece alguno. “El próximo que saque va a ser de dos libras”, asegura otro.
Es fácil interactuar con ellos, son genuinos, cuentan historias de las cosas que viven todos los días allí, son niños valientes, laboriosos desde pequeños, y son competitivos. Ellos saben que no pueden entrar al agua, que no deben lanzarse a nadar, pero eso no los frena. No todos lo hacen, pero el que no se moja ahí está para animar. Son niños de isla, que aman el mar y sus beneficios, pero no dejan de ser pequeños que aún deben ser educados y cuidados.