Como un monarca en su trono permanecerá Oscar Valdés. En sus manos, el cetro de los elegidos que han engrandecido la percusión cubana, olubatá por excelencia; en su voz, la gravidez de los akwones, esos cantores privilegiados de la tradición yoruba.
A los 85 años se despidió el gran músico en la mañana del jueves. Más bien dijo hasta pronto, puesto que donde quiera que suenen las grabaciones de Irakere o de Diákara, o haya que señalar una referencia ineludible sobre cómo es posible articular música ritual de origen africano, el jazz, y la demanda timbera de los bailadores, habrá que contar con él.
Nacido el 12 de noviembre de 1937, anclado a los saberes populares del barrio de Pogolotti, Oscar estaba consciente de su linaje, un apellido de nombres rutilantes en la cultura musical cubana. Su padre Oscar fue valorado como uno de los más confiables percusionistas de célebres formaciones orqu