LA HABANA, Cuba. — El pasado domingo, el ministro de Relaciones Exteriores y miembro del todopoderoso Buró Político del Partido Comunista de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, trinó en su cuenta de X (antes Twitter): “Mantenemos estrecho contacto con los cubanos residentes en Palestina para brindar la debida atención consular”. Acto seguido precisaba: “Hasta la fecha, 1 cubana y sus familiares se mantienen en su residencia en Gaza, mientras otras 4 cubanas se encuentran en Cisjordania”.
Al leer esas brunadas, a cualquier observador neutral, poco cauto y desconocedor de las tristes realidades de nuestro país, le parecería que todo se desarrollaba con normalidad. ¿Acaso no es lo correcto que el canciller de un país muestre preocupación por sus connacionales radicados en el extranjero; máxime cuando residen en zonas aquejadas por un serio conflicto! Si no fuese capaz de ocuparse de esas cosas, ¿para qué serviría un ministro de Exteriores!
Pero un cubano atento a las realidades de su Patria, sobre todo si pertenece a la tercera edad, cuenta con una serie de elementos de juicio que le impiden permanecer tranquilo o sentirse complacido con el tuitazo ministerial. De hecho, lo que pensé al enterarme de esa brunada de turno fue: ¡Qué clase de desparpajo el de estos comunistas!
Pero conviene que vayamos por partes. Para empezar, lo primero que viene al caso recordar es la olímpica indiferencia con la que el instaurador de la dinastía castrista y sus paniaguados enfocaron la gran estampida con rumbo norte que, en los primeros años del “Proceso”, iniciaron los emprendedores que eran despojados de sus bienes en nombre del socialismo burocrático y la “justicia social”.
Para ellos, la repulsiva neolengua castrocomunista ideó el correspondiente participio despectivo: “siquitrillados”. No importó que muchos de ellos hubiesen simpatizado de inicio con “la Revolución” o que no pocos hubieran participado de algún modo en la lucha antibatistiana. Al igual que pasó con todos los que optaron por emigrar tras la trepa al poder de los barbudos, también a ellos les endilgaron calificativos como “traidores”, “gusanos”, “vendepatrias” y otros análogos.
Entre los habitantes de la Isla que se marchaban del país a como diera lugar ocuparon un lugar destacado nuestros compatriotas judíos. No tanto por su número (que no era tan considerable dentro de la población total), sino por la elevada proporción de ellos que optaron por buscar horizontes más amplios en tierras extrañas.
Y no es raro que así sucediera. Durante siglos, las personas de origen hebreo se vieron sometidas a prohibiciones arbitrarias de todo tipo. Esto incluía de modo destacado el ejercicio de determinados oficios. Fue por esa razón q