“Estás matando a tu hijo”
Cuando Mariana, de 18 años, fue a interrumpir su embarazo en un centro hospitalario del municipio habanero Playa, la doctora que la atendió quiso saber en primer lugar si deseaba conservarlo. Al momento de confirmar el estado de gestación, le dijo: “¡Mira qué lindo está tu bebé! Deberías dejártelo”.
Sin embargo, al formar parte de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, el aborto es un derecho humano. Debería serlo en todo tiempo y contexto. Es el derecho a decidir sobre el cuerpo propio, la vida y la historia personal. Respetarlo sin condicionamientos, junto al resto de los derechos sexuales y reproductivos, aun cuando sea considerado opuesto a las doctrinas de una fe o ideología, es lo menos que se espera de una ciudadanía solidaria y consciente de sus problemáticas. El derecho a decidir, en el contexto cubano, es muchas veces objeto de manipulación política, particularmente cuando se busca incrementar índices demográficos a costa de la violencia ejercida sobre los cuerpos gestantes.
Según un material explicativo publicado recientemente por Amnistía Internacional en su página en español, “el acceso a servicios de aborto sin riesgos es un derecho humano. De acuerdo al derecho internacional de los derechos humanos, toda persona tiene derecho a la vida, a la salud y a no sufrir violencia, discriminación ni tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes. El derecho de los derechos humanos especifica claramente que las decisiones sobre nuestro cuerpo son solo nuestras, principio que se conoce como autonomía física. Obligar a alguien a mantener un embarazo no deseado o a buscar un aborto inseguro es una violación de sus derechos humanos, incluidos los derechos a la intimidad y a la autonomía física”.
La respuesta de Mariana fue negativa. Se vistió y se levantó de la camilla demostrando el disgusto provocado por el comentario de la ginecóloga. Cuando intentaba marcharse, esta se le acercó y puso en sus manos la foto del ultrasonido. Le sugirió que la guardara como recuerdo de su primer embarazo. “Eso es producto de los juegos sexuales que inventan ustedes los jóvenes. Por eso la abstinencia es lo mejor que hay, no tuvieras que pasar por esto”, comentó por último la doctora. Fue posible conocer su testimonio gracias a la encuesta realizada por Periodismo de Barrio en mayo de 2022.
Coacciones psicológicas como las vividas por Mariana, según las fuentes consultadas —y citadas más adelante— para este texto, son comunes. El personal de salud en Cuba, en muchas ocasiones, se encuentra permeado por una moral antiaborto que resulta preocupante, en tanto atropella los derechos básicos de las personas gestantes a tomar una decisión realmente válida, acorde a su realidad y posibilidades, sobre acceder o no a la interrupción del embarazo. Con su actitud, la especialista le demostró a Mariana el estigma moral que acompaña el procedimiento del aborto en la sociedad cubana, cuán arraigado se encuentra, y cuán segregacionistas y punitivos suelen ser estos prejuicios.
“Después de obtener mi confirmación —continúa Mariana— retorné a la ginecóloga para ver qué opciones tenía. Según ella la peor de todas era el legrado, lo cual alimentaba mi miedo. Me remitió a un policlínico para una regulación menstrual. Nunca me explicó cuáles eran los procederes. Fui al policlínico, pero me explicaron que la máquina de regulaciones estaba rota. Al indagar por alguna solución, me respondieron con desgano que esa era la única información que podían ofrecerme”. Mariana regresó a la consulta con la ginecóloga dos días después, y al contarle la situación esta le respondió que fuera a Maternidad, a ver si ahí le querían dar la píldora.
Durante todo ese trayecto, Mariana aumentó en casi cuatro semanas su embarazo no deseado. Cuando llegó el día, tras dos horas y un poco más de espera por su turno, en ayunas y con mucho temor —ya que ningún médico le había explicado el proceso—, la declararon apta para el legrado. Señala Mariana que “lo más crudo es que el salón de legrados está justo después de atravesar la zona de recién nacidos. Contemplas tú, en estado de tristeza, la cantidad de personas que han dado a luz en el día; contemplas toda la alegría de los acompañantes. Esto es algo que está normalizado dentro del mismo hospital”.
Para la activista feminista y periodista Kianay Anandra, en artículo publicado por Árbol Invertido con el título “Falso. Así se desinforma en España sobre el aborto en Cuba”, “la escasez y la dificultad en el acceso a los servicios de interrupción en zonas periféricas obliga a muchas embarazadas a tener que recurrir a transacciones monetarias informales al interior del Sistema de Salud. A las dificultades para acceder a un aborto se suman vacíos educacionales, obstrucciones por parte de grupos conservadores antiaborto, la mala praxis, la poca disponibilidad de métodos anticonceptivos y violencias de diverso tipo que pueden surgir durante el proceso de interrupción”.
“¡Ay, mira ella cómo llora!”
“Me llamaron por mi nombre y dijeron que me apurara —cuenta Mariana—. Resulta que estaban disminuyendo el tiempo del proceso porque los médicos no habían almorzado. Una vez dentro del salón, una enfermera joven me dijo: «¡¿Cómo no te has quitado el blúmer?! ¡Dale! ¡Arriba! ¡Quítate eso ya!». Acostada en la camilla, la anestesióloga pinchó seis veces mi brazo con la aguja, mientras apretaba con sus uñas postizas y exclamaba que no me encontraba la vena. Me miró el rostro y procedió a su siguiente exclamación: «¡Ay, mira ella cómo llora! ¡Qué bobería te cae!»”.
“Terminado el legrado —continúa Mariana—, el doctor que me sacó de la sala exclamó a mi acompañante: «No debería estar ella aquí, es muy joven para eso». Pasado un tiempo aún estaba anestesiada, pero me fui incorporando poco a poco. Una doctora se acercó y le dijo a mi acompañante: «¡Tienes que llamarla por su nombre! ¡Y que se levante, arriba, que necesitamos la cama!». El personal médico demoró el proceso. Comencé con tres meses de embarazo y terminé con cuatro. Siempre era algo. O no me podían atender por falta de algún instrumental, o no me daban una solución, una variante. Era solo un no, arréglatelas tú, mira a ver con quién resuelves. No existía la comprensión, hacían muchos comentarios inapropiados. Espero que mi historia pueda cambiar algo, o hacer conciencia social de cuán normalizado está el maltrato”.
Según el testimonio de Claudia, natural del municipio Playa en La Habana, luego de la interrupción las pacientes son devueltas a la sala “donde todas vimos cómo las tiraban una a una, como sacos de papas. Alguna bien podía estar sangrando. Si alguna demoraba mucho en despertar —por la anestesia general— la agitaban, la cambiaban de ropa a la vista de todas y luego la sacaban donde estaba el familiar esperando. De más está decir que las medidas higiénicas no son las mejores. Por la misma camilla pasamos todas sin previa limpieza. Pero nada, estamos acostumbradas a callar y, por tanto, al conformismo”.
Lena Pérez Font, quien accedió a dar su nombre para esta y futuras investigaciones de Periodismo de Barrio, nos cuenta que ha tenido varios abortos, y que muchos de sus embarazos ocurrieron porque los métodos anticonceptivos que utilizó, lejos de ayudarla, le hicieron daño de una manera u otra. “El tema de los métodos anticonceptivos y la salud de la mujer deja mucho que desear. Los DIU no son a la medida, las tabletas no aparecen, los preservativos son de la peor calidad que existe”.
Según entrevista realizada al personal que atiende la farmacia del municipio Siboney para el reportaje del pasado año “El aborto en Santiago de Cuba: entre el conservadurismo religioso y la complicidad estatal”, los anticonceptivos no llegan con la frecuencia deseada. No se hallaban en existencia ni liberados ni por receta médica, al menos en ese establecimiento. Esta situación provoca que la población de la zona tenga que estar atenta a la llegada de los suministros, y que la falta de acceso, finalmente, obstaculice su uso adecuado, lo cual atenta contra la posibilidad de evitar un embarazo no deseado.
Posteriormente, se ha podido constatar que dicha realidad no es exclusiva de la zona oriental, donde se realizó el reportaje, sino que está presente a lo largo del país. La falta de acceso y la escasez es igual en todas las farmacias, lo que ha potenciado un creciente mercado informal donde se trafican, a precios exorbitantes, todo tipo de métodos anticonceptivos y abortivos, como las píldoras anticonceptivas, las vacunas, las “pastillas del día después” y las intravaginales de misoprostol.
A todo ello se suma la falta de información y/o la difusión de falsos métodos de control reproductivo, que hacen que en la práctica los embarazos ocurran con mayor frecuencia, sobre todo en la adolescencia y la primera juventud. En el texto de Mónica Rivero “El método anticonceptivo de tu amiguita no funciona”, publicado por elToque en mayo de 2021, la periodista relaciona diversos métodos seudoanticonceptivos muy utilizados por las jóvenes, particularmente cuando se inician en las relaciones sexuales. Entre ellos destacan los lavados después del coito, el conteo mediante aplicaciones móviles de los días de fertilidad o infertilidad y el coito interrumpido. “A demasiadas adolescentes y mujeres les ha costado un embarazo no deseado, su propia fertilida