El próximo 28 de octubre, Enrique Pineda Barnet (1933-2021) cumpliría 90 años de edad. En ocasión de la entrega del Premio Nacional de Cine a este director en 2006, otro realizador cubano, Fernando Pérez, escribió: “La obra cinematográfica de Enrique también se ha expresado en ese afán incendiario, revolucionario y audaz en el que la flecha no siempre ha dado en el blanco, pero lo importante ha sido y es, el vuelo imaginativo de la flecha”
Para buena parte de los cinéfilos, su filmografía se reduce a la aclamada La bella del Alhambra (1990), aunque Pineda Barnet ―como muy pocos creadores audiovisuales de Cuba ― haya desplegado una obra caracterizada por la variedad de géneros y formatos, pues realizó documentales, largometrajes de ficción y cortos experimentales.
Estudiar su filmografía no tiene la recompensa de escribir sobre uno de los creadores más exitosos de la cinematografía cubana, sino todo lo contrario. Pues con excepción del largometraje galardonado con el Premio Goya de la academia de cine español, sus cintas tuvieron poca popularidad, e incluso algunas nunca fueron exhibidas.
Habría que agregar que, después de 1990, parte de sus obras fueron creadas de forma independiente y fuera de Cuba. Todo lo cual hace más difícil; pero, a la vez, más rico el análisis.
Por lo tanto, si se quieren revisitar sus creaciones, examinarlas en su contexto crítico-creativo y comprender la dimensión del juicio emitido por Fernando Pérez, es necesario crear conjuntos ideo-temáticos, más allá del sentido cronológico.
Conjunto 1: Las artes escénicas
El primer conjunto dentro del heterogéneo mapa fílmico de Pineda Barnet se encuentra en sus cintas sobre el teatro y el ballet. Su inicio puede señalarse durante los primeros años sesenta, dentro de la producción de Enciclopedia Popular.
Allí trabajó en un proyecto ambicioso, aunque inconcluso, la “Colección de Teatros de La Habana”. Su propósito era aprovechar el espléndido momento que estaba viviendo la escena capitalina, debido a su diversidad, calidad, imaginación, experimentalismo. En él solo pudo terminar Fuenteovejuna (1963) y Aire Frío (1965).
De este primer grupo, es imprescindible Giselle (1964). En su primer largometraje consigue la transmutación del lenguaje escénico-teatral de la danza al cinematográfico, con lo cual la percepción del clásico se engrandeció.
Las artes escénicas vuelven con Ensayo romántico (1985), que tiene en común, con Giselle, el tratamiento del ballet a través de la figura de Alicia Alonso. Su mérito cinematográfico reside en su carácter de crónica.
El teatro regresó con El Charentón del Buendía (2005-08). Pensado como una continuidad de la “Colección de Teatros de La Habana”, es un texto audiovisual que se mueve entre el documental y el making of.
Conjunto 2: La experimentación
El segundo núcleo temático, igualmente disperso a lo largo de su bio-filmografía, nos remite a la presencia de la experimentación en sus películas.
Su génesis es Cosmorama (1964), un breve ensayo audiovisual que recrea una de las obras del artista cinético Sandú Dari