Karina fue la primera persona que me mostró la obra de Legna a mediados de 2017. Me habló de un poema, del cual recuerdo la imagen de una chica curiosa que tira con la boca de un hilo hasta sacar de una vagina un tampón que manchó su rostro de sangre menstrual. Lo que a mí me cuesta describir en infinitas oraciones, Legna lo logra en un par de versos. Recordar la imagen de ese poema seis años después me parece genial.
De Legna solamente conozco lo que publica en redes, sus columnas en varios medios independientes cubanos en las que escribe sus verdades, en las que se desahoga y sobrevive un mes más a la renta. La Legna que primero migró de Camagüey a La Habana y un día llegó a Miami. Cargada con un gusano lleno de libros sin saber qué era Miami o Estados Unidos, como llegamos todos. Años después narra sus peripecias de migrante con la poesía que le falta a Miami y le lee a su hijo la literatura infantil que la acompaña desde Cuba.
No conozco a Legna en persona, por eso digo que la imagino, aunque hemos hablado por WhatsApp y ha surgido esta entrevista. En su obra está plasmado un sector de la emigración cubana. Los bohemios, los soñadores, quienes no fueron «normales» y se tuvieron que marchar a formar el nido en otros árboles.
¿Cómo logra una escritora criar a su hijo en Miami, la ciudad donde trabajar a lomo partido para pagar los bills ocupa el tiempo de la lectura? Ha sido la pregunta que más me ha intrigado. Porque sí, el dinero cuenta y en los mercados no se paga con las páginas de una novela, sino con las ventas de la novela, con los artículos que a veces los periódicos se demoran en pagar, con un extra que aparece de último momento cual salvavidas. Quizá ha sido su fuego sagitariano la fuerza para sobreponerse ante los obstáculos que ponen en los extremos de una balanza el arte y la cocina de un McDonald. Igual que ella, varias generaciones de artistas y escritores se han ido de Cuba para renacer en otros sitios. Algunos logran conservar viva la creación después del trance. Otros se mantienen creando a la par de algún part-time en un bar, y los más desdichados dejan de apostar por sus talentos.
De vez en cuando Legna y Cemí aparecen en las redes, por instantes parecen madre e hijo; en otros, dos niños felices. La sonrisa del pequeño en cada imagen es la prueba de que se puede ser madre, migrante y escritora.
Foto: Zaidenwerg.
Legna Rodríguez Iglesias ha obtenido el Premio Iberoamericano de Cuentos «Julio Cortázar» (2011) y es ganadora del Premio Casa de las Américas (teatro, 2016) con la obra Si esto es una tragedia yo soy una bicicleta. Es autora de varios libros, Hilo+Hilo (poesía, Editorial Bokeh, Leiden, 2015); Las analfabetas (novela, Editorial Bokeh, Leiden, 2015); No sabe/no contesta (cuento, Ediciones La Palma, España, 2015); Mayonesa bien brillante (novela, Hypermedia Ediciones, 2015); Dame Spray (poesía, Hypermedia Ediciones, 2016); Chicle (ahora es cuando) (poesía, edición bilingüe de la Editorial Letras Cubanas, 2016); Todo sobre papá (poesía para niños, Ediciones Aguadulce, 2016); Transtucé (Editorial Casa vacía, EE. UU., 2017); La mujer que compró el mundo (cuento, Editorial Los libros de la mujer rota, Chile, 2017). En 2016 mereció el Paz Prize que otorga The National Poetry Series con Miami Century Fox (51 sonetos, Akashic Books, 2017). La Editorial Alfaguara publicó Mi novia preferida fue un bulldog francés (narrativa hispánica, España, 2017). En 2023 fue una de las finalistas que obtuvo la beca de la Fundación Cintas, en la categoría de escritura creativa.
Sin embargo, en esta ocasión no hablo con la escritora —quien se define como una persona que «escribe más de lo que habla»—, sino con la madre migrante que apuesta por mantener viva la creación.
¿Cómo llegó la maternidad a tu vida?
Tener un hijo fue mi plan bien preci