Han trascurrido 65 años desde la tarde del domingo 30 de junio de 1957, cuando esbirros del Ejército, la Policía Nacional y la Marina de Guerra del batistato asesinaron a tres valerosos luchadores clandestinos del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, en Santiago de Cuba: Josué País García, Floromiro Bistel Somodevilla (Floro), y Salvador Alberto Pascual Salcedo.
Luego de la primera gran victoria del naciente Ejército Rebelde, comandado por Fidel, al ser atacado el 28 de mayo el cuartel ubicado en Uvero –costa sur de la Sierra Maestra–, el régimen golpista en el poder decide, ante la impactante derrota, llevar a cabo, a partir de las cuatro de la tarde del último día de junio, un evento público que denominaron, de forma demagógica, «El mitin de la paz», o de la Coalición.
Su objetivo no era otro que pretender una demostración de fuerza, como reto y burla contra la rebelde Santiago de Cuba, para cuya escenificación escogen el parque Céspedes, en el centro de la urbe. Ante tan indignante provocación, la dirección del Movimiento, con Frank País García al frente, decide desarticularla mediante un plan de acciones revolucionarias en varias partes de la ciudad.
Como organizador del mitin figuraba el exgánster Rolando Masferrer Rojas, entonces senador del régimen de facto, quien desde casi un mes antes, y dotado de amplios recursos económicos inherentes al dinero robado del erario nacional, se instala en la entonces capital de Oriente para implementar toda una sistemática campaña de invitación al show.
La asistencia tuvo como base el reclutamiento de personas adeptas al régimen traídas de varios sitios, en especial del territorio oriental, mediante ofrecimientos materiales. Para gestarlo, contarían, además, con una fuerte cobertura militar para garantizar el orden y la protección del perímetro, aunque no quedaría rincón alguno sin la presencia de la soldadesca.
Más de mil efectivos, complementados con un sistema de patrullaje en medios motorizados dotados de microondas –que por llevar en su interior un soldado, un policía y un marinero, la gente en el argot popular llegó a nombrar Los tres pegaditos– serían desplegados; así como el grupo paramilitar creado por el propio Masferrer, conocido por Los tigres, que conformaban delincuentes y criminales, todo lo cual ofrecía una imagen de ciudad sitiada.
Desde el lugar donde se ocultaba (una casa familiar marcada con el número 716 de la calle Mayía Rodríguez –Reloj–, esquina a Desiderio Mesnier –Santa Rosa–, a pocas cuadras del parque Céspedes), Frank seguiría de cerca, desde temprano y a través de disímiles vías informativas, el curso de los preparativos en torno al tan cacareado espectáculo de los batistianos.
EL PLAN
El planeamiento revolucionario comprendía la formación de tres comandos para operar por los sectores norte y oeste de la ciudad, en vehículos previamente ocupados por cinco minutos, efectuando algunos disparos al aire; tras lo cual se debía retornar a los sitios de origen, mientras que en el escenario de la provocación sería detonado un artefacto explosivo.
Sería una bomba de construcción casera conformada por varios cartuchos de TNT y un reloj adosado a estos, sincronizado para explotar a la hora de apertura de la actividad en cuestión. La misión es asignada a Agustín, el otro hermano de los País García, quien fingiendo ser un empleado de obras públicas, accede a los registros de la red hidráulica de la sede del Gobierno municipal, y sitúa el artefacto bajo la tribuna.
La detonación sería la señal para comenzar las acciones de los citados comandos, así como de los hombres de Armando García, apostados cerca del parque, los cuales tenían la misión de lanzar, unas laticas explosivas contra la tribuna donde estaría también, enfundada en trajes de dril cien, una representación procedente de la capital.
La restante acción comprendía la realización, por un miembro del MR-26-7, trabajador de la Compañía de Teléfonos, de un pase, durante la transmisión del acto, al teléfono donde se encontraba Agustín Navarrete Sarlabous, Tín, jefe de Acción y Sabotaje en Oriente, para que una vez enlazadas las principales emisoras nacionales, se interrumpiera la transmisión con consignas revolucionarias y gritos de ¡Viva Fidel!, ¡Abajo Batista!, ¡Viva la Revolución!.
NO OCURRE LA EXPLOSIÓN
Sin embargo, a la hora prevista no se produce la explosión esperada y aparece el desconcierto en quienes tienen por delante misiones que cumplir. Entre ellos está Josué, quien lidera uno de los comandos, y está oculto, junto a Floro, en San Bartolomé 313, domicilio de Gloria Montes de Oca Santana (más tarde La Tía Angelita, en el ámbito clandestino), que además ocupan sus tres hijas: Belkis, Elsa y Gloria.
A pesar de insistir en comunicarse por teléfono con Tín Navarrete para que lo autorice a salir, el menor de los País no lo logra. Así decide prestar a Floro su pistola P-38, para que este y Salvador salgan a ocupar un auto en el cual partirá el comando hacia el Paseo Martí.
En breves minutos se aparecen estos últimos a bordo de un auto Chevrolet del año 1952, ocupado a su dueño (chofer de alquiler de nacionalidad española) en la piquera de la calle Santo Tomás (hoy Félix Pena), quien no pierde tiempo en comunicarlo a la Policía. Al partir, Salvador va al timón, Josué a su derecha, delante, y detrás Floro, junto a las hijas de Gloria, que darán cobertura al comando hasta muy próximo el paseo, donde Josué les ordena bajar.
Mientras, en el comando a cargo de Ernesto Matos Ruiz, previsto para actuar cerca de Trocha y Carretera del Morro, se envía a ocupar el carro en el que operarían el ya fallecido combatiente clandestino Fernando Tarradel Rodríguez, y Joaquín Quintas Solá (actual viceministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, general de cuerpo de ejército y Héroe de la República de Cuba), armados el primero de un revólver calibre 45 mm, y el segundo con una pistola calibre 38 mm.
A la altura de la calle Tercera del reparto Veguita de Galo, frente a un bar, son interceptados por tres militares ocupantes de un jeep en servicio de patrulla, pertenecientes al Servicio de Inteligencia Regimental (SIR) del cuartel Moncada. Al pedírseles la identificación, los revolucionarios extraen sus armas y eliminan a dos efectivos y hieren al tercero, antes de abandonar el lugar.
Al desplazarse en bajada por el Paseo Martí, el auto del comando de Josué es identificado por un patrullero que marcha detrás, al observar el número de la matrícula ya circulada. A partir de ese momento se inicia la persecución, seguida de disparos, que reciben respuesta de fuego de Josué y Floro, quien empuña una escopeta recortada Remington, calibre 12 mm, que había sacado de la casa, envuelta en un sobrecama.
Un disparo de los guardias impacta un neumático del carro perseguido, el cual, dando bandazos, se abalanza sobre el contén de la acera frente a un almacén de madera, al final del paseo y la calzada de Crombet; donde otro carro patrullero apostado, y efectivos que patrullan a pie el sector, disparan cerradamente contra el auto de los revolucionarios.
EL ASESINATO
Floro y Salvador son acribillados en el interior del vehículo por la intensidad del fuego de las armas de los uniformados. Josué, con algunas heridas no graves, logra abrir la puerta delantera y sale, pistola en mano, presto a combatir y vender cara su vida. Salta a la acera, pero nuevos disparos lo desploman. En el suelo, todavía realiza algunos movimientos, pero son insuficientes para defenderse.
En esas condiciones cae en manos de los esbirros, al mando del criminal teniente coronel José María Ignacio Salas Cañizares, el cual llega en breves minutos al lugar y ordena, en tono de voz audible para los presentes, que se conduzca al herido al Hospital de Emergencias, pero susurra a un subordinado la orden de eliminarlo en el trayecto, algo que pudo escuchar un niño no muy distante.
Vecinos del Paseo Martí confirmaron haber escuchado un disparo dentro del jeep en el cual llevaban a Josué, quien al llegar al centro médico, ya en coma, es atendido por la doctora de guardia, Nastia Noa; la cual precisó que la más reciente herida recibida en la sien, rodeada de pólvora, fue la que produjo la muerte al intrépido luchador clandestino, lo cual denota el asesinato por sus captores.
En esa convulsa fecha sería radicada, por el Juzgado de Instrucción del Norte de Santiago de Cuba, la Causa No. 633 de 1957, en la cual resultan acusados y procesados por un delito de triple asesinato, lesiones y coacción, un cabo y tres soldados, un policía y dos marineros que nunca cumplieron prisión.
En su obligado refugio, recibió Frank la noticia de la caída de su pequeño y querido hermano. Al avanzar la noche, y sumido en la amargura, escribe el desgarrador poema que dedicara al «joven águila caído». Al siguiente día, Josué es ascendido post mortem al grado de capitán de milicias, por la dirección del Movimiento en Santiago de Cuba.