De esos días tensos del pico de la pandemia de la COVID-19 en Cuba recuerdo cuánto me conmovió un reportaje del Noticiero Nacional de Televisión, cuya protagonista fue una niña cubana que le escribió una carta a su padre.
Él, junto a miles de cubanos, en su condición de trabajador de la Salud, libraba una dura batalla por salvar vidas cuando el azote epidemiológico era más cruento.
Lo que me conmovió profundamente fue que no era una carta reclamando la presencia de su padre; era un mensaje de aliento para que continuara la batalla. Le dijo a su padre que en Cuba no se dejaba a nadie desamparado.
Quizá la pequeña no sepa que ese principio nació en la manigua redentora, ni que ella lleva en su «código genético cultural» el linaje mambí; pero sí sabe y admira las proezas de sus antepasados mambises, reflejo de la labor educativa de sus padres y abuelos, de sus maestros y de los valores expresados en la formidable obra de ese cubano que permanece en la inmortalidad, el cineasta Juan Padrón; quien tanto penetró en el imaginario infantil y juvenil cubano con su Elpidio Valdés, ese «pillo manigüero», síntesis de lo mejor de la estirpe mambisa.
Quienes tuvimos el privilegio de conocer a Juan Padrón, personalmente, jamás podremos olvidar su modestia y esa mirada en la cual era posible descubrir al niño que llevaba dentro. Nunca será mucha la gratitud por su aporte a la formación de valores esenciales de nuestra identidad nacional en las nuevas generaciones.
Con respecto al código no escrito de no dejar a nadie abandonado, nuestra historia pasada y presente recoge varias páginas de heroísmo, como el rescate del Brigadier Julio Sanguily, protagonizado por el Mayor Ignacio Agramonte, quien escogió a un grupo de 35 aguerridos patriotas entre los que figuraba Henry Reeve, y en desigual batalla rescató al oficial.
También cuenta el rescate de los cadáveres del General Antonio Maceo y de su ayudante Panchito Gómez Toro, por una valiente tropa mambisa dirigida por el Coronel Juan Delgado.
La historia reciente recoge, además, el rescate de Roberto Roque, expedicionario del Granma, quien cayó al agua en la travesía de Tuxpan a Las Coloradas, con un mar embravecido y en la oscuridad de la noche, tratando de orientar mejor la embarcación. Fidel ordenó inmediatamente su búsqueda, que duró dos angustiosas horas.
Y aún están frescos en la memoria los combates dirigidos por nuestro Comandante en Jefe para traer a su Patria al niño Elián González, y la larga lucha por el regreso de los Cinco Héroes.
El periodista irlandés James O´ Kelly, corresponsal del periódico estadounidense New York Herald, nos dejó, más que un reportaje, una pieza sociológica de incalculable valor acerca de la lucha de los cubanos en la Guerra de los Diez Años, que tituló La Tierra del Mambí, acción en la que arriesgó su vida más de una vez.
Él describe uno de los rasgos distintivos de la ética mambisa. Pudo observar que, por muy crítica que fuera la situación para los mambises, en el momento en que uno de ellos caía en el campo de batalla, era recogido por sus compañeros. Afirmó que el soldado cubano estaba convencido de que, mientras respirase, nunca sería abandonado. Esa convicción la compartimos los cubanos de hoy.
¿Cómo explicar ese comportamiento que perdura en nuestro pueblo? Partimos del supuesto de que en el sustrato subjetivo formador de la identidad nacional se encuentra una sicología social propia, que puede llamarse, para el caso de Cuba, como sicología mambisa, que se forjó en las guerras de independencia del siglo XIX y que ha acompañado los proyectos revolucionarios a lo largo de las gestas emancipadoras desde 1868.
Razón tenía Fernández Retamar cuando dijo que la palabra más venerada en Cuba es mambí, que es un timbre de gloria el considerarnos descendientes de mambí, de negro, de alzado, de cimarrón independentista y nunca descendientes de esclavistas.
El concepto de sicología mambisa sirve para nombrar las maneras de sentir, pensar y actuar de un hombre nuevo formado en la manigua; el mambí que es el patriota cubano y solidario, vinculado con los más elevados ideales de independencia y de libertad, dispuesto a los mayores sacrificios, convencido de la justeza de sus ideales.
La manigua fue el crisol de una fusión sicológica, nutriente de una identidad en pleno despliegue y conformación. Esta comunidad comenzó a diferenciarse de la parte no beligerante de la población, de los núcleos de exilados y de los partidarios de España, como refiere el periodista James O´ Kelly en su obra.
En sus análisis acerca de la Guerra de los Diez Años, José Martí no dejó de advertir el surgimiento de una nueva comunidad; en el texto de lo que se conoce como Lectura en Steck Hall, (Nueva York).
Ante una sala llena de compatriotas, el 24 de enero de 1880, expresó: «Los que no vivieron de ese heroico modo, los que desde el fondo de sus calabozos, desde los buques que los llevaban al destierro… no compartieron aquella vida nómada y brillante llena en la baja tierra, como en el alto cielo, de nubes y estrellas; los que no han investigado con celo minucioso aquella pasmosa y súbita eminencia de un pueblo, poco antes aparentemente vil, donde se hizo perdurable la hazaña, fiesta el hambre, común lo extraordinario…».
¿Qué ocurrió para que emergieran estos cambios tan ostensibles y radicales en Cuba?
Entre otras razones, la incorporación a la lucha modificó la estructura de motivaciones de sus participantes. En las nuevas condiciones, coexistían las necesidades primarias, orgánicas, elementales, homeostáticas, con las necesidades humanas desarrolladas.
Entre algunas de ellas figuraron la necesidad de la independencia, la emancipación del negro junto a la regeneración del blanco; la búsqueda del progreso, de la libertad, alcanzar lo que ellos llamaban nacionalidad, sin contraer deudas de gratitud con fuerza exterior alguna.
Estas necesidades fueron colocadas en un primer plano, cuando cubanos de acaudalada posición lo abandonaron todo para incorporarse, muchas veces con toda su familia, a los rigores de la guerra, y entregaron sus fortunas para la causa independentista, además de dar la libertad a sus esclavos y ofrendar sus propias vidas.
Para el sicólogo marxista Lucien Sève, estas actitudes se explican porque las necesidades humanas desarrolladas se caracterizan por su margen de tolerancia a insatisfacciones prolongadas. Según él, se desencadena un proceso de excentramiento de las necesidades, que se da en determinados hombres dispuestos a asumir las necesidades de otro (individuo o grupo), aunque sea en detrimento de necesidades propias; es la toma de conciencia de que la satisfacción de lo individual pasa por la realización de grandes tareas sociales.
La existencia de esa sicología explica, en buena medida, cómo un pequeño país, bloqueado por casi 60 años, agredido por la primera potencia mundial, ha resistido privaciones y necesidades elementales; explica por qué un ejército de batas blancas, dentro y fuera de Cuba, corrió el riesgo serio de enfrentar la pandemia con plena conciencia de la necesidad de sus esfuerzos.
Fueron heroicos los hombres y las mujeres que se privaron de estar con su familia para salvar de esta terrible pandemia a seres humanos que ni conocían, más allá de considerarlos valiosas vidas a las que había que salvar.