Por: Eyleen Ríos López.
Leandro Peñalver González no es un entrevistado fácil. Inquieto por naturaleza, se mueve hacia un lado y otro del asiento. Y aunque la conversación fluye, a veces sus respuestas emulan con la velocidad que desarrollaba sobre las pistas.
Su mirada tampoco se centra en un punto fijo, cambia constantemente como si buscara revivir desde diferentes ángulos cada uno de los momentos que va narrando.
Asegura que ha sido el velocista de más rápida progresión dentro del equipo nacional y que hubiera conseguido mejores resultados en los 400 metros.
Pero pensó que, con su físico, atreverse en esa distancia era como ir a “bailar en casa del trompo”, según nos aseguró en los breves instantes que pudo compartir con JIT durante la III Media Maratón de Varadero.
Peñalver fue una de las glorias invitadas a ese evento, y entre tanto ajetreo el diálogo se fue posponiendo para el siguiente día. Casi en la despedida llegó el ahora o nunca y entonces se dejó atrapar por la conversación. Acompañado por su esposa, nos dedicó gratos recuerdos y vivencias.
Campeón universitario, centrocaribeño y panamericano en las distancias más cortas del atletismo -100 y 200 metros-, Peñalver también integró los exitosos relevos de 4×100 y 4×400 que brillaron entre los años 80 y 90 del pasado siglo.
Quería ser pelotero y de hecho era el deporte que practicaba hasta que el director de su escuela de profesores de Educación Física le puso la precisa… «O cambias para el atletismo o no apruebas un año más aquí», le dijo sin saber que así impulsaría la carrera de uno de los mejores velocistas del país.
Así lo narra ahora, todavía con dudas sobre si hubiese sido o no un pelotero del equipo nacional. Lo cierto es que el atletismo le enseñó a ser deportista de alto rendimiento y le llevó a la gloria sin dejar de sufrir alguna que otra decepción.
Nacido hace 61 años en el poblado matancero de Carlos Rojas, actual profesor de un combinado en Jovellanos y de entrenamiento deportivo en la facultad de cultura física en su provincia, Peñalver no imagina su vida lejos del atletismo.
-Llega al atletismo con 19 años de edad. ¿Cómo logró en menos de un año entrar al equipo nacional?
En aquella época se hizo un levantamiento por el país buscando velocistas. Estaba en la Epef por el beisbol, pero me vieron condiciones para la velocidad.
Santiago Cuesta era el director en aquel entonces y me insistió para el cambio. El primer año no acepté, seguí en la pelota, pero al siguiente me dijo «el director aquí soy yo y si quieres graduarte tienes que correr». Vaya, fue un pie bien forzado.
-¿No sabía si le iría mejor que en el beisbol?
Cierto, pero lo fundamental era que el país lo necesitaba. Había que correr y resultó. Yo era realmente multifacético, jugaba beisbol, voleibol, fútbol, tenía condiciones naturales para el deporte y eso ayudó al cambio.
Recuerdo mi primera competencia oficial: un nacional para menores de 20 años en Pinar del Río. Cuando dijeron corredores a sus puestos salí parado y acabé en cuarto lugar. Ahí mismo gané después los 200 metros.
-¿Su primer entrenador?
Irolán Echeverría, quien al principio no me quería, quizá porque pensaba que no iba a llegar… Luego me enseñó todo y en cinco meses corrí 10.24 segundos en la Espartaquiada de los Ejércitos Amigos de 1982.
Ese mismo año salí campeón de la Copa Cuba de Atletismo y del Memorial Barrientos, y la vida me dio la posibilidad de representar a Cuba y ganar en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de La Habana 1982.
-¿Esa era la señal que esperaba?
Desde antes había visto la señal. Cuando llegué a La Habana y aprecié el panorama del equipo nacional me di cuenta de que tenía posibilidades de convertirme en campeón. Recuerdo que en una actividad de celebración en 1982 dije que «el año que viene voy a ser campeón panamericano». Algunos no me creyeron y los callé con un 10.06 en Caracas 1983.
Me entregué mucho para esa meta. Entrenaba mañana, tarde y noche, y fui campeón con un récord que duró 28 años.
-¿Cuánto exige el alto rendimiento?
Es difícil, hay que sacrificarse y ser disciplinado. Lo poco que logré fue por eso, porque me entregaba mucho al entrenamiento y no me gustaba que me ganaran. Si perdía era porque lo hacían mejor que yo. El gran premio que puedes tener es que el pueblo te reconozca.
-¿Qué distancia le gustaba más?
Los 100 metros, pero arrancaba muy mal. Creo que hubiera sido mejor corredor de 400. Sin embargo, le tuve miedo a los entrenamientos porque era muy flaco comparado con otros de la época como Alberto Juantorena. Era imposible ir a “bailar en casa del trompo”…
-¿Le cansaba mucho hacer los dos relevos?
Para mí no era esfuerzo. Era un “tren” entrenándome. Me iba temprano a hacer kilómetros con los fondistas, sin que mi entrenador lo supiera. Regresaba, desayunaba y entonces iba a prepararme con mi gente. El profesor no sabía eso y falleció sin que se lo dijera.
El más fácil era el 4×100, en que siempre me daban la recta norte. El 4×400 era duro… A la vuelta al óvalo le dicen la carrera de los hombres, pues se mezcla la velocidad y la resistencia y hay que buscar los parciales para no desgastarse. Se trata de una carrera de inteligencia más que otra cosa. Si te desesperas pecaste…
-¿El momento más disfrutado?
Los Juegos Panamericanos de Caracas 1983. Los disfruté mucho porque dudaban de mí, no creían que pudiera ser campeón. También haber sido tres veces campeón mundial universitario y ganar medallas de bronce en las lides universales de Roma 1987 con los relevos.
-¿Cómo asimiló no haber asistido a unos juegos olímpicos?
La lealtad es lo primero. La gente me pregunta por qué no fui olímpico y les respondo que por lealtad… Si hubiera traicionado quizá hubiera estado en unos juegos. Mis tiempos en esa época eran para medallas, pero no nos tocó asistir y lo asumimos.
-¿Para Barcelona 1992 no estaba en buena forma?
Hubiera podido asistir a Barcelona 1992, pero el sistema para elegir no fue claro. Ya no importa y no hay reclamación. No obstante, siento que fueron injustos conmigo y ese dolor me queda. Ser olímpico constituye el sueño de todo atleta. Tenía 29 años de edad y podía haber seguido corriendo, pero aquello fue una decepción muy grande y dejé de correr.
-¿Qué le dejó el atletismo?
Fue una escuela, me enseñó a ser más disciplinado, a exigirme y a entender por qué hay que sacrificarse. Me dio mucha responsabilidad y por eso nunca justifiqué las derrotas.