La noche estaba cerrada y las heridas abiertas. De pronto, al mirar el mar de gente en la ciudad deportiva, vimos que brillaba con un centellear de noctilucas. En un punto, la luz comenzaba a acurrucarse para luego explotar en el escenario. Hasta Drexler en Uruguay lo sabía, que de pronto todo podía cambiar y ser una mañana verde, con ese público que simplemente «se pasó», quizá porque es cubano.
Hace tres meses, la compañía El Portazo, de Matanzas, se presentó en el teatro de Miramar con su última puesta en escena. De los pasillos, junto a las butacas, salían los actores corriendo a pasarse justo al frente del escenario, vestidos como Súper Mario, Blancanieves, Luigi; con unos calzoncillos y capas, como Jazmín. Hombres, mujeres y trans se juntaban en un coro pintoresco dirigido por una profesora de música. Ahí, de forma dispareja (qué diablos importa), empezaba su diálogo con el público: «Usted, preguntará por qué cantamos…».
Si el concierto para el público había comenzado desde el martes en la noche, para Pablo Milanés lo hizo desde el miércoles de la semana pasada en la tarde. Era el director de quienes nos quedamos en la cola, era el director de quienes colmarían de miles las estadísticas de la Ciudad Deportiva. ¿Y por qué cantamos desde entonces?:
Si nuestros bravos quedan sin abrazo
La patria se nos muere de tristeza
Y el corazón del hombre se hace añicos
Antes aún que explote la vergüenza
Usted preguntará por qué cantamos
Si estamos lejos como un horizonte
Si allá quedaron árboles y cielo
Si cada noche es siempre alguna ausencia
Y cada despertar un desencuentro.
Y Pablo, que guiaba nuestro coro de voces desafinadas y dispares, respondió rotundo desde a las 9 de la noche:
Cantamos porque el grito no es bastante
Y no es bastante el llanto ni la bronca
Cantamos porque creemos en la gente
Y porque venceremos la derrota
Cantamos porque llueve sobre el surco
Y somos militantes de la vida
Y porque no podemos ni queremos
Dejar que la canción se haga ceniza.
La voz la tiene perfecta y solo hace pocos movimientos con el brazo: saluda al público y agarra el pie de micrófono. Marca a su ritmo tocándose el muslo derecho. Tira besos y besos. Dice gracias y gracias. Habla como un señor viejísimo, casi chocho, y canta como un Dios sentado en un trono que en cualquier momento puede flotar a un golpe de voz. A su espalda a veces tiene conchas marinas, o sale un fuego remanso, o hay una lluvia de astros contenidos, o está todo violeta.
Se coloca por encima de las bombas que le lanzan, porque con sus años, de un pestañeo en su ojo izquierdo, las desactiva. Le canta a su generación hija del sudor, pero le canta a los nietos y los bisnietos del sudor; y los hijos de esos bisnietos le podrán a sus hijos, en una caja de música o en un lente de contacto inteligente (sabrá Pablo), sus interpretaciones.
La bandera del 26 de julio es parte también de lo que fue, por eso, si se ondea de pronto en el escenario no le molesta, porque luego se pierde cuando entona Éxodos, Los males del silencio (donde el público, casi en pleno, quiso hacerle saber al trovador que se tienen que acabar), Pecado original, Nostalgias, Los días de gloria…
Pablo canta de todo mientras hay gente en la parte izquierda del primer piso que llora, en el centro del primer piso que llora, en la derecha del primer piso que llora; hay invitados especiales que lloran; hay gente en la derecha del segundo piso que llora, debajo del retrato del Che, en el segundo piso que llora, en la derecha del segundo piso que llora; hay gente que verá los videos el día después y llorará y se erizarán completos. Juan, Hildita, Vladimir y Tomas llorarán donde quieran que estén, porque no hay otra manera de responder cuando Pablo canta El breve espacio, Ámame como soy, Ya se va aquella edad. Cuando la gente siente eso sabe que está en un parto doloroso. Y lo bello nace, es hermoso y lindo y bonito. Es así.
La noche ahora está abierta y las heridas se cierran. Luego de una hora y treinta minutos, Pablo hace un esfuerzo enorme para que no se acabe el día de luz que entre aplausos se apaga de a poco. Toma un trago dos veces. Entre él y nosotros le hemos inventado unas alas a ese pájaro grande multicolor, y ha levantado un poquito el vuelo hasta que el extremo dolor no le permite más. Hasta que de pronto todo es oscuro de nuevo y vuelva La soledad.
Pablo, todavía no pregunté ¿regresarás?, pero no temo, no temo ninguna respuesta. Porque coño, Pablo, tú siempre regresas.