No se presentaba en Cuba desde 2019. Sin embargo, afirmó que su mejor público era el de los habitantes de una isla que le profesa un verdadero culto desde los lejanos días en que comenzó a forjarse el movimiento de la Nueva Trova.
El Coliseo de la Ciudad Deportiva fue el escenario que acogió al autor de la icónica “Yolanda”, en un concierto que primeramente estuvo programado para el Teatro Nacional.
Pero éramos demasiados los que queríamos escuchar a ese músico versátil de prodigiosa voz que se pasea con majestad por el filin, el son, el jazz, el rock y cualquier género de la música cubana o universal en el que incursione.
Acompañado de su pianista de siempre, Miguel Núñez y de la chelista Cary Varona sin que faltara su imprescindible guitarra, el cantautor complació —en sus más de dos horas de presentación— a los nostálgicos y a muchos jóvenes que tal vez lo escuchaban por primera vez.
Las luces de los teléfonos celulares y el coro gigante que seguía cada una de sus interpretaciones crearon una comunión que muy pocos artistas pueden establecer con sus oyentes. Y es que poesía y una musicalidad fuera de serie se conjugaron como siempre en la voz de quien es por derecho propio una de las mayores glorias de la música cubana.
Este año se conmemora el cincuenta aniversario del Movimiento de la Nueva Trova y, a pesar del tiempo transcurrido y sus opiniones personales sobre el presente cubano, la figura de Pablo Milanés, junto a la de Silvio Rodríguez, es de los más encumbrados mitos de esos años legendarios.
A Pablo Milanés siempre le ha obsesionado el tiempo. Sin embargo, su voz sigue siendo nítida, potente, capaz de llegar a lugares ignotos de eso que pudiéramos llamar alma y que se niega a aceptar el envejecimiento y la decadencia.
Jóvenes y medio-tiempos se fundieron este 21 de marzo de una manera que solo la excelencia artística consigue unificar.
Sus fanáticos y los que lo oyeron cantar por primera vez dejaron escapar lágrimas y emociones. Allí, ante ellos, estaba Pablo, tan eterno como esa “Yolanda” que cantan como un himno todos y cada uno de los cubanos.
El concierto, a pesar de algunos augurios tenebrosos, fue todo un éxito y, sobre todo, un espacio donde las diferencias abrieron paso a la espiritualidad. Desde la primera hasta la última canción.
Nada, que Pablo es eterno. Lo es desde ahora. Lo fue siempre. Y desde esa eternidad, el público cubano le agradece por la bellísima entrega de una noche que, seguramente, se repetirá.
Porque los cubanos no pueden vivir sin Pablo y el artista también necesita de ellos para seguir siendo trovador. (2022)