Es habanero por naturaleza, mas ha atravesado el país completo y dejado su huella, con la que suelda la esperanza de cientos de miles de viviendas; porque darle solución al salidero de un tubo que no deja que la caldera de una termoeléctrica arranque es un aliciente para millones de cubanos que hoy encienden velas, agitan las pencas y esperan, pacientes o no, a que «llegue la luz».
José Díaz Díaz es soldador de la Empresa de Mantenimiento a Centrales Eléctricas (EMCE) y se ha pasado más de la mitad de su vida haciendo arte con el metal; sí, porque ponerle ingenio a esas moles de hierro achacosas necesita sentimiento, y hasta inspiración, aunque su obra tenga un espectador incomparablemente crítico y la pieza maestra –el fluido eléctrico estable– sea una necesidad básica, nunca un lujo.
Todo no depende de él, por supuesto, pero su pedacito de la misión es esencial y, según le cuenta a Granma –con la humildad de quien lleva 28 años en esto y se las sabe todas, o casi todas, pero no lo dice– su trabajo no es tan difícil, excepto porque las centrales son impredecibles y siempre hay algo más qué arreglar.
En las pruebas de arranque y puesta en marcha salen defectos y hay que solucionarlos, subraya mientras «hace magia» con su equipo en la caldera de la Unidad 7 de la termoeléctrica Otto Parellada (Tallapiedra), de La Habana, donde ha estado desde el inicio de las reparaciones allí.
«He trabajado en casi todas las termoeléctricas del país, y prestado servicio en otras fronteras, como Nicaragua y Venezuela, en esta última con la compañía Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA), así como en otras misiones más directamente relacionadas con el ramo eléctrico», acota.
No se vanagloria, si bien su labor ha sido reconocida varias veces y, por ella recibió la Distinción Ñico López el pasado año. Su expresión deja claro que no trabaja para darse a conocer.
De ser ese el caso hubiese continuado con su profesión de dibujante, talento que ahora pone a disposición del actual deber para obtener un resultado mejor.
«Esta labor yo la disfruto –afirma sin vacilaciones– y me gusta crear mucho, cosa que aprovecho para elaborar herramientas que nos faciliten una mayor rapidez en el trabajo.
«Con el metal yo hago lo que sea», ratifica.
En ese momento las gafas de soldar no las traía puestas, pero apenas terminó la conversación las colocó en su rostro, cual guerrero que no olvida su escudo, y volvió a la tarea. Sabe que de su empeño y del de sus colegas depende Cuba toda, aunque su campo de batalla en ese momento solo fuese Tallapiedra, donde sella grietas para que no escape «la luz».