PARÍS, Francia. – En una tarde primaveral y soleada de París, me dirijo al mítico barrio de Saint-Germain, para entrevistar a SAR María Teresa, Gran Duquesa de Luxemburgo, uno de los Estados europeos más pequeños (2 600 km2), aunque también uno de los más poderosos, situado en el corazón del continente, entre Francia, Alemania y Bélgica, y cuya forma de gobierno es la monarquía constitucional parlamentaria. Un Estado cuyo producto nacional bruto per cápita es uno de los más elevados del planeta y cuya capital es la sede de numerosas e importantes instituciones internacionales, como el Tribunal de Justicia y el Tribunal de Cuentas europeos. De hecho, la localidad de Schengen, que dio nombre a este espacio comunitario, se encuentra en el territorio luxemburgués.
SAR María Teresa, nacida en La Habana, en 1956, vive en el exilio desde que su familia tuvo que abandonar el país cuando ella tenía cuatro años. Consciente de sus orígenes y de la enorme responsabilidad de la función que hoy representa, ha rechazado vivir en una burbuja alejada de la realidad del mundo.
En el justo instante en que llego a su residencia parisina la encuentro dirigiendo su propia mudanza, de un punto a otro de la ciudad. Es una persona sencilla que, a diferencia de otras monarcas consortes, trabaja de lleno, incansablemente, en las organizaciones humanitarias que lidera o ha fundado. Vela y da seguimiento a título personal a cada una de las acciones que emprende en este ámbito, pues cree en el contacto directo con las personas que necesitan apoyo. Me doy cuenta de que es este el tema que realmente le interesa, pues centra nuestra conversación en las causas que defiende con pasión.
Sin embargo, SAR María Teresa muy bien podría dedicarse a otras cosas, mundanas o frívolas, que es lo que en realidad se espera casi siempre de personas que, como ella, ocupan una posición similar. Muy bien pudiera permitírselo, además, cuanto más que, como suele decirse, nació en cuna de oro y desciende de dos de las familias más prominentes de la Cuba republicana: los González de Mendoza y los Falla Bonet, entre las cinco más acaudaladas con un pedigrí de éxitos económicos desde que sus primeros antepasados pisaron el suelo cubano.
Había un refrán en la Cuba de otros tiempos que decía “Si Laureano falla, todo falla”, y otro que versaba “Si falla Falla y falla Bonet, por qué no puedo fallar yo”; y es que Laureano Falla Gutiérrez, nacido en Hoz de Anero (Cantabria), en 1859, casado con la cubana María Dolores Bonet Mora (de Santa Isabel de las Lajas) y bisabuelo de SAR María Teresa por parte de su abuela materna, fue en su momento el hombre más pudiente de la Isla y, junto a su esposa, el fundador de una pujante sucesión. Propietario absoluto o con partes importantes en centrales azucareros, entre los que figuraban Adelaida, Manuelita, Patria, Andreíta, Cienaguita, Violeta, Santísima Trinidad, Punta Alegre y San Germán, además de accionista principal de la Compañía Cubana de Electricidad, la Papelera Nacional de Marianao, la Compañía Cubana de Pesca, la Refinería de Petróleo de Luyanó, entre muchos otros negocios, Laureano Falla era el barómetro de la economía nacional. Y en la medida en que su capital se incrementaba también lo hacía la riqueza del país. En 1959, su sucesión ocupaba ya la segunda posición en materia de capital azucarero y la tercera en cuanto a la producción.
De este rico historial familiar, SAR María Teresa se sabe heredera. La labor filantrópica y de mecenazgo de sus antepasados marcó la vida republicana cubana. El propio Laureano costeó la construcción del Sanatorio de la Colonia Española de Cienfuegos “Purísima Concepción” y su esposa presidía la Liga contra el Cáncer, de la que era donante permanente. La Corona quiso, por sus muchos méritos, otorgarle un marquesado (el de Falla), que llevara su apellido, pero Laureano lo rechazó declarando que el mejor título que poseía era el de saberse benefactor de la colonia de compatriotas establecidos en Cuba. En Hoz de Anero puede verse todavía la casona familiar que, como muchos indianos, mandó a construir al final de su vida, tras haber vivido 56 años en Cuba.
Uno de sus hijos, Eutimio Falla Bonet, el menor de todos y hermano de la abuela materna de SAR María Teresa, fue uno de los grandes mecenas de la primera mitad del siglo XX en la Isla. Restauró en 1946 la muy deteriorada iglesia de Bejucal, así como la de Remedios, una de las villas más antiguas del periodo colonial cubano. Invirtió más de un millón de dólares en la construcción de la Clínica Dispensario Dolores Bonet y el Asilo de Niños de Santa Clara, y más de 10 millones en la Escuela Técnico Laboral Rosa Pérez Velasco, también en esa ciudad. Esta labor la llevaba a cabo Eutimio, junto a su hermana María Teresa, abuela materna de SAR.
―A Usted, como al galgo y como dice el viejo refrán castizo, le viene de lejos preocuparse por los necesitados. ¿Recuerda haber oído hablar de estos temas en su familia?
―Mi padre siempre me repetía que en la vida, cuando has obtenido mucho, tienes que dar mucho. Esa es una enseñanza que nunca olvidaré. En mi familia, desde mi bisabuelo, fueron muchos los que con entrega fundaron dispensarios, hospitales, asociaciones caritativas y colegios. Mi abuelo Agustín creó muchas becas para la Universidad Santo Tomás de Villanueva, en La Habana; creó la medalla de graduación con su propio nombre para quienes obtenían el título con mención de excelencia en cualquier universidad cubana. Melómano por excelencia, también creó la Filarmónica de La Habana y financiaba junto a su esposa las actividades culturales del Lyceum del Vedado.
La labor altruista acaparó también el ámbito de la cultura, pues mi tío abuelo Eutimio Falla Bonet decidió restaurar, entre otros monumentos, el altar y la iglesia en general del pueblo de Remedios, que fue uno de los primeros fundados en los comienzos del periodo colonial en Cuba. Y de igual manera la de Bejucal, en la llanura habanera. Sin ir más lejos, mi tío Víctor Batista Falla dedicó toda su vida en exilio a ayudar a escritores e intelectuales cubanos, ya sea creando revistas (Exilio y Escandalar, que dirigía el poeta Octavio Armand y en la que publicaban Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Fernando Savater, Umberto Eco, Mario Vargas Llosa, Reinaldo Arenas, Lydia Cabrera, Blanca Varela, Ida Vitale, Bryce Echenique, Roland Barthes, entre tantos otros valiosísimos escritores e intelectuales) cuando vivía en Nueva York o una fabulosa editorial llamada Colibrí, en Madrid, vigente hasta 2013, cuyo catálogo es una referencia en lo relativo a los estudios académicos de temas cubanos. Proyectos nunca rentables creados con fondos propios.
Cuando me casé en 1981 con Henri, el heredero de la corona luxemburguesa, recibí como legado la Fundación María Teresa que se dedicaría a ayudar a personas con dificultades o necesidades específicas dentro del propio país. Yo había estudiado Ciencias Políticas en la Universidad de Ginebra, pero siempre tuve claro que no me interesaba dedicarme a la política propiamente dicha, sino al ámbito humanitario. Siempre quise defender a los que no pueden o saben defenderse. Ese ha sido mi ideal. Al casarme con Henri me doy cuenta de que mi lugar es privilegiado y asumo entonces la presidencia de la Fundación del Gran Duque y la Gran Duquesa, llamada así en ese momento. Mediante esta fundación ayudamos a las personas necesitadas en Luxemburgo y lo hacemos de manera directa y eficaz, apoyándolos financieramente en la vida cotidiana, en cuestiones de salud, educación, entre otros aspectos. Esta Fundación hoy lleva mi nombre: María Teresa, y una de nuestras acciones actuales es dar apoyo a los refugiados ucranianos que acogemos tras el conflicto militar en este país. Por supuesto, dejó de convertirse en una organización de acción limitada dentro de Luxemburgo, para rebasar fronteras y estar presente en muchos otros lugares del orbe mediante sus acciones.
―Usted debe tener pocos recuerdos de Cuba, su país natal, pero su español es perfecto y siempre ha hablado con orgullo de su familia. ¿Cómo se ha mantenido el recuerdo de sus orígenes?
―Nací en La Habana en 1956 y viví los primeros años de mi vida en la casa de mis padres, José Antonio Mestre Álvarez-Tabío y María Teresa Batista Falla. La de mi abuelo, Agustín Batista González de Mendoza, construida en 1915, se encontraba en la calle 13, N° 651, esquina a B, en el barrio habanero del Vedado. Salimos todos en 1960 para el exilio y vivimos primero en Nueva York, en donde estudié durante un año en la escuela de Marymount y después en la Escuela Francesa, hasta 1965.
Cuba estaba siempre en mi hogar familiar. Mi padre tenía esa alegría típica cubana y era muy cálido, además de ser muy inteligente y gran deportista. Me contaba que en Cuba participaba en las competencias del colegio de Belén y también le daba clases a los jóvenes que no podían pagarse los estudios. Había sido campeón de mariposa, un estilo de natación muy difícil. Yo creo que parte de la decisión de mudarnos, primero para Santander (Cantabria) por breve tiempo en 1965, y luego para Suiza, era porque querían darnos a mí y a mis dos hermanos y hermana una educación cercana a la europea. Los colegios en Suiza eran muy buenos. Allí estudié por poco tiempo en el Instituto Marie-José de Gstaad, y luego en el Marie-Thérèse de Ginebra, en donde cursé hasta el fin del bachillerato.
Parte de la familia vivía en Miami y nos visitaba con frecuencia en Suiza. Mi abuela Nena, por ejemplo, pasaba temporadas con nosotros. Mi tío abuelo Eutimio (Tito, para nosotros) venía a visitarnos a Santander y hacía largas siestas por las tardes. Recuerdo perfectamente que cuando estábamos allá nos pedían que no hiciéramos ruido porque “Tito estaba haciendo su siesta”. Mi abuela María Teresa, se pasaba horas conversando conmigo, la mayor de sus nietas, y contándome sus recuerdos de Cuba, las fiestas de quinceañeras, las costumbres, el amor por su tierra. Falleció en 1973. Uno de los recuerdos familiares que conservo era el momento en que se hacía merengue y se ponían a batir huevos hasta conseguirlo. El merengue es mi magdalena de Proust, veo merengue y aflora todo el universo cubano y familiar.
―Usted se graduó de Ciencias Políticas en Suiza y fue allí, durante sus estudios, que conoció a Henri, heredero del Gran Ducado de Luxemburgo. ¿Cómo logró adaptarse a esa nueva vida en el seno de una de las familias más antiguas de Europa?
―Uno de los desafíos de mi vida fue adaptarme al medio en mi país de adopción. Mi expresividad, propiamente cubana, no era la norma en el contexto de la familia ducal. Mi risa, mi tono de voz, mi gestualidad son genéticos. No hay que olvidar que la familia real luxemburguesa está muy emparentada con la belga, la sueca, la noruega y la danesa, además de con los Orange que reinan en los Países Bajos.
Una de las características que me hacía diferente con respecto a lo que sucede en otras familias reinantes europeas es que no podía conformarme con el papel pasivo de la representación, es decir, dedicarme exclusivamente a cortar lazos y dar la mano a visitantes distinguidos. Yo necesitaba conservar una vida normal en la que lo mismo pudiera salir a la calle a hacer mis compras, que darme cita en un café o en un cine o teatro con mis amistades. Empecé a salir libremente, a mezclarme con la población luxemburguesa, y los habitantes parecían encantados de ver que yo frecuentaba los mismos sitios que cualquier otra persona.
―Entonces, usted introdujo grandes cambios en el estilo de vida palaciega y ducal…
―No sé si eran cambios grandes, pero en todo caso, puedo decir que empecé a hacer cosas que nunca se habían visto antes de mi llegada. Hay que pensar también que la familia ducal fue una de las primeras en las que el heredero de un trono se casaba con alguien que no pertenecía a la vieja nobleza europea. Mi esposo siempre fue consciente de la importancia del papel desempeñado por el cónyuge en un reinado y para él la monarquía siempre ha sido una pareja. Repite con frecuencia que sin su esposa no hubiera podido ser el monarca que hoy es.
Otro ejemplo que puedo evocar es el de la crianza de mis cinco hijos: Guillermo, Félix, Luis, Alejandra y Sebastián. Como se sabe, a todos los príncipes se les educa por igual como si todos fueran a ser monarcas, pero en realidad solo uno hereda el trono y, cuando accede a él, los demás desaparecen de los proyectores e, incluso, de la vida protocolar. Me di cuenta muy temprano de que yo tenía que resolver este problema antes de que se presentara, con lo cual desde el principio les enseñé a mis hijos que su hermano Guillermo, nuestro primogénito, tendría muchos privilegios, pero también una enorme cantidad de obligaciones y deberes impuestos por su condición de futuro Gran Duque de Luxemburgo. Hoy por hoy, todos mis hijos, autónomos y universitarios, son libres y saben exactamente en qué lugar están. Es más, cuando les pregunto si quisieran tener que afrontar la vida de compromisos y obligaciones de nuestro hijo mayor me doy cuenta de que prefieren permanecer en el lugar en el que están.
La otra gran novedad que introduje es mi dedicación, más allá de mis obligaciones de esposa de un jefe de Estado y de madre, a las causas humanitarias. Primero, a través de la fundación que recibí como legado en 1981 y, luego, tras la creación de Stand Speak Rise Up, en 2019.
―Usted, por supuesto, no enumerará todo lo que es capaz de hacer en pocos meses, pero basta asomarse a sus redes sociales, por Instagram, Facebook, etc., para constatar que, en lo que va de 2022, ha asistido a una gran cantidad de actos y eventos en los que su presencia es capital. A partir de enero de 2022, ha estado inaugurando el instituto de bachillerato Edward Steichen (en Clervaux), representando el foro de la Asociación SOS Villages d’Enfants du Monde (de la que usted garantiza el Alto Patronazgo); se ha reunido con el presidente de Portugal Sr. Marcelo Rebelo de Sousa, ha dado apoyo presencial al Centro Hospitalario de Luxemburgo por el Día Internacional de las Enfermeras; inauguró el nuevo edificio del Parlamento Europeo en Kirchberg; dio acogida a los refugiados ucranianos en su país; se ocupó del maratón Télévie de recaudación de fondos contra el cáncer, así como en el seno de la Cruz Roja; presentó su Fundación a la alcaldesa de Biarritz; se reunió con la primera dama de Polonia para abordar temas relacionados con los refugiados ucranianos, y estuvo también en la ceremonia en honor al príncipe Felipe de Edimburgo junto a la familia real británica en la abadía de Westminster… ¿Cómo logra hacer tanto y encontrar tiempo incluso para esta entrevista en medio de una mudanza que Usted misma dirige?
―Desde que llegué a Luxemburgo sentí la necesidad imperiosa de pertenecer de lleno al país que me acogía. Lo primero que hice fue aprender el luxemburgués, lengua que solo se habla en este país de unos 632 000 habitantes (la mitad cuando llegué en 1981) para integrarme plenamente a su vida. A sabiendas de la importancia de la Fundación que heredaba y de lo crucial que era para los ciudadanos del país, me dije que no podía conformarme con el plano nacional, sino que necesitaba ir más allá de nuestras fronteras.
Fue así como me convertí en embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO en 1997. A raíz de mi participación en causas humanitarias globales, la Universidad Seton Hall (Nueva Jersey) me otorgó su Honoris causa, así como la de León en Nicaragua. Intensifiqué mis visitas y mi participación directa en sitios en los que el UNICEF se destaca por su labor: Nepal, Malí, Tailandia, Bosnia, Laos, Kenya, Senegal, ayudando siempre a niños con dificultades. Creé el proyecto “Una mano extendida”, en Burundi, para visitar, sacar y reintegrar a muchos niños que están en las cárceles y que fueron absorbidos por la espiral de la violencia y la marginación en ese país africano. En 2006, la Representación de la Santa Sede ante las Naciones Unidas me otorgó el “Path to Peace Award”, un premio que se concede a una persona que haya sobresalido en el ámbito humanitario. Facilité su realización y me incorporé en 2016 al Foro Mundial sobre Trastornos del Aprendizaje, a sabiendas de que las dificultades para aprender se deben a razones mucho más profundas que podemos remediar.
―Y en 2019 surge entonces la idea de fundar Stand Peak Rise Up…
―En efecto. Tuve la oportunidad de participar en la conferencia que ofreció en Luxemburgo el Dr. Denis Mukwege, Premio Nobel de la Paz, sobre el tema de la violación de mujeres como arma de guerra, y quedé tan consternada por el destino de estas víctimas que esperé al final para preguntarle cómo podía ayudarle. Fue entonces que decidimos organizar, en marzo de 2019, en la Filarmónica de Luxemburgo, un Foro ante 1 200 personas influyentes en que 50 mujeres supervivientes de violaciones de guerra participaran en vivo y ofrecieran su testimonio. Fue un enorme desafío porque, en general, son personas que suelen ser muy reservadas justamente por los traumas profundos que han padecido. Fui testigo de cómo llegaron cabizbajas y apenadas por tener que hablar de sus pasados y los hechos ocurridos. El Foro les dio voz, las liberó y funcionó como una catarsis. Pude constatar cómo, al final y al cabo de cinco horas de intercambios, cambiaban. Nos abrazábamos, muchas lloraban de felicidad, eran otras personas.
Fue a raíz de este Foro, en septiembre de 2019, que se me ocurrió fundar, junto al Dr. Mukwege y a Céline Bardet, jurista del Tribunal Penal Internacional, la Fundación Stand Speak Rise Up que reúne hoy en día a tres Premios Nobel de la Paz y cuenta con la colaboración de Chékéba Hachemi, la primera mujer afgana diplomática, quien es mi consejera estratégica. Gracias a la Fundación podemos intervenir en Sudán del Sur, en la República Democrática del Congo y en Iraq ante las mujeres del grupo étnico Yezidi en colaboración con la ONG Nadia’s Iniciative; así como en Uganda, Bosnia y muchos otros lugares. En el consejo de administración me acompañan el periodista francés Stéphane Bern; la presidenta y fundadora de Afganistán Libre, Chékeba Hachemi; Céline Bardet, fundadora de We are NOT Weapons of War; Hugues Dewavrin, presidente de La Guilde du Raid; Peter Maurer, presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja; el sociólogo y diputado luxemburgués Charles Margue; la escritora francesa Véronique Olmi; el doctor y profesor Raphaël Pitti; Feride Rushiti, directora ejecutiva del Centro de Rehabilitación de Víctimas de la Tortura en Kosovo, del Dr. Frédéric Tissot y el profesor bengalí Muhammad Yunus, premio Nobel.
―Recientemente publicó junto con el periodista francés Stéphane Bern un hermoso libro titulado Un amor soberano en edición bilingüe (francés y español). ¿Por qué ese libro?
―Primeramente, debo agradecer a Stéphane Bern que, como sabemos, es uno de los periodistas más queridos de Francia y más comprometidos con el patrimonio de su país. Me ayudó a preparar este libro con el que Henri y yo celebramos nuestros 40 años de matrimonio. La edición la realizó la editorial parisina Albin Michel y el objetivo fue marcar este aniversario importante para nosotros, pero al mismo tiempo contar que mi historia de amor ha sido también con el pueblo luxemburgués.
Se trata de miradas cruzadas de mi vida con Henri, antes de casarnos, después del matrimonio, celebrado el 14 de febrero de 1981 en la catedral de Luxemburgo, y a partir del momento en que él dejó de ser el heredero del trono para convertirse en Gran Duque de Luxemburgo en el 2000. Hay muchos testimonios de personas con las que hemos trabajado y que nos han apoyado durante todos estos años.
Pero, además, quise terminar con algo sobre mis orígenes, con fotos de nuestros dos viajes a Cuba. Ha habido mucha confusión por parte de algunas personas que han escrito sobre mí y mis orígenes y pretenden emparentar a mis ancestros Batista, de origen camagüeyano y descendientes de Melchor Batista Varona, del siglo XIX, con los de Fulgencio Batista. En realidad, no estamos emparentados ni siquiera lejanamente. Mis antepasados de este apellido ya aparecen mencionados en la primera obra literaria cubana, el poema épico Espejo de paciencia, de Silvestre de Balboa.
Cuento mi primer viaje a la Isla, en 2002, completamente personal, en que quise mostrar al menos a dos de mis hijos el lugar de donde venía, pues aparecía siempre como un hueco negro en la memoria y ellos tenían y tienen derecho a saber que una parte de su historia es, independientemente de todo lo que sucedió, de ese país en donde están enterrados muchos de mis ancestros. Mi primo paterno Pedro Álvarez-Tabío Longa nos sirvió de guía durante ese viaje, pues él trabajaba como historiador y editor en La Habana.
―¿Algo de Cuba presente en sus comidas o en sus hábitos?
―Bueno, además de mi carácter y voluntad, en lo cual no se despinta mi parte cubana, creo que la capacidad y la fuerza para “rebondir”, como se dice en francés, es decir, para comenzar de cero y empezar de nuevo, cada vez que el destino o lo que sea nos pone una zancadilla y tenemos que volver a construirlo todo porque lo que habíamos creado se derrumbó o, simplemente, ya no está.
Además, me encantan los frijoles negros, el picadillo, la yuca con mojo y los tostones más que los plátanos maduros fritos. Mis padres, al final de sus vidas y poco después de mi boda, se fueron a vivir a Miami cuando ya estaban enfermos. Antes de que fallecieran, bastante jóvenes, por cierto, yo solía ir con frecuencia a la capital de exilio, algo que me permitía reconectarme con estos sabores tan nuestros. Tanto así que le enseñé al cocinero del castillo a hacer el picadillo y, para más felicidad, el dulce de leche, pero con el estilo cubano, no argentino, que también me encanta.
En el momento en que termino esta entrevista, SAR María Teresa recibe, el 1° de junio de 2022, la triste noticia del fallecimiento, en Ginebra, de su hermano Luis Laureano Mestre Batista, quien llevaba algún tiempo enfermo y a quien ella asistía. La unía a su hermano querido una gran complicidad y me pide que lo mencionemos en esta conversación en que sus orígenes y lazos familiares han estado muy presentes.
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