«Mírame, madre, y por tu amor no llores, si esclavo de mi edad y mis doctrinas, tu mártir corazón llene de espinas, piensa que nacen entre espinas flores», escribió el Héroe Nacional de Cuba, José Martí, a su madre Doña Leonor Pérez, cuando con 17 años era preso político del régimen colonial español con trabajo forzado las antiguas canteras de San Lázaro, donde en la actualidad se levanta el Museo de la Fragua Martiana, que recoge la trayectoria del más universal de los cubanos.
El amor a su madre fue una constante en la vida de Martí y su recuerdo la llama que la mantuvo viva hasta que hace 115 años, el 19 de junio de 1907 se quedó dormida para siempre a los 79 años, serenamente sentada en una poltrona, en la pobreza, casi completamente ciega y sin ningún respaldo oficial.
Según testimonios de quienes la conocieron pasaba mucho tiempo absorta en sus meditaciones, en los múltiples recuerdos de su amado hijo “Pepe”, al amparo de su hija Amelia en la casa comprada por los amigos de Martí, donde nunca recibió amparo alguno de la República que él concibió para los cubanos y con la dignidad que ella inculcó a sus hijos nunca reclamó al gobierno.
Tres de sus hijas, las hermanas de José Martí, Antonia, Carmen y Leonor, fallecieron antes que ella. También Doña Leonor perdió a varios de sus nietos, por las duras condiciones de la pobreza en que vivía toda la familia, donde la seudo república no protegía ni auxiliaba a los fundadores de la Patria.
Por si fueran pocos los sufrimientos familiares, tuvo que padecer las intrigas y traición al ideario martiano del primer presidente, Tomás Estrada Palma, que se convirtió en servidor proanexionista del gobierno norteamericano y para intentar eliminar la oposición disolvió el Partido de Martí, desarmó al Ejército Libertador y entregó la Isla a la voracidad de los ocupantes estadounidenses.
Al morir Doña Leonor, en un hipócrita gesto para intentar disminuir los efectos de todo su accionar, el gobierno interventor norteamericano dispuso guardar duelo oficial y que fuera sepultada a cuenta del Ayuntamiento habanero, en un pomposo sepelio que contrastó con la miseria en que ella vivió durante sus últimos años, lo cual fue condenado por muchos independentistas cubanos.
Leonor Antonia de la Concepción Micaela Pérez Cabrera nació en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, 17 de diciembre de 1828, en el seno de una familia acomodada donde aprendió a leer y escribir autodidácticamente, contra la voluntad de sus padres que lo consideraban entonces impropio de la condición femenina. Aún sin cumplir la mayoría de edad, llega Leonor a Cuba donde se estableció con su familia en La Habana, donde un premio ganado en la lotería le permitió a la familia comprar una amplia casa en la calle Neptuno.
Años más tarde contrae matrimonio con Mariano Martí Navarro, natural de Valencia, España, el 7 de febrero de 1852, y con quien procreó ocho hijos que por orden de nacimiento fueron José Julián, Leonor, Mariana Matilde, María del Carmen, María del Pilar, Rita Amelia, Antonia Bruna y Dolores Eustaquia.
En 1857 la familia se traslada a España, donde permanecerán hasta 1859 en que regresan a La Habana. En 1874 se establecen en México, donde se les une José Martí, quien había sido deportado a España en 1871 debido a sus actividades conspirativas. Más tarde, en 1877, la familia regresa nuevamente a La Habana, y poco después de la muerte de Mariano Martí, acaecida el 2 de febrero de 1887, Doña Leonor sale para Nueva York el 17 de noviembre, donde residirá junto a su hijo José hasta enero de 1888.
Como homenaje al insigne patriota cubano se funda en 1900, la Asociación de Señoras y Caballeros por Martí, con el objeto de adquirir su casa natal, hoy Museo Casa Natal ubicada en la actual calle Leonor Pérez 314 entre Egido y Picota en el municipio Habana Vieja. Al finalmente comprarla allí pasó Leonor sus últimos años en compañía de su hija Amelia y en absoluta pobreza.
Doña Leonor Pérez contribuyó decisivamente a la formación ética y moral que convirtió a su hijo en el más universal de los cubanos y el homenaje eterno a la memoria de este es también extensivo a quien le dio la vida y educó en los principios que guiaron su existencia.