Ver a Camille Thomas con el chelo entre las piernas, sentada en el medio de un salón, mientras toca Una furtiva lágrima, inevitablemente invoca lo erótico como parte del disfrute. En algún escenario, aunque fuese una vez nada más, amar debería ser de esa manera, y uno debería hacerlo una experiencia tan vital como ella lo hace. ¿Puede ser algo más sublime que representar el amor de tal suerte que se funda con este, indistinguible?
A amar también se aprende. No se llega allí de improviso, sino que esa maestría en el instrumento es resultado de años de disciplina férrea para domar, sin asesinar, la pasión que se lleva dentro. Amar desorganizadamente también tiene su atractivo, efímera, pero irrenunciable etapa de exploración que inicia el aprendizaje. Todo instrumento de cuerda es difícil, en la misma medida en que sus secretos tienen que ser revelados del frotar que logre extraer un alfabeto. No es lo mismo dominar el misterio revelado a través del roce de las cuerdas, que la burda invocación de algún geniecillo traído de vuelta por la mano torpe, que saca brillo a la lámpara.
Pudiéramos seguir por esa venida, pero temo que llegaríamos demasiado pronto a las puertas del parnaso y al abrirlas, ¿qué nos queda que no sea el ascenso? No menos dignas y más calmas son otras reflexiones que vienen a la mente cuando se oyen distintas tesituras.
Cuando Dire Straits irrumpió en la escena musical, la reacción fue de desconcierto. No eran un remanente de lo progresivo que fenecía, no cargaban el heavy metal, y tampoco se rendían al punk dominante. De cualquier modo, la guitarra de Mark Knopfler traía de regreso el misterio de la música que se insinúa para dejar ver, a través del entresijo de la ventana, la belleza. La belleza puede ser tierna mientras desconcierta.
Basta disfrutar de un número como You and your friend para darnos cuenta de lo que hablamos. Esa economía de recursos no es usual que pueda argumentar, con tal solidez, el ambiente que dibuja. No puede ponerse más ambiguo lo erótico: ¿Vendrán tú y tu amiga? / ¿Tú y tu amiga van a bajar? / ¿Vendrán tú y tu amiga? / ¿O tú y tu amiga me van a defraudar?
Escocés de nacimiento, inglés de crianza, Knopfler le trae a cada pieza una nostalgia del oeste, un poco de eso que llaman country music, aunque más western, pero filtrada tras una decantación destiladora que esconde el origen, no con pretensión del fraude, sino de misterio. El solo que acompaña a la pieza mencionada es un ejemplo maestro de esa técnica de transparentar las influencias para que queden ocultas a la vista de todos. Pero, al final, no se trata de eso, búsquense un cómodo relleno desde donde escucharla y refúgiense en un anochecer marítimo. Con las especias adecuadas, el momento puede ser sublime.
Más desconcertante es Private investigator, una pieza que se niega a ser clasificada, y cuya cuidadosa composición de sonidos arropa una letra que bien pudiera ser para un film noir. Si alguna vez Philip Marlowe necesitó una música, es esta. Una guitarra que interrumpe momentos de reminiscencia española con desgarres del rock más canónico. Ese nivel de composición tenía que resultar inaudito para un público amaestrado en el sentido brutal del punk.
Knopfler le confesó a Jamie Dickson, que «logro algunas cosas a expensas de descuidar otras. Realmente siento que mi habilidad ha sufrido como resultado de estar tan preocupado escribiendo canciones» y luego, con la naturalidad de los que no tienen ya nada que demostrar, acarició la idea de tener un maestro de guitarra que lo visitara dos veces a la semana, para enseñarle algunas cosas prácticas que le gustaría entender. Estamos hablando del guitarrista al que la revista Rolling Stones consideró entre los 30 mejores de todos los tiempos, con tres doctorados honorarios de las universidades británicas.
Las letras de Mark son las que necesitan los sonidos, en ocasiones lánguidos, de sus canciones. Hay algo de recuerdos en cada pieza y no necesariamente son los suyos. Bien pueden ser los de otros, quizá nosotros. Nada testifica mejor ese temple de paraíso perdido en sus creaciones, que Brother in arms. Compuesta en el ambiente que le siguió a la guerra de las Malvinas, narra desde la perspectiva de un soldado moribundo, sus últimas reflexiones contra la guerra.
«Estas montañas cubiertas de niebla / son ahora un hogar para mí» comienza una canción que es capaz de terminar confesando: «Déjenme despedirme / todo hombre ha de morir / pero está escrito en la luz de las estrellas / y en cada línea de la palma de tu mano / somos tontos de hacer la guerra / a nuestros hermanos de armas».
Mientras oigo el solo de guitarra que le sigue, uno de los más sublimes de la historia del rock, no puedo dejar de pensar en la manera en que Camille invoca hacer el amor, tan parecido a como Knopfler pide que renunciemos a la guerra. La guerra, esa vil violencia de los que imponen sus desigualdades, y esa triste necesidad de los que se le resisten.
Apaguemos la vela, cerremos los ojos, y sintamos el chelo como guitarra y la guitarra como chelo, palpada de diluvios apacibles.