Mi postura política es ser madre.
Amelia Calzadilla
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Amelia. Es ese, quizá, el nombre más repetido en las redes sociales de cubanos, aquí y allá, ahora mismo. Amelia, la muchacha que estalló. Amelia, la madre de tres niños. Amelia, la del Cerro. Amelia, la traductora. Amelia, la Mariana. Eternamente, Amelia.
Su directa, en la que comenzó quejándose por los precios de la electricidad para quienes no tienen otra forma de cocción de los alimentos y avanzó en un discurso explosivo y desafiante recorriendo las angustias que aprietan el pecho de madres y ciudadanos cubanos en general desde hace décadas, se ha vuelto LA NOTICIA. Opiniones, llamados, críticas, memes, apostillas, convocatorias, dibujos, canciones, una marejada de otras directas en las que muchos más se sacan de las entrañas sus propias pesadumbres… inundan los solares del ciberespacio.
Aunque para Cubadebate, una de las voces mediáticas del poder en la Isla, se trata de «un ejemplo de manual de lo que se llama gestión de la irritación», con el gran objetivo de «manipularte e inducirte a una respuesta emocional que no es solución», que desconoce que «el país, junto al Gobierno y el Partido, trabaja a brazo partido por salir adelante, sobreponernos, avanzar»; y que «la salida a esta situación es trabajar duro, destrabar los problemas, producir más y no cansarnos»…
Aunque para la burocracia empoderada y sus repetidores de lemas, digo, esta mujer no representa a las más esforzadas y sacrificadas madres cubanas —a juzgar por sus uñas acrílicas, una lámpara de su casa y su cuenta de electricidad de 6 mil pesos—… la gente, los vecinos del batey derruido en que se ha convertido la nación, saben lo que es genuino. Y esta madre, a no dudarlo, es tan genuina que estremece.
Con una licenciatura en Lengua Inglesa y como segundo idioma el francés, según supimos por ella misma en una segunda transmisión, Amelia escogió sin embargo —bajo el rapto tremendo de su indignación— las palabras más claras y duras. Las mejores. «¿Hasta cuándo el pueblo va a seguir pagando las comodidades de ustedes?»; «No hablen más mierda»; «Coño, vendan el país, véndanlo, véndanlo por provincias. A lo mejor a Canadá le importa. Véndanselo, para que creen trabajo, para que la gente se gane su dinero dignamente»; «La gente, cuando no trabaja, se le bota por falta de idoneidad. Y ustedes no son idóneos»; «No quiero escuchar más discursos, ni la madre de un tomate»; «Y como yo hay miles de personas, pa’ que te enteres. Y ni somos gusanos, ni recibimos dinero del Yuma…».
Así, de interpelar a los mandantes, pasó como un bólido a los mandados/agobiados /reprimidos: «Pueblo de Cuba, madre cubana […]: ¿Cuánto más vas a aguantar?»; «Ya yo no puedo más, y si tú estás como yo, que tampoco puedes más, vamos a unirnos».
Lo que sobrevino y que supongo tendrá ecos por largo tiempo, aunque la lucha diaria por la supervivencia y la vorágine de las redes tiendan al olvido inmediato, fue una llamarada, un calentón más a la olla que los de arriba pretenden mantener por el mango, para seguir cocinando su comodidad y los de adentro reventarán algún día.
No obstante, de los ocho minutos y cuarenta y dos segundos que duró el terremoto Amelia, que tanto habremos de agradecer, hay dos segundos (entre los 8:19 y 8:21 de transmisión) que me impactaron sobremanera. Son aquellos en los que pasa por detrás de la madre, como una leve sombra asustadiza, una de sus hijas. Se asoma fugazmente a la pantalla contra la cual gesticula su mamá y sigue, quizá a un rincón de la casa, tal vez a los brazos de papá o abuela; acaso a contarle a sus hermanitos.
¿Qué será de la vida de esa niña a la vuelta de cinco, diez, quince años? ¿Cuánto habrá visto ya sufrir a su mamá hasta llegar al desborde emocional de esta explosión? ¿Cómo armonizará el discurso triunfalista, que debe escuchar seguramente día a día en la escuela, y las penurias que oye conversar a sus mayores en casa?
¿Y cuando sea una adolescente, querrá estudiar en la universidad, como su madre, o simplemente irse, irse lo más pronto y lejos posible, para tener, al fin, una vida digna que no se sustente en colas, absurdos y ayudas del extranjero para poder comer, calzar y vestir?
¿Qué tiene Cuba que ofrecerle a esta pequeña? ¿Y la salud mental de su madre, que como tantas madres cubanas, sufre golpes constantemente, la acompañará incólume para verla formarse y decidir lo mejor posible su destino?
¿Y sus hermanitos, habrán pasado o pasarán sustos similares a los de ella? ¿Les amargarán su mundo, que ahora solo debería estar poblado de juegos y aventuras? ¿Necesitarán, quizá como la propia Amelia, un remanso de paz y tranquilidad (o hasta ayuda especializada) para estabilizarse entre tantas tormentas?
Son solo dos segundos. Una niña que pasa. Y un futuro, que a ella, a su familia y a nosotros —a todos nosotros— nos interpela con cara llorosa.