Yudisbelkys Pozo ya perdió la cuenta de las veces que ha ingresado a su hijo Yadián en el hospital. Desde que tuvo la primera crisis, con año y medio de edad, hasta hoy, han sido muchas.
«Cada vez que me dice: «mamá, estoy cansado, no puedo caminar», sé que hay que correr, porque tiene la hemoglobina por el piso».
Solo en 2022 han tenido que tratarlo en cuatro ocasiones en el pediátrico Pepe Portilla, de la ciudad de Pinar del Río.
«Una vez llegó con la hemoglobina en 2,8; otra en tres, otra en tres y pico… Por eso ha habido que ponerle muchas transfusiones.
«Hemos tenido momentos en que, con una bolsa de 500 mililitros (ml) no ha resuelto, y a continuación ha sido preciso ponerle otra de 250 ml».
Yadián padece de sicklemia (anemia drepanocítica o falciforme), una enfermedad genética cuyos pacientes tienen glóbulos rojos anormales (en forma de media luna), que se atascan en los vasos sanguíneos, bloquean el flujo y provocan severas complicaciones en el organismo.
Cuentan que, con cuatro años, fue el niño más grave que hubo en terapia y hasta le dio un infarto.
Sin embargo, gracias a una atención esmerada de los médicos y a la sangre de no se sabe cuántos donantes voluntarios, el pequeño ha logrado salir adelante una y otra vez.
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De una manera anónima, sin otro incentivo que el deseo de ayudar a salvar vidas, un ejército de más de 16 000 personas de todos los sectores de la población asegura en Pinar del Río el programa de donaciones de sangre.
En sus venas está la garantía de los pacientes que en los hospitales del territorio requieren una transfusión, y también un apoyo significativo a la industria farmacéutica del país.
Por más avanzada que esté la ciencia, la sangre sigue siendo indispensable en la recuperación de muchas personas, pues no existe un sustituto para ella. Así lo afirma la doctora Olga Lidia Licort, directora del Banco Provincial de Sangre.
De ahí la importancia de este programa en el que intervienen, de conjunto, el Ministerio de Salud Pública y los Comités de Defensa de la Revolución.
Olga Lidia Licort asegura que, ni siquiera en los meses más duros de la pandemia, el trabajo se detuvo.
«Todo el tiempo nos mantuvimos activos. Incluso hubo donantes que tuvieron la covid-19 y luego accedieron a donar su plasma, que tenía anticuerpos, para el tratamiento de otros pacientes con la enfermedad, y gracias a eso otros mejoraron mucho».
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Rodolfo López recuerda que fue tras un accidente masivo en la Loma del Abra, a mediados de la década de 1980, que decidió donar su sangre por primera vez.
Entonces tenía 17 años y, conmovido con la tragedia, les aseguró a los médicos que tenía 18, para que le permitieran hacerlo.
A partir de entonces se convertiría en donante asiduo, y a sus 54 años de edad posee alrededor de 500 extracciones.
Dos de ellas las realizó de brazo a brazo, en el sur de Angola, para dos compañeros heridos en combate.
Cuenta que también ha donado para pacientes de la COVID-19 o con otras complicaciones.
«A principios de año, por ejemplo, me llamaron de urgencia por una niña con lupus que estaba grave», recuerda.
Una vez estaba de visita en La Habana y se enteró de que una familia del barrio necesitaba una transfusión para su hija. Preguntó cuál era su grupo sanguíneo, y cuando le respondieron que O+, como él, no dudó en ayudar.
Esa fue de las pocas ocasiones en que ha conocido el destino de su sangre. La gran mayoría de ellas solo ha sabido que hay alguien enfermo que requiere de un donante para mejorar.
«Siempre voy corriendo a la hora que nos llamen. Para eso estamos.
«Hay compañeros de trabajo que me preguntan por qué lo hago, y les respondo que estoy en esto desde que era casi un niño, voluntariamente, por la satisfacción de salvar vidas, y que mientras la salud me acompañe lo seguiré haciendo».
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Con la mochila lista para irse de alta del pediátrico Pepe Portilla, una vez más, Yadián Hernández Pozo habla de la escuela Abel Santamaría, en la que cursa el cuarto grado, de lo que ha aprendido en ella, y de sus amiguitos del aula.
Cuenta que le gusta leer y escribir, y conocer cosas nuevas, y que ojalá su enfermedad no lo hiciera faltar tanto a clases.
También sigue la pelota y el fútbol, y hasta ha llegado a jugarlos una que otra vez, cuando ha estado compensado.
Quien lo ve hoy, alegre y vital, no imagina que hace cuatro días hubo que transfundirlo, porque tenía la hemoglobina en cinco, ni que detrás de su sonrisa está el gesto humano y hermoso de los donantes de sangre.
Pero Yadián sí lo sabe. Por eso quisiera conocerlos un día para darles las gracias personalmente.
A Rolando Rodríguez también le gustaría conocer a las personas que ha ayudado con sus más de 300 donaciones, desde que era un muchacho de 18 años.
Dice que su papá también fue donante y que, inspirado en él, decidió seguir con esta tradición. «Para mí es un orgullo aportar mi granito de arena a la salud de una persona. Además, con la sangre se hacen medicamentos y vacunas, y yo tengo dos niños que en algún momento los podrían necesitar».
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Ni Yudisbelkys ni Yadián saben quién es Rolando. Pero es muy probable que el pequeño haya recibido su sangre alguna vez. Los dos viven en la ciudad de Pinar del Río, llevan el grupo A+, y mientras uno ha acudido periódicamente a donar, el otro ha necesitado decenas de transfusiones en los últimos diez años.
Quizá hasta se han cruzado en más de una ocasión, en la calle u otro sitio, sin sospechar que en las venas de ambos corre la misma sangre.