Llenó de premios a su país, con la gloria de los humildes, sin pedir nada a cambio. Renunció a ser millonario, porque prefirió que su gente lo parara en cualquier esquina y le prodigara el cariño que se ganó, no con su fama sino con la sensibilidad y la nobleza que le brotaban de sus puños.
En él se mezclaban, cual mágica amalgama, la rudeza que se vive en el ring, la demoledora fuerza de su pegada, y la humanidad que recorría su gigantesca geografía muscular. Era, al mismo tiempo, temido y admirado por sus adversarios. Pocos pudieron sostenerse en pie ante sus manos, las que desembarcaba con pulido estilo técnico, lo que hacía más contundente el golpe.
Pudo ganarse otro trofeo, el de la impuntualidad, pero no por irresponsable. Para él ninguna cita estaba primero que un hombre, mujer o niño que le pidiera un autógrafo o hablar con él; eso sí, llegaba temprano si alguien necesitaba una ayuda, aunque tuviera que quitarse algo suyo, como un motor de agua, porque su vecino no tenía; o ante el viático que debía dársele al periodista de Juventud Rebelde, Elio Menéndez, quien lo acompañaba en un evento en España, cuando les dijo a los organizadores, sacándose del bolsillo un sobre: «este, que es el mío, es el de él, ahora falta el mío». Tenía el don de hacer amigos, en el «primer round» de cualquier encuentro, por fortuito que este fuera.
«Mi mayor acierto en la vida ha sido querer a mi pueblo», nos dijo para el libro Fama sin dólares, que compartí con el colega Rafael Pérez Valdés.
Teófilo Stevenson Lawrence, quien se despidió de nosotros hace hoy diez años, era mucho más que un pugilista tres veces campeón olímpico y otros tantos mundiales. Era y es un ser humano excepcional. Alberto Juantorena, otro tan grande como él, bicampeón olímpico y mundial de los 400 y 800 metros del atletismo, nos dijo: «Él es el deportista más famoso de Cuba; en cualquier lugar del mundo es referencia obligada; es quien mejor encarna al deportista cubano».
Era tan sincero como la fuerza de su mano derecha. Nos dijo que nadie le puso un cheque en blanco en la mano. «Eso no existe, aunque sí corrieron detrás de mí para que firmara como profesional». Aquel 11 de junio de 2012, cuando su corazón de campeón se detuvo, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz dijo: «Ningún otro boxeador amateur brilló tanto en la historia de ese deporte. Ningún dinero del mundo habría sobornado a Stevenson».