LA HABANA, Cuba.- No sucedió tras las protestas del 11 de julio, cuando la policía encerró en las cárceles a tantos menores de edad, a centenares de padres y madres que eran el sostén de sus casas y vieron a sus familias hundirse en un desamparo absoluto. Tampoco ocurrió durante los procesos judiciales contra los manifestantes, aunque no faltaron valientes que procuraron unir a los afectados en causa común por la libertad y la justicia. No sucedió entonces porque la persecución de la Seguridad del Estado fue atroz, y muchas madres callaron por miedo a empeorar, con sus reclamos, la situación de sus hijos presos.
Casi un año después vuelve a manifestarse con fuerza la indignación popular a través de madres desesperadas, que plantan cara al régimen por las pésimas condiciones en que viven junto a sus hijos. Tras la directa de Amelia Calzadilla, una cubana que rebasó el límite de lo humanamente soportable, varias madres se han atrevido a denunciar la rutina de privaciones y abusos que sufren por culpa de absurdas políticas gubernamentales.
Ese clamor que todavía no se lanza a las calles, acontece en días de incomunicación para miles de cubanos. Desde que inició la Cumbre de las Américas, la sociedad civil independiente tiene restringido el acceso a Internet para garantizar la univocidad del régimen sobre lo que ocurre en la cita continental. Sin embargo, las afectaciones han sido tan prolongadas y de tan amplio alcance en la población, que ya el problema empieza a dar mala espina.
Represión y éxodo no han podido aplacar el malestar de la gente. Se acerca el 11 de julio y la dictadura teme una conmemoración masiva, esta vez liderada por madres que prefieren ir a prisión antes que continuar soportando calladas la escasez que tiene a sus hijos mal alimentados, sin medicinas ni zapatos; en muchos casos viviendo en condiciones de hacinamiento e insalubridad, con peligro para sus vidas.
Los cubanos no solo han alcanzado un extremo de pobreza y agotamiento superior a la crisis de los años noventa. También les ha tocado padecer a una casta política incapaz de aliviar -no ya solucionar- el desastroso impacto de seis décadas de estalinismo, al cual se suman la resaca de la pandemia, la crisis económica mundial y la guerra en Ucrania.
La desesperación de esas madres que hoy hacen directas para decir “basta ya”, se encuentra muy distante de los voceros que en la Cumbre de los Pueblos defienden la memoria de una Revolución que no existe, y en cuyo nombre han desangrado a la nación cubana.
Ya los nacidos en esta tierra no quieren escuchar sobre las trabas que impone el bloqueo. Todo lo que saben es que sus compatriotas emigran por decenas de miles, Estados Unidos flexibiliza sanciones, la Asamblea Nacional aprueba resoluciones y se implementan más de sesenta medidas para impulsar la agricultura, pero cada día hay menos comida en el país.
Madres como Amelia se hartaron de promesas y justificaciones que solo agravan la miseria en que viven, mientras la plana mayor de la dictadura exhibe su repugnante obesidad y GAESA no detiene su plan inmobiliario aunque los expertos aseguren que la economía está cayendo en picada.
Los apologetas del régimen no reparan en tales contradicciones. No les interesan. Para ellos, las madres como Amelia son soldados desechables que pueden aspirar, si acaso, a la catarsis. Quienes en la Cumbre de las Américas defienden el sistema que ha destruido a Cuba, no quieren saber de madres que se quejan, ni entienden por qué se quejan. Hace mucho tiempo esos “amigos” de Cuba decidieron que a los cubanos les toca resistir y morir heroicamente, para que ellos puedan continuar haciendo lobby a favor de la izquierda que salvará al mundo mediante la esclavitud moderna y el exterminio solapado.
La pobreza de Cuba ya es idéntica a la que muestran con preocupación en Naciones Unidas, pero atribuida al Congo, Guatemala o Malasia. La de Cuba nunca se menciona; es un mal necesario para alimentar el ego de los fidelistas del mundo, que no aguantarían un mes en la Cuba que destruyó Fidel.
“¡Vendan la Isla!”, grita Amelia y lleva razón. No se trata de anexionismo ni apoyo a una eventual invasión. No es un hashtag burlón pidiéndole a Elon Musk que compre Cuba. Es una solución práctica para los que sufren; sobre todo para esas madres que no quieren ser reverenciadas, ni ser heroínas en discursos ajenos, ni que vengan los izquierdosos de cualquier parte del mundo a decirles cuánto admiran la resiliencia del pueblo cubano.
Las madres cubanas no quieren admiración. Quieren viviendas dignas, criar a sus hijos sin el agobio de las colas y los apagones, acceder a un sistema de salud abastecido, costear con su salario el bienestar de su familia, sin tener que depender de una moneda extranjera. Quieren, de hecho, permutar con los admiradores de la resiliencia antillana, para darles la oportunidad de probar a qué sabe el socialismo real, y se pregunten si esta ruina es lo que quieren para sus países en lugar de democracias imperfectas, cierto, pero funcionales.
Ya se ha dicho antes desde estas páginas: cuidado con el dolor de las madres cubanas. Cuidado con la frustración que causa ver a un hijo lleno de granos y ahogado en llanto sin una crema que le alivie el escozor. Cuidado con la impotencia de ver a un hijo señalar la golosina que no le puedes comprar, porque si lo haces, no comen tú ni él en una semana. Las madres solo callan y se aguantan por temor a dejar a su prole desprotegida. Cuidado con esa ira que crece hacia adentro, porque cualquier día de estos, también por sus hijos, va a estallar.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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