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Harold López: “No me interesa pintar algo que no haya visto primero con mis propios ojos”

Conocí la obra de Harold (La Habana, 1977) cuando él andaba investigando y creando para la serie Discurso fragmentado.

De ese descubrimiento y de la consecuente frecuentación con el artista, nacieron, entonces, estos apuntes en mi cuaderno de nota:

Árbol y luego bosque, reza el refrán africano. La unidad como condición esencial para la existencia de lo múltiple. El individuo como pilar de ese ente amorfo que llamamos masa. El discurso fragmentado como parte de los meta relatos que la posmodernidad se empeña en dinamitar. Las palabras de andar por casa vs. las que se lanzan, casi siempre como admoniciones, desde tribunas y púlpitos.

La gente está suficientemente ocupada con la dura tarea de existir. ¿Llegan nítidamente hasta ellos los parlamentos, las consignas, las inflamadas proclamas que se emiten desde las distintas instancias de poder? ¿O cada cual recibe el mensaje y lo acomoda de acuerdo a su leal saber, en un juego dialéctico de consenso y disenso?

–¿Estás oyendo lo que dicen en el noticiero? —le pregunta el padre al hijo; el tema es el insoportable ruido ambiente.

–Si —responde éste—, tienen razón, pero eso no va conmigo —y sigue escuchando su música a todo volumen o martillando a altas horas de la noche o discutiendo de acera a acera con un vecino.

¿Hemos perdido la capacidad de escuchar o ha envejecido el discurso?

Por estas telas pasan cubanos de hoy. Las obras parten de instantáneas fotográficas. Al fondo, un cartel que no alcanzamos a leer. ¿Será importante lo que anuncia o proclama? Seguramente sí, pero el asunto es saber para quién.

Mientras tanto la gente sigue su curso. Toma una idea de aquí, una frase de allá, la repite o la somete a crítica, pero no se detiene. Para el hombre de a pie que busca empoderarse a través de representantes legítimos, de servidores públicos honrados y eficientes, el discurso debe darse en ambas direcciones; ya no quiere ser solamente receptor; él emite también y, en última instancia, lo que emane desde el poder han de ser elaboraciones del discurso individual, revisiones de verdades establecidas, adecuaciones del verbo a la vertiginosamente cambiante realidad. El momento en que el discurso se convierte en una secreción más del diario existir.

Harold López. Foto: Pedro Malinowski.

De allá para acá la obra de Harold no ha hecho sino crecer. Cambian los escenarios, pero se mantienen los protagonistas, hombres y mujeres jóvenes que esperan por algo que ellos mismos no sabrían definir, en un compás denso de horas, días y meses de desidia que el artista deconstruye y refleja desde un ángulo empático. Él piensa que el sentido de su trabajo es dejar constancia de una era: no la juzga, mucho menos la explica.

La carrera profesional de Harold comenzó en el 2000, con la muestra personal Pophitmodernatura, en la desaparecida galería habanera Fama. Desde entonces ha exhibido con éxito su obra en Alemania, Holanda, España, México, Colombia, Estados Unidos y, por supuesto, en Cuba. Del 2021 es la más reciente exposición personal: Pausa, realizada en Artis 718, galería también de la capital.     

“Reciclables”, 2008. Óleo sobre lienzo, 125 x 160 cm.

¿Cómo, cuándo, descubriste que eras un artista?

 Siempre me gustó dibujar. Recuerdo que me destacaba en eso durante las primeras etapas de mi formación escolar, hasta que llegué a la Academia de Bellas Artes San Alejandro, donde fui uno más. Allí había mucho talento y era muy difícil sentirse especial entre tanta gente interesante. Soy una persona poco práctica; cuando voy a algún sitio, no tomo el camino más corto, sino el más agradable. Le doy mucha importancia a lo estético y a lo subjetivo. Pero imagino que comencé a considerarme artista después de que me gradué y empecé a exponer con regularidad, y a ser aceptado como tal.

¿Tienes una definición de lo que significa ser artista? ¿Se puede ser buen pintor y no ser un artista? ¿Y lo contrario?

Un artista es una persona que apela a recursos estéticos para expresarse. Ve la vida de otra manera y, por eso, plantea las cosas de forma diferente. Es un testigo de su tiempo, su función no es resolver problemas, es dejar testimonio. Puedes ser un buen pintor y no ser un artista, pero hay muy buenos pintores que son grandes artistas.  La pintura es una de las artes más tradicionales y reconocidas, aunque no es el único medio que existe, ni siquiera el más eficaz hoy día. A muchos artistas en la actualidad la pintura no les interesa como lenguaje expresivo, y esto no les resta ningún mérito; al contrario, ellos abren otros caminos.

Describe brevemente tu proceso formativo en el sistema nacional de la enseñanza artística.

Mi incorporación en la enseñanza artística comenzó a principios de los 90, cuando ingresé en un politécnico de artesanía. Allí nos impartían clases de fundamentos del diseño, dibujo artístico… Fue una experiencia definitoria. Pude realizar prácticas en el taller de cerámica de Cubanacán, donde conocí la obra de Sosabravo, Fúster, Velázquez Virgil, entre otros grandes ceramistas de Cuba.  Esa escuela fue mi trampolín hacia la Academia, despertó mi inquietud por la creación. Desafortunadamente, no recuerdo el nombre de la maestra de dibujo que me llevó por primera vez al Museo Nacional de Bellas Artes.

Mientras terminaba aquel politécnico, matriculé en un curso preparatorio en el Taller de Manero, dirigido por el pintor Alberto Figueroa. Allí recibí clases de dibujo con mayor rigor y participé en conversatorios y otras actividades interesantes que se daban en un ambiente creativo muy estimulante. Era un lugar valioso que seguí frecuentando después.

Inmediatamente entro en San Alejandro. Corría el año 95, una época muy difícil en Cuba; la enseñanza artística es muy cara, pero en nuestro país es totalmente gratis, y, pese a las inmensas limitaciones y carencias, no se interrumpió. Teníamos en el programa muchas clases teóricas y pocas de la práctica en sí. Yo escogí pintura como especialidad. De cinco días a la semana, solo pintábamos un día y medio. La carrera duraba tres años solamente. Desde el inicio del tercer curso te encontrabas con que debías presentar una pretesis, y luego se te venía encima la tesis, casi sin preparación técnica. Pero fue, definitivamente, mi época más feliz como estudiante. Recuerdo con especial cariño las clases de dibujo con Isabel Santos y Mirta Santana, los talleres de creación artística con Edel Bordón, las clases de grabado con Eduardo Hernández, que siempre nos llevaba un libro de algún gran artista para provocar debates interesantes, las clases de pintura con Inés Garrido. Pienso también en Miguel Angel Pulgarón, un escultor que inauguró el taller de orfebrería donado por unos catalanes a San Alejandro, y que, aunque mucho lo intentó, nunca logró interesarme en esa práctica. Pulgarón nos acompañaba en nuestras locuras como uno más de nosotros, y aprovechaba para aconsejarnos y dejar su granito de arena en la formación de cada cual. Ya en el último año vino la preparación de mi tesis con Rocío García y su visión tan pragmática, que te enseña a pensar y a cuestionarte constantemente lo que estás haciendo. Rocío logra comunicar muy fácilmente porque te habla de forma directa, con explicaciones claras y sencillas, sin demasiados rebuscamientos. Te enseña trucos, como pintar con un espejito cerca para ver la imagen invertida y detectar con facilidad los errores que vas cometiendo. Nos contaba anécdotas increíbles de su etapa de estudiante en la entonces Unión Soviética, como la vez que Moiseyenko metió un caballo en el taller donde les impartía sus clases de pintura. Es una suerte poder contar todavía con sus consejos. Nunca he podido pintar sin el dichoso espejito ese de Rocío.

¿Te prepara suficientemente la Academia para la vida profesional como artista?

En la Academia no hay tiempo para prepararse para lo que vendrá después. Te dota de algunas herramientas, te acorta el camino,  y te introduce en temas que luego te toca a ti desarrollarlos en la vida profesional. Conoces personas valiosas entre compañeros de clase y profesores, que te enseñan a pensar de otra manera. Mis gustos con relación a la Historia del Arte cambiaron radicalmente allí. Durante ese proceso conocí artistas universales que me influyeron notablemente, hasta hoy. Si yo no hubiera pasado por la Academia, no hubiera sido el que soy. Creo que nadie puede prepararte lo suficiente, la vida profesional de un artista es demasiado dura. El mundo actual no está hecho para los artistas.

¿Cuándo sales por primera vez al exterior a exponer?

En el año 2009, fui a España con destino a Barcelona. Mi primer impacto fue cuando me vi haciendo escala en Madrid, rodeado de pantallas con la información de los vuelos hacia tantas ciudades de todo el planeta; no podía creer que el mundo estuviera tan interconectado, que la gente se moviera tanto. Parece una tontería, pero fue una impresión tremenda.

Luego vi como era la vida del emigrante, como las personas trabajaban en lo que podían y no en lo que le gustaba, o para lo que habían estudiado, la importancia de tener un trabajo para poder vivir. Ya casi a mi regreso, en la inauguración de una expo colectiva en Barcelona se me acercó una pareja de brasileños que llevaban toda la noche mirándome como a un bicho raro, porque se enteraron de que yo era cubano; comenzaron a hacerme preguntas sobre cómo había logrado viajar, porque, según ellos, los cubanos no podían salir de la isla y daban por sentado que yo no iba a regresar. Así me enteré de la visión tan parcializada que tenían de Cuba y de los cubanos muchas personas en el mundo.

Visité los grandes museos de Madrid y Barcelona. Me iba casi todas las tardes al Museo Picasso, porque la última media hora era gratis. Vi exposiciones maravillosas que me hicieron comprender que los pintores más grandes no eran los que mejor pintaban, sino los que veían las cosas de manera diferente y así las plasmaban, a veces de forma muy sencilla, sin tanto virtuosismo.

“Dame la D”, 2016. Mixta sobre lienzo, 150 x 190 cm.

¿Cómo llegaste a tu poética actual? ¿Hubo etapas anteriores identificables?

Ha sido un camino muy largo. El principio es lo más duro, pero trabajando vas descubriendo cosas. Una obra te lleva a la otra, como los peldaños de una escalera. Lo más difícil es qué vas a decir, no cómo lo vas a decir. Pero ahí te salva tu acervo intelectual, las fuentes de donde bebes y tu propia persona. Un artista debe tener claro que es un emisor de formas y mensajes. Es por eso que debe ser muy selectivo con sus gustos, porque de ellos inevitablemente saldrá algo en el transcurso del tiempo que puede influir en otras personas.

“Dame la O”, 2016. Mixta sobre lienzo, 125 x 160 cm.

Por lo regular tus cuadros parten de imágenes fotográficas tomadas por ti. ¿No es suficiente la fotografía para expresarte? ¿Se ha dado alguna vez el caso de que la foto sea mejor que el resultado conseguido sobre el lienzo?

La fotografía es solo un recurso que utilizo, no es un fin en sí misma. Si quiero pintar a una persona que está riendo a carcajadas no puedo utilizar un modelo para eso, me resulta más natural atrapar in fraganti a alguien en ese momento por medio de una foto. Nunca una fotografía que yo realice va a ser mejor que mi pintura, porque no soy fotógrafo ni me interesa serlo.

Por otro lado, el acto de pintar es una acción muy íntima para mí, que requiere de mucha concentración y esfuerzo. No me veo haciéndolo delante de modelo alguno, y la fotografía me soluciona esto. En muchos casos soy mi propio modelo, porque no necesito explicarme lo que quiero lograr.

Comencé una serie de corte documental en el año 2015 que se tituló Discurso fragmentado. Retraté a las personas caminando en la calle, me escondía en algún lugar o simulaba que estaba fotografiando otra cosa mientras pasaban por delante del lente y lograba la naturalidad que estaba buscando.

Dos años después inicié la serie Stand By, más autobiográfica e intimista. Greitel, mi esposa, y yo éramos básicamente los protagonistas de las fotos que hice para componer esas obras, porque hablaba de nosotros mismos. Por otro lado, no me interesa pintar algo que no haya visto primero con mis propios ojos, no soy de imaginar mundos y criaturas, como hacían los surrealistas. Mi pintura es muy realista en ese sentido, tengo que partir de algo que me asegure que lo que estoy representando realmente sucedió.

¿Cómo describir tu filiación estética? ¿Tienes que ver con el neoexpresionismo? ¿Cuáles son tus paradigmas nacionales e internacionales, artistas que sientas han dejado una huella en ti, aunque esta no siempre sea visible? Pienso, por ejemplo en Hooper.

Mis influencias principales en la pintura vienen del impresionismo en adelante. La pintura que hoy se realiza surge de allí básicamente. Creo que entre Gauguin y Van Gogh hicieron gran parte de la tarea.

En Cuba, la obra de los ochenta de Humberto Castro me impresionó en mi etapa de estudiante. Hoy me gusta mucho Julio Larraz, cada cuadro que veo de él es una agradable sorpresa. Del arte universal están Munch, Bacon, Lucien Freud, los expresionistas abstractos norteamericanos, el arte pop. En mis viajes a San Francisco conocí la obra de artistas increíbles de las décadas del 50 y 60, los llamados “pintores del movimiento figurativo del área de la bahía”; allí descubrí también a Fairfield Porter, entre muchos otros. David Hockney es un gran paradigma también. Algunos pintores rusos como Repin, Serov, Moiseyenko. Los paisajes de Kandinsky y sus primeras abstracciones me matan, así como casi toda la pintura de la primera década del siglo XX. En la literatura me gusta mucho la generación perdida, el realismo sucio. Valoro a los artistas que son capaces de sacar algo bello de la inmundicia y el día a día. El cine también ha sido una gran influencia para mí; es por eso que me asocias con Hopper, por su carácter intimista y cinematográfico.

¿Cómo definirías la temática de tus obras? ¿Es un mismo tema tratado desde diferentes aristas o los temas varían de acuerdo a tus motivaciones del momento?

Dicen que los novelistas escriben siempre la misma novela. Algo así pasa conmigo. Mi principal inquietud es el ser humano y sus conflictos. Lo que hago es darle vueltas al asunto. En algunas series soy más directo en mi visión hacia Cuba, en otras soy más evasivo. Pero básicamente es el hombre y sus problemáticas lo que me ocupa. Es lo que he hecho desde el primer día.

“Intentando despegar”, 2017. Óleo sobre lienzo, 200 x 200 cm.

Me parece recordar que los personajes representados en tus piezas son predominantemente jóvenes. ¿Este hecho tiene alguna explicación? 

Me inquieta mucho la juventud, debe ser porque comencé a pintar siendo un joven. En la juventud está el germen de lo que seremos después. En Cuba se ha tornado un tema crítico porque somos un país envejecido y los jóvenes como que están de paso por nuestra Isla.  Además, la juventud es bella, tiene una energía particular que atrapa al espectador.

¿La creación es una especie de pulsión en ti o un ejercicio del que puedes prescindir? 

Necesito dejar de pintar por largos períodos. Trabajo aproximadamente la mitad del año en mis cuadros (aunque mentalmente trabajo el año entero, las veinticuatro horas). Cuando uno pinta todos los días corre el riesgo de repetirse. Una vez que comienzo lo hago de modo febril y casi siempre aprovechando algún proyecto. Necesito ver algo en el horizonte. Mi pintura no es conceptual, me interesan más las emociones que los conceptos, pero sí tiene un trasfondo intelectual que debo ir cultivando poco a poco, encontrar algún hecho, obra o lugar que me inspire. No me gusta crear por inercia o para cubrir un espacio de tiempo. Hay artistas que dicen que no se pueden ir a la cama si no dibujan algo, yo nunca he sentido eso.

“Crepúsculo”, 2020. Óleo sobre lienzo, 45 x 61 cm.

Sólo conozco tu pintura. ¿No has incursionado en alguna de las otras especialidades de las artes visuales?

La pintura colma todas mis expectativas. Es fascinante porque es directa, ves un resultado inmediato. No necesitas de largos procesos de producción o contar con demasiada gente para llevar adelante una exposición. No me imagino dirigiendo a decenas de personas o esperando por permisos y aprobaciones de financiamientos para realizar mi obra, como pasa en el cine. La pintura se ajusta mucho a mi personalidad; puedo llevar a cabo cualquier proyecto que me proponga con mi presupuesto, sin pedirle nada a nadie, eso te da mucha libertad, no tienes que negociar tus ideas.

Si tuvieras la posibilidad de coleccionar arte cubano, ¿coleccionarías un artista en específico, un período, una modalidad, un género? 

De hecho tengo una pequeña colección y te asombrarías muchísimo de mis gustos. Nunca coleccionaría nada que se pareciera demasiado a lo que yo hago. Coleccionar un solo artista o un solo género no tiene sentido, sería  como ver siempre el mismo canal de televisión. Me interesa básicamente lo que está bien hecho, no me importa si hay una gran idea, o no, detrás; si la hay, mejor, pero necesito que sea algo bello lo que me acompañe en mi día a día.

¿Existe un coleccionismo de arte nacional?

Desgraciadamente no tenemos un coleccionismo nacional, es nuestro gran dilema como artistas. Existen algunos cubanos que coleccionan, pero son la excepción que confirma la regla. Para que exista un coleccionismo nacional debe mejorar mucho la economía. Con lo que cuesta una obra de arte, las personas con recursos prefieren comprarse un auto o pintar el que ya tienen; es un problema de educación y tradición. El coleccionismo de arte es cuestión de élites. El coleccionismo institucional pudiera ser otra vía, pero es insuficiente también. Tal vez ayudaría crear nuevas formas de financiamiento, dar créditos en los bancos para que las personas naturales puedan adquirir una obra, motivar a las empresas a que coleccionen mediante incentivos fiscales, que las galerías permitan pagar a plazos una obra… Qué se yo, es un fenómeno realmente complejo porque tenemos tantas urgencias ahora mismo que hablar de esto parece una superficialidad. Lo cierto es que el mejor arte que se produce en nuestro país desde hace años se va al exterior. Afortunadamente parece que somos una cantera inagotable de buenos artistas.

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