Constantinopla, capital del Imperio Bizantino, estaba siendo asediada por las tropas del sultán Mehmet II. Sus hasta entonces invulnerables murallas parecían no poder contener más a las huestes invasoras. Hasta el propio emperador caería en combate, junto a sus soldados, defendiendo los últimos reductos de su antaño gloriosa capital. La historia dictaba las páginas finales de Bizancio mientras en la urbe, a cierta distancia del fragor de la batalla, algunos “filósofos” sostenían una enrevesada controversia sobre el sexo de los ángeles.
¿Machos, hembras, hermafroditas? Elucubraciones y argucias se amontonaban unas sobre otras para tratar de apuntalar discursos a favor y en contra. Mientras la Edad Media llegaba a su fin y un imperio colapsaba, aquellos eruditos seguían discutiendo, ajenos por completo a aquellas circunstancias trascendentales. Probablemente entendieran que lo importante, lo que pasaría a la historia universal, era aquella controversia incesante.
Haciendo un ejercicio de abstracción, uno pudiera imaginarse a aquellos sabios, en un ágora o en un palacete acomodado, discutiendo sobre órganos genitales (o la ausencia de ellos). “Obviamente, los ángeles son hombres, tienen pene, de ahí su virilidad y su arrojo en las batallas divinas”, diría uno, machista. “Serás retrógrado, Lucaenus, los ángeles son mujeres… de ahí su dulzura infinita”, respondería el machista cool de la época. Digamos que se llamaba Gemistos.
Mientras las tropas del sultán Mehmet II daban muerte a sus compatriotas, Lucaenus y Gemistos se dirían horrores. Para ellos era evidente que sus distintas concepciones sobre el sexo de los ángeles los llevaba a posiciones irreconciliables. Más aún, la historia no podía seguir avanzando en tanto esa polémica no se zanjara. Lucaenus y Gemistos querían ingresar a la selecta grey de pensadores que han ganado celebridad en álgidas contiendas intelectuales, como Ihering y Savigny.
Siglos después, a ese tipo de disputas “tan elevadas” que pierden conexión en absoluto con la realidad, se les llama “discusiones bizantinas”. Nadie, por supuesto, se acuerda de Lucaenus y Gemistos (tanto es así que tuvimos que inventarles nombres). A muy poca gente, porque siempre hay gente para todo, le importa el sexo que tengan los ángeles. A mucha gente ni siquiera le importan los ángeles: allá ellos. Pero seguimos teniendo discusiones bizantinas.
La amplitud de las ágoras y la comodidad de los palacetes fueron modificadas por el trino instantáneo del pájaro azul conocido como Twitter; y por las reacciones y comentarios de esa nueva Constantinopla, llena de muros, que se hace llamar Facebook. Algún usuario (pongamos que se nombre @LucaEnUS22) insulta a diario a otro usuario (¿@GemIsTOS19?), sintiéndose enemigos por no pensar igual sobre una película o un libro. El ofendido saca un post denunciando las ofensas, y hay campañas a ambos lados, de apoyo o vituperio según corresponda.
Pero la práctica del enemigo seguirá siendo la misma: pasar por las armas a todo el que halle en su camino, no importa que piense que los ángeles son varones o féminas, no importa si lee más a Trotsky o a Gramsci, a Ihering o a Savigny. Los modernos Lucaenus y Gemistos, nuestros bizantinos contemporáneos, no alcanzarán a entender que le hacen flaco favor a su ciudad y a su causa. Si acaso se refugiarán en la fugaz satisfacción de alguna que otra victoria retórica y pírrica.
Con Pirro y sus batallas se pudiera hacer otra parábola histórica, pero no alcanzan las líneas.
(Tomado de Granma)