Allá en Yateras, a 974 metros sobre el nivel del mar, la Revolución llegó como un vendaval de oportunidades para permitir el acceso de sus pobladores a servicios básicos, desarrollar la economía y garantizar la atención social.
Álvaro San Miguel Reyes ha sido testigo de ello en sus más de 25 años como delegado del Poder Popular y presidente del consejo de Bernardo, uno de los más elevados en la oriental provincia de Guantánamo.
Hijo de campesinos, conoce del sentir de los primeros hombres a quienes Fidel les dio tierra con la Reforma Agraria, y años después recibieron más, como parte del Plan Turquino, un programa estratégico surgido en 1987 que vino a propulsar el crecimiento integral y necesario en la montaña.
«Soy fundador de la iniciativa –confiesa–, la vi nacer, desplegarse, crecer y también sobrevivir a los peores percances (huracanes, inundaciones, el periodo especial, entre otros), y aunque puedo asegurar que jamás se nos ha abandonado, creo que falta más control y sistematicidad en las acciones que incluye el programa, porque falla el monitoreo constante para comprobar qué funciona y qué no, y gestar así proyectos factibles con sostenibilidad».
La preocupación de Álvaro San Miguel es también la de muchos montañeses, quienes, a pesar de estar agradecidos con un proyecto de incuestionable valía, no dejan de reconocer que el adelanto económico y social llegado a los lomeríos desde hace décadas, enfrenta hoy varios atascos que entorpecen el progreso.
Ante esta situación, que no le es ajena a la máxima dirección del país, el vice primer ministro Jorge Luis Tapia Fonseca reconoció recientemente que, durante los dos últimos años, la actividad del Plan Turquino experimentó un deterioro en la dinámica de trabajo que se venía desarrollando, como consecuencia del enfrentamiento a la pandemia de la COVID-19, del recrudecimiento del bloqueo y del impacto negativo de la crisis económica mundial.
«La situación en estas zonas geográficas reclama reactivar e imprimir una nueva dinámica allí», afirmó Tapia Fonseca, al presentar un proyecto de reorganización dirigido a dinamizar la vida en la montaña a partir de la identificación de sus principales dificultades.
Precisamente para pulsar el contexto que se vive hoy en comunidades de los lomeríos, este diario intercambió con pobladores y directivos del Plan Turquino en las provincias de Guantánamo y Granma.
LAS DEUDAS EN BERNARDO
En el consejo popular guantanamero de Bernardo, en Yateras, viven hoy unos 2 200 habitantes. Antes eran más, según recuerda el delegado Álvaro San Miguel. Superaban los 3 000, pero el éxodo ha sido considerable. «Bien puedes caminar 12 kilómetros sin ver un alma por todo el lugar.
«Las principales causas son el pésimo transporte y los insuficientes servicios de Salud, pues los vecinos consideran que fue desacertada la conversión del antiguo hospital rural en consultorio extendido. Ahora solo brindan prestaciones de estomatología, laboratorio y la consulta de medicina general integral. Para otras especialidades hay que trasladarse unos 17 kilómetros hasta el policlínico de Palenque», subraya.
En Bernardo, el único medio de transporte estable es un ómnibus que realiza un viaje al día, llega en la tarde y sale en la mañana. El vial principal está en malas condiciones y casi ningún medio va hacia allá, mucho menos a otras comunidades más lejanas.
Para San Miguel Reyes retomar el antiguo hospital rural, con su sala de ingreso de adultos y pediatría, hogar materno, sala de rayos x y ultrasonido, favorecería el confort de los yateranos de las lomas, y no solo de ellos, sino también de vecinos de Manuel Tames y San Antonio del Sur, a quienes les resultaba más cercano atenderse en Bernardo que en su propia cabecera municipal.
«Además, cuando la COVID-19, nosotros usamos las instalaciones para ingresar pacientes, y la infraestructura está bien conservada, solo habría que darle más condiciones», insiste el líder comunitario, mientras comenta cómo en Educación pasó algo similar: «Varias escuelas cerraron y los niños debían caminar kilómetros para recibir docencia; ello hizo que muchas familias migraran en busca de mayor cercanía para sus hijos, y ahora se reabrió la mayoría».
Hoy Bernardo siente el golpe del éxodo en sectores claves como la producción de café. El abandono de las fincas ha incidido en que, actualmente, de más de 100 000 latas del grano que se acopiaban, apenas se alcancen unas 30 000. El golpe de las plagas y fenómenos naturales ha sido considerable, pero la ausencia del hombre es letal.
La repartición de tierras en usufructo, el impulso a la ganadería y otros proyectos de desarrollo agroforestal, buscan incentivar la permanencia en las montañas, pero, dice Álvaro San Miguel, las políticas agropecuarias deben acompañarse de acciones sociales que coadyuven a una mayor calidad de vida que motive a la gente a quedarse para vivir del campo en el campo, sin tener que migrar.
DEPENDEMOS DE LO RURAL
Más del 80 % de las producciones agrícolas de la provincia de Guantánamo provienen de la zona rural. El lomerío tiene las condiciones perfectas para que proliferen frutas, vegetales, viandas y sobre todo las tres c (café, cacao y coco), claves para la exportación y generar ingresos al país y al productor.
Para los campesinos guantanameros el salto cualitativo y cuantitativo requiere hacer sostenibles las producciones, pues en 2021 se incumplieron la mayoría de las entregas.
Deterioro de los viales serranos, pérdidas de producciones agropecuarias, impagos a finqueros, fallas en la entrega de insumos, insuficiente aplicación de los adelantos de la ciencia y otras deficiencias organizativas y estructurales fueron enumeradas en el balance provincial del Plan Turquino como causas principales de la desfavorable situación que se vive en el lomerío.
Problemas en la contratación y comercialización, falta de soberanía en la obtención de semillas y biofertilizantes, una técnica empobrecida o desfasada, y la lentitud en la entrega de tierras a ganaderos sobresalen en las dificultades que limitan a los serranos.
Súmese a ello deficiencias en la llegada de cemento y elementos de construcción para impulsar el programa de construcción de viviendas y la erradicación de pisos de tierra, con más de 2 000 identificados. Según fuentes de la dirección provincial de ese sector, falta, además, fiscalización en la entrega y ejecución de las obras, pues los materiales a veces no llegan a su destino.
En materia de Salud, según la doctora Katia Ochoa Nápoles, si bien se han intervenido constructivamente la mayoría de los 262 consultorios y 15 policlínicos, se reabastecieron con implementos como oxímetros de pulso y concentradores de oxígeno, y completaron los equipos básicos, aún es pésima la situación del transporte sanitario de urgencias, del cual solo funciona el 20 %.
Sin embargo, Yaritza Benavides Rubio, metodóloga de enseñanza primaria y responsable del Plan Turquino, asegura que en el caso del sector de la Educación se han cambiado televisores antiguos por híbridos, se dio mantenimiento a 44 escuelas, se hicieron círculos infantiles en San Antonio del Sur y Yateras, y se prioriza en zonas de montaña la orientación profesional y formación vocacional en función de la actividad económica fundamental en el campo.
Claro que las garantías de Salud y Educación no son las únicas fórmulas para mejorar el saldo migratorio negativo que presentan hoy las zonas montañosas guantanameras, en especial de fuerza joven.
Se necesita más estímulo para permanecer en las cooperativas; ofertas de empleo, sobre todo para los profesionales, y opciones culturales y de recreación que vayan más allá de los proyectos comunitarios y activistas voluntarios.
Yarilis Portuondo Ascencio, del Centro Provincial de Casas de Cultura, resalta la impronta de más de una decena de iniciativas socioculturales gestadas por promotores culturales, instructores y con el apoyo de las familias, que con recursos autogestionados suplen sus necesidades artístico-literarias.
La Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa y el Conjunto Integral de Montaña también tributan a ese desarrollo de la política cultural, pero aún falta mayor compromiso con los proyectos y sus gestores; masificarlos hasta el más recóndito lugar y financiarlos, o al menos ayudarles en su sostenibilidad
LOMA ARRIBA: CUENTAS QUE NO DAN
Recorrer los más de 20 kilómetros que entre lomas separan al municipio granmense de Guisa de la comunidad rural de Victorino se ha convertido en un verdadero dolor de cabeza para quienes deben emprender ese trayecto de ida y/o retorno.
Bien lo sabe Mayelín González Góngora, promotora de la primera infancia, cuya visita a esa comunidad del Plan Turquino, par de veces a la semana, depende, en muchas ocasiones, del precio que estimen los transportistas privados, cuyas tarifas aumentan cada vez más ante la carencia de las rutas estatales.
«Hasta la comunidad de Victorino hay una guagua para los trabajadores del centro escolar que, a veces, puedo coger, pero en otras ocasiones no, y entonces solo queda la oferta de los yipis particulares. Además, cuando me toca visitar a niños en asentamientos más intrincados, la única alternativa es caminar o que me presten un mulo, porque por esos caminos ya no pasa nada», agrega la especialista.
«Esta situación es peor para las personas que trabajan todos los días en Guisa, o vienen a prestar servicios aquí, señala Reynaldo Rodríguez Reyes, presidente del consejo popular de Victorino, quien asegura que no todos los transportistas privados respetan las tarifas de precios establecidas por el gobierno local.
«Nosotros logramos reincorporar un camión a la ruta, que da tres viajes al día, pero no suple la demanda, porque por esta vía, que es una de las pocas que tiene carretera asfaltada, acceden habitantes de otras comunidades más arriba, y trabajadores que vienen a prestar servicios a esta zona», comenta el Delegado.
Al respecto, Aldo Arévalo Fonseca, coordinador del Plan Turquino en el Gobierno Provincial de Granma, es enfático al señalar que los dos años de enfrentamiento a la pandemia mellaron la atención a la montaña con la reducción de varios servicios, y entre ellos, uno de los más afectados fue el de transporte de pasajeros.
«De las 86 rutas existentes en el territorio hasta la fecha solo se han podido reabrir 37», detalla el directivo, al tiempo que explica que, a pesar de la voluntad estatal por cubrir la mayor cantidad de vías de acceso hacia la montaña, siguen siendo limitaciones objetivas la insuficiente disponibilidad de combustible, neumáticos y baterías, unido al deterioro de los equipos especializados.
También la falta de mantenimiento mecanizado a viales, puentes y badenes ha ido dejando su huella negativa en el ascenso a los lomeríos, en cuyos caminos existen tramos prácticamente intransitables.
Y si bien es encomiable la labor que realizan de forma manual las brigadas de camineros (que en la provincia agrupan a casi 600 habitantes de la montaña) para facilitar el acceso a las comunidades más intrincadas, dicha alternativa solo resuelve una parte del problema.
CALIDAD DE VIDA, OTRA PRIORIDAD EN LA MONTAÑA
Como en la comunidad guantanamera de Bernardo, en Victorino –en la actualidad con una población de poco más de 2 700 habitantes– la migración hacia la ciudad ha sido un fenómeno indetenible en la última década.
El presidente de ese consejo popular, Reynaldo Rodríguez Reyes, refiere que alrededor de 320 familias han abandonado de forma paulatina el asentamiento tras el cierre del hospital y de algunas escuelitas rurales con matrículas reducidas.
«Mucha gente se ha ido para zonas de la precordillera, o para el pueblo, con el objetivo de tener cerca los servicios médicos especializados y también las escuelas», apunta Reynaldo.
«De hecho, a pesar del tiempo transcurrido, la reapertura de los servicios médicos sigue siendo uno de los mayores reclamos de la población que aún vive en la zona», comenta Elisa Guerra Pérez, enfermera con 41 años de trabajo en el antiguo hospital y actual consultorio médico de Victorino.
Sin embargo, esas no son, a juicio de Adonis Rodríguez Pérez, jubilado y fundador del programa del Plan Turquino, las únicas razones que atentan contra la calidad de vida de los pobladores de la montaña.
«Hasta Victorino hay carretera, pero loma arriba quedan varias comunidades donde la vida se ha vuelto más difícil. Cebolla Blanca, por ejemplo, era un barriecito bien poblado, y desde que cerraron la bodega no llegan ni a cinco las familias que allí quedan», afirma.
Por otra parte, alerta, los precios están más altos que las mismas lomas. «Un par de botas para trabajar te cuesta más de 1 500 pesos, sin contar lo que se gasta en soga y herrajes para los mulos, y a eso se le suma que los artículos liberados están caros, tanto, que muchos siguen de adorno en los estantes de la bodega».
Paralelamente a esta situación, otros indicadores del Plan Turquino han sufrido afectaciones. En tal sentido, en Granma, al cierre de 2021, solo se construyeron 26 viviendas y se realizaron poco más de un centenar de reparaciones constructivas; en tanto, el programa de erradicación de pisos de tierra, apenas pudo mostrar avances.
Las producciones agrícolas, aunque no alcanzaron números rojos, siguen estando lejos de sus potencialidades. Solo en la zona de Victorino llegaron a recogerse, al principio del programa, más de 200 000 latas de café, y hoy no superan las 60 000 latas.
Roberto Bárzaga Gamboa, presidente de la cooperativa Desembarco del Granma, comenta que el éxodo de habitantes ha lacerado los recursos humanos en esa base productiva, y muchos de los asociados ya se encuentran en etapa de jubilación.
¿Y la fuerza joven?, preguntó Granma.
«En esta zona hay jóvenes, pero a muchos de ellos no les interesa asociarse a la cooperativa. Esa es una cultura que se ha perdido y debemos rescatar. Nos toca “enamorarlos” para que se motiven con las numerosas posibilidades que se han abierto en el sector agrícola», dice Bárzaga Gamboa.
No obstante estas realidades, al borde de la cordillera, rumbo a la cima de la Sierra Maestra, crece el futuro vestido de uniforme. Allí han vuelto a reabrir sus puertas varios centros escolares, mientras que la cultura y el deporte no ha dejado de subir lomas.
Esas también son realidades que no se pueden soslayar, como no se puede dejar de resaltar la estabilidad mantenida en los lomeríos para acceder a los productos normados. Es por ello que entre sus habitantes la confianza prima por encima de cualquier carencia.
Mucho ha hecho la Revolución en la montaña y mucho más se prevé hacer. Señálese que ya se ha establecido un proyecto para perfeccionar el funcionamiento de las comisiones del Plan Turquino a nivel nacional, provincial y municipal, en aras de revertir progresivamente las dificultades acumuladas.
Sin embargo, la deuda es grande y se necesita ciencia y constancia para saldarla, aunque el programa demanda conciencia y trabajo de las autoridades y pobladores, para transformar juntos ese entorno.
PRECISIONES
- El Programa Integral de Atención a las Regiones Montañosas, más conocido como Plan Turquino (en alusión al punto más alto de la geografía cubana), integra a 11 provincias, 54 municipios, más de 300 consejos populares, y abarca una extensión territorial de más de 22 800 kilómetros cuadrados.
- Geográficamente comprende cuatro macizos montañosos: Guaniguanico, en la provincia de Pinar del Río; Guamuhaya, en las de Villa Clara, Cienfuegos y Sancti Spíritus (antigua región Escambray); Sierra Maestra, que incluye territorios de Granma, Santiago de Cuba y Guantánamo, y el Nipe-Sagua-Baracoa, al norte de las provincias de Holguín (Sierra Cristal) y Guantánamo.
- La Ciénaga de Zapata, enclavada en la provincia de Matanzas, está reconocida como Parque Nacional, y respaldada jurídicamente por el Decreto 197/96 del Plan Turquino, que declara el área como Región Especial de Desarrollo Sostenible.
- En las montañas cubanas reside aproximadamente el 12 % de la población del país, por lo que el desarrollo sostenible de sus comunidades constituye una prioridad para la nación.
- Las montañas constituyen baluarte fundamental de la estrategia de defensa de la Guerra de todo el pueblo.
