Estaba en la universidad esa mañana. Iba de retorno a su casa. El teléfono suena y es su Jefe de Compañía. La llamada indica que ha ocurrido un desastre: una explosión en el Hotel Saratoga.
Enseguida se cambia de ropa, como un bólido, y va directo para el comando con sus 28 años y el grado de primer Técnico de Rescate. Manuel Alejandro Suárez no sabe bien lo que le espera, pero su deber es estar allí. Enfrentarse a la magnitud del desastre, aunque el reto fuera inmenso.
Por eso no se movió de aquel lugar, aunque fuera lo más difícil que le ha tocado en su vida: «Ha sido el derrumbe, hasta ahora, más grande en que he participado como rescatista y en el que más personas se han visto involucradas. Ha sido verdaderamente impactante para mí porque nunca había visto tantas personas bajo los escombros, ni había sido tanto el esfuerzo que tuvimos que hacer y los días trabajando incansablemente».
Toma un diez. Descansa una o dos horas y luego vuelve a entrar porque sabe que hay que encontrar a esas personas que siguen desaparecidas. Hay varios grupos de rescate para relevarse y evitar el desgaste de las personas. Se organizan y buscan en todas las áreas donde les indican. Allí, continúan encontrando cuerpos sin vidas.
«Personalmente, rescaté tres cuerpos junto con mis compañeros, en el área de la parte trasera del hotel. Es algo que impacta porque, aunque no sea la primera vez que lo haya hecho, tres al mismo tiempo no es común y saber que los familiares estaban acá afuera esperando la noticia fue emocionante. Cuando sacábamos los cuerpos, sentía que los familiares podían ya tener su luto».
Su familia también está desesperada, lo llaman a cada rato y le dicen que se cuide mucho. Se lo repiten. Están preocupados, pero Manuel Alejandro está en medio de una batalla de donde no puede retirarse: «El día de las madres lo pasé aquí (en el Saratoga): mi mamá entendió, mi novia también entendió porque esto es una actividad de mucho sacrificio y hay que cumplir».
Después de varios días enfrascados en las labores de rescate y salvamento, se da la noticia de que habían encontrado el último cuerpo. Para Manuel, como para sus compañeros quedó la tristeza, pero también la satisfacción de haber cumplido su deber: «Fue satisfactorio cumplir la misión hasta el final y lograr el objetivo: encontrar todas las personas y entregarles los cuerpos a sus familiares. Pero fue muy doloroso porque sabíamos que estábamos entregando víctimas que dejaron sus vidas en un accidente».
«Hoy siento tristeza», asegura mientras ve sentado en la primera fila los cientos de personas que pasan a rendir tributo y condolencias por la vigilia en el Parque de la Fraternidad. «Los familiares están llorando y siento que yo estaba ahí, siento mucho dolor porque es una gran pérdida para esas familias que perdieron a los suyos, de la noche a la mañana ya no están».