Quizá nunca antes se había mencionado tanto en Cuba la palabra familias, ni con tanto apasionamiento. El proyecto de nuevo Código de las Familias ha vuelto las miradas y los debates a ese espacio que es, tal y como nos enseñan desde los primeros años de escuela, la célula fundamental de la sociedad.
El documento, avanzado en cada uno de sus artículos, asegura el cumplimiento de la Constitución de la República, donde se explicita que toda persona tiene derecho a formar una familia; que el Estado las reconoce y protege, cualquiera sea su forma de organización, y crea las condiciones para que se favorezca integralmente la consecución de sus fines.
Ese lenguaje, formal a veces, no se aparta de la esencia del asunto: la familia es el núcleo central de la vida, la agrupación en la que encontramos sostén y abrigo, y desde la cual partimos a ser para el resto de la comunidad. Hay tantos tipos de ellas, que no solo es inexacto, sino además injusto, defender un modelo único; el cual, si bien no es menos valioso que el resto, está lejos de ser el ideal per se o el preponderante.
Mucho se ha dicho que este es el Código de los afectos, pero también podría decirse, de la empatía: esa capacidad de ponernos en la piel del otro, de entender que si un derecho lo es solo para una parte de la ciudadanía, allí subyace una injusticia, no solo nos permite ser mejores seres humanos, sino también, y por consecuencia, un mejor país.
Es improbable que una persona no resulte protegida por este Código de alguna manera; así como lo es que resulte afectada por él. Las noticias falsas, los estereotipos, los prejuicios y fanatismos son las barreras que pueden impedir una comprensión y aceptación cabales del texto.
No obstante, los datos más recientes aportados por la Comisión Electoral Nacional desmienten la infundada matriz de opinión de que constituyen mayoría quienes se oponen al nuevo Código: el 61,96 % de las propuestas generadas en la consulta fueron favorables.
Aunque el objetivo final sea la aprobación –como un paso más en un proyecto de país que quiere ser siempre cada vez más inclusivo, porque responde a un Estado socialista de derecho y justicia social–, tanto o más importante es el diálogo para generar el consenso. No se trata, y hay que remitirse a Fidel, de creer acríticamente, sino de leer.
En la letra del Código hay tanto espíritu de bondad que es prácticamente imposible no apoyarlo luego de estudiar a conciencia su articulado. Sin embargo, no hay mejores argumentos para su respaldo que pensar en las familias detrás de cada uno de sus postulados, en las historias reales, en las mujeres y hombres que necesitan el apoyo de la ley para vivir a plenitud.
Escribió Martí que las familias son como las raíces de los pueblos; no es ocioso recordar entonces que, en la lucha por ampararlas a todas, está en juego la fortaleza del árbol que somos como nación.