Hoy se clausura la XXX Feria Internacional del Libro de La Habana. En medio de muy complejas circunstancias, tanto económicas como epidemiológicas, el evento cultural más masivo de Cuba puede catalogarse como un éxito ante la adversidad. Habrá quienes solo insistan en señalar las manchas de la obra magna (y existieron, no hay duda), pero es innegable que se logró colocar en manos del público lector un gran número de novedades editoriales. Un centenar de actividades artísticas y literarias se produjeron por toda la ciudad.
Por supuesto, un evento de tal magnitud es evidencia del compromiso del Estado cubano con la promoción de la cultura como herramienta de emancipación individual y colectiva; y es, a la par, objeto de airados vituperios por parte de los adversarios ideológicos de la Revolución, esos que son, sencillamente, incapaces de reconocer con objetividad una buena acción del Gobierno socialista. Algunos de ellos atacaron, con particular saña, el precio de algunos libros y otros artículos que vendían los expositores extranjeros. Inconscientemente, reconocían de esa manera un logro de la política cultural revolucionaria: el precio módico de la literatura impresa en Cuba.
Ese logro, que se traduce en la capacidad adquisitiva de los ciudadanos con respecto al costo de los libros, es algo que se ha defendido históricamente en Cuba y que se sigue defendiendo después del reordenamiento, al considerar el sistema cubano que lo erogado para esa producción poligráfica no es un gasto, sino una inversión. Basta comparar nuestra realidad con la de otras latitudes, en las que la compra de un libro constituye un lujo, para aquilatar con justeza la voluntad de este pequeño y bloqueado país de apoyar el crecimiento intelectual de sus ciudadanos.
Y se puede decir que la masividad de la Feria no es garantía plena de que esas masas, en efecto, lean. Es cierto. También es cierto que no siempre leemos lo mejor o lo más útil: se vende y se compra mucha literatura frívola. Pero la política, la voluntad estatal, existe, y es la materialización de dos principios, uno martiano y el otro fidelista: la cultura como conditio sine qua non de la libertad, y la lectura como antítesis de la creencia ciega.
Conversando con un amigo, discrepábamos en la concepción de la naturaleza de la política cultural como fenómeno. Para él, solo podía catalogarse de “política cultural”, con todas las letras, al ejercicio público, a la actividad de instituciones con amparo estatal, puesto que entes privados solo podían cumplir el rol de mecenas. Para mí, el mecenazgo era la forma en la que la clase adinerada buscaba influir en el relato simbólico de una época: el mecenazgo era la política cultural de la burguesía.
Solo los muy ingenuos o los muy taimados pueden negar que existe una correlación entre el socialismo, el modelo socioeconómico constitucional que elegimos los cubanos en referendo, y esa masividad que tiene no solo la Feria del Libro, sino también otros eventos como el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. La cultura que financian mecenas es una cultura para élites, en el mejor de los casos, o para entumecer la sensibilidad de las mayorías, en el peor. Los intereses de individuos muy pudientes, que se imponen a golpe de talonario, rara vez responden a una agenda verdaderamente pública, democrática. El mecenazgo es una política cultural pagada por privados que buscan satisfacer su vanidad, su sentido de la belleza, o intentan crear un mercado mainstream que vacíe de ansias emancipatorias a una industria cultural creada para la servidumbre, no para la libertad.
La Feria del Libro, producto de una política cultural pública y popular (que pudieran ser sinónimos pero no siempre lo son), es también un éxito porque demuestra que la lógica mercantil no puede signar la lucha por el corazón y la mente de un pueblo. Y demuestra, también, que debemos combatir contra el mecenazgo como vía preponderante para que el artista halle abrigo, ya sea aquel típico de las sociedades esclavistas, feudales y capitalistas, o ese nuevo tipo de mecenas que a veces, arrogándose un dominio espurio sobre las arcas de Liborio, intenta hacer de las instituciones un vehículo para el nepotismo y el tráfico de influencias.
La próxima Feria, que esperemos que se celebre en condiciones más óptimas, será una nueva oportunidad para afirmar la política cultural de la Revolución, y para pulir cualquier aspereza, cualquier defecto que pudiera señalársele. Pero de algo estamos seguros: el derecho a la lectura en Cuba goza y debe seguir gozando de plenas garantías, sin necesidad de mecenas.
(Tomado de Granma)