Lo hecho por el equipo cubano de softbol masculino es la primera gran hazaña del movimiento deportivo nacional, tras la cita olímpica de Tokio en el verano pasado. La de medalla de bronce en el Campeonato Panamericano, en Paraná, Argentina, hay que vivirla descubriendo sus pautas.
Después de 24 años la Mayor de las Antillas regresa al podio de estos torneos. La última vez fue en Valencia-1998, donde obtuvieron la presea dorada, en una final frente al mismo rival al que le acaban de ganar el tercer lugar: Estados Unidos.
Fue un certamen que califica como un pequeño mundial. ¿Por qué? Se inscribieron tres de los cinco países que han podido ganar una lid del orbe: Estados Unidos (5), Canadá (4) y Argentina (1).
Se alistaron cuatro de los seis primeros lugares del último torneo del planeta: Argentina (1), Canadá (3), Estados Unidos (5) y Venezuela (6), dos de ellos, los elencos estadounidense y venezolanos, cayeron ante los cubanos. Además, los de la tierra de Bolívar llegaron como vigentes monarcas continentales, imponiéndose en la justa precedente al campeón mundial: Argentina.
Estuvieron presentes cuatro escuadras que aparecen entre los diez mejores del ranking mundial: Argentina (2), Canadá (6), Estados Unidos (7) y México (8). Agreguemos que Venezuela y Guatemala ocupan en ese listado los puestos 11 y 12, respectivamente; excepto a canadienses y anfitriones, Cuba (14) venció al resto.
Esos argumentos bastarían para asegurar que fue una proeza. Sin embargo, hay más. Si en el beisbol se dice que del pitcheo depende el 75 % de la victoria, en el softbol ese indicador escala al 90 %. Cuba perdió en las primeras jornadas a su principal brazo, el de Alain Román, dejándole todo el peso de la clasificación al zurdo Gusber Plutín, un joven, de 47 años sí, pero con la heroicidad de su Santiago de Cuba para mostrar la lozanía con la que se asume un compromiso. Mas, a él hubo que darle un necesario descanso
Luis Raúl Domínguez, el campo corto, se mostró como el bate más caliente de la selección. Lo que nadie sabía que una lesión en su pie izquierdo demandaba de entizarlo, casi inmovilizarlo, antes de cada salida al terreno. Se resintió y necesito reposo en pos de una acelerada recuperación; así se procedió con Reinier Vera, virtuoso en la receptoría y cuarto bate, luego de lesionarse una de sus manos; y lo mismo le pasó al jardinero central y primer madero Aníbal Vaillant, golpeado en el antebrazo. Si no bastara, su capitán y tercero en la alineación se debía una descarga de adrenalina que lo presentara como el hombre grande que es en ese equipo.
El adversario por la medalla de bronce es el tercero de más lauros mundialistas, pues a los cinco títulos, EE. UU. suma, uno de plata y tres de tercer escaño, nueve en total. Ante el escollo, la estrategia montada bajo la conducción del mentor Leo Cárdenas se desplegó en el diamante de Paraná: mandó a la batalla a los lesionados, con solo horas de descanso y trabajo terapéutico con ellos y, con su mano adolorida, le dio la bola a Román para buscar el triunfo.
Domínguez retornó inmenso en las paradas cortas; Vera impulsó cuatro de las nueve carreras; Vaillant custodió como soldado invencible la pradera central y reapareció el capitán, como lo hace un líder al frente de su tropa en el momento decisivo y más importante: bateó de cuatro a cuatro, con jonrón incluido, y trajo para home otras cuatro anotaciones. La novena por ese oportuno y seguro jugador que es Osvaldo Pérez. Y así como clasificó al equipo, Plutín sacó los últimos outs de un partido con marcador de 9-3, fiel reflejo no solo de superioridad sino también de la principal cualidad de estos softbolistas: la combatividad.
En 1998, cuando se obtuvo la última medalla en un Campeonato Panamericano, el mentor Cárdenas y Jesús «Chuchi» Echarte, hoy entrenador, eran dos piezas claves. Veinticuatro años después vuelven a ser protagonistas de una hazaña, que en mundial de noviembre puede seguir creciendo.