Quien teclea estas líneas puede ser un padre cualquiera. O cualquiera no: uno de esos miles que con tremendo orgullo habitamos este bello -¡sí, bello!- país.
Poco importa entonces mi nombre o la edad, lugar donde nací o donde vivo ahora, en qué trabajo, si tengo creencia religiosa, afiliación política…
Puedo ser, en fin, lo mismo el padre anónimo y a la vez protagonista que está escribiendo, o el quien lee estos apuntes.
Por mis manos y ante mis ojos ha pasado el código analizado por los cubanos y que nuestra Asamblea Nacional someterá a aprobación para bien de todas las familias, o como más me gusta decir: de la familia cubana, así, con ese sentido de unidad y de solidez que la frase concentra, monolíticamente compactada en sí misma.
Desgrano un poco el documento y, sin negar su sentido abarcador, inclusivo, integral y el carácter indiscutiblemente avanzado que lo distingue, me pregunto a cuántos padres (no eximo a las madres) ese texto obligará a cambiar formas de pensar, de expresarse y, sobre todo, de actuar hacia los hijos.
Ojalá con todos suceda como conmigo que, al margen de si ando serrucho o alicate en mano, azadón al hombro, microscopio delante o fusil en ristre (no importa), mientras más artículos leo más me identifico con él o más los identifico con mi propia conducta.
Conozco a muchos padres que arrullaron en la madrugada a su bebé con paterno-maternal ternura y nunca renunciaron, luego, a seguir bañándolo, vistiéndolo, enseñándole a comer solo, llevándolo a la escuela, jugando con él en un parque, explicándole cómo hacer la tarea escolar…
Sé de quienes -muchísimos también- jamás tuvieron que castigar, regañar y mucho menos pegarles a los hijos; sé de quienes les pedían a sus retoños que nunca se limitaran de expresar -de modo correcto, desde luego- una opinión, duda, inconformidad, idea o sugerencia, ni dejaran de participar, cooperar, ayudar, cumplir sus deberes familiares, ser agradecidos con mamá, respetuosos con los adultos, cariñosos con los abuelos, gentiles con los compañeritos de aula sin importar fueran hembras o varones, albinos, rubios, blancos, negros, flacos, gordos, feos o bonitos.
Si usted crea condiciones para que sus descendientes crezcan bajo principios y valores así; si además de dar la vida por sus hijos, logra que ellos estén dispuestos a entregar las suyas por padres, hermanos, abuelos, tíos, amigos; si se propone, como yo, que su niño o niña jamás sienta miedo de usted como padre (cuán triste debe ser), sino que le duela hacer algo que a usted pueda dolerle; entonces duerma tranquilo, sueñe despierto y no le tema bajo ningún concepto al Código de las Familias, porque sencillamente estará en línea con él desde muchos ángulos.
Por cierto, lástima que el mundo deba articular documentos así, algo que por naturaleza, herencia familiar y educación social debiera llevar todo y cada ser humano en su interior.
Al menos yo, como cualquiera de los miles de padres que pudiera estar escribiendo o leyendo estos apuntes, así lo pienso.
Vea, además
(Tomado de Bohemia)