Nada define mejor a un hombre que sus actos. De ellos dependen las huellas que deja en el camino, el respeto del que se hace merecedor, el legado que escribe y hasta la oportunidad de hacer historia.
Cuando un hombre elige bien su rumbo, lo orienta con nobleza, fidelidad, entrega y sentido del deber, su propia existencia se transforma de manera espontánea, sin pretensión alguna, en un ejemplo para muchos, en inspiración, en guía certera.
El hombre que motiva estas palabras es de esos, y ni todo el heroísmo que atesoran sus años, ni su papel determinante en el impulso al proceso revolucionario, ni la sabiduría que le acompaña, le han hecho jamás envanecerse. Al contrario, ha sido y será siempre la humildad una de sus cualidades más notables y, quizá, la puerta abierta a la empatía y el respeto que le profesa este pueblo agradecido.
Justo, sincero como pocos, eterno soldado de la Patria y digno libertador, sí, porque estuvo en el Moncada, porque viajó en el Granma, porque subió a la Sierra, porque a la diestra del Che llevó la invasión hacia Occidente, porque jamás falló a Fidel ni a la obra con la que soñaron.
Héroe por merecimiento, por incondicionalidad, grande es el privilegio de tenerle. En cada lugar que transitas dejas siempre el consejo certero, la idea renovadora, la seguridad de que es posible vencer los obstáculos y crecer, aun cuando los tiempos sean adversos.
Gracias, Comandante Ramiro Valdés Menéndez, por su compromiso con Cuba y con la libertad y el bienestar de todo un pueblo. Gracias por elegir el lado difícil y no siempre halagüeño, pero profundamente ennoblecedor, del deber, por ser parte de aquellos que no dejaron morir al Apóstol.
Felicidades, porque una vida como la suya merece ser celebrada, mucho más si es al calor inextinguible de la que ha sido la mejor de sus obras: la Revolución.
