Miles de judíos abarrotaron la semana pasada el Muro de las Lamentaciones, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, durante la celebración de la bendición sacerdotal, una de las más importantes ceremonias religiosas del pueblo hebreo, que conmemora la liberación de la esclavitud egipcia.
La bendición sacerdotal o Birkat Kohanim (bendición de los Cohanim) solo se celebra dos veces al año, durante el Pésaj o Pascua Judía y luego en el Sucot o Fiesta de los Tabernáculos. En ella participan miles de sacerdotes judíos de apellido Cohen, todos varones, descendientes del bíblico Aaron, hermano de Moisés. Además de los religiosos de Israel, para esta celebración suelen venir judíos de todo el mundo. Visualmente, para el visitante no religioso, lo más llamativo en esta ceremonia es la presencia abrumadora de judíos ultraortodoxos que acuden a la ceremonia con sus mejores galas, sus luengas barbas y sus tirabuzones a los lados de las orejas, amén de sus costosos sombreros, en particular los shtreimel, que solo usan los hombres casados y que pueden costar unos cuantos miles de dólares. También portan el “talil gadot”, un chal con el que suelen cubrirse completamente durante algunos momentos de la ceremonia, lo que produce un efecto bastante fantasmagórico, casi irreal.
La Birkat Cohanim se celebra siempre en el Muro de las Lamentaciones, el lugar más sagrado del judaísmo que, en pleno siglo XXI, está dividido en dos secciones para que hombres y mujeres se comuniquen con Dios por separado. Por supuesto que el pedazo de muro que les corresponde a ellas es el más pequeño.
En el lado de los hombres es obligatorio entrar con la cabeza cubierta para que nos quede claro que, de ahí para arriba, solo está Dios. Aquí durante la bendición sacerdotal los religiosos se reúnen por grupos en torno a sus rabinos y cantan y leen fragmentos de la Torá. Mientras, los sacerdotes más importantes de Israel van entonando cánticos que se reproducen por altavoces y que muchos tararean abajo mientras se mueven frenéticamente de un lado a otro al rezar y leer los textos sagrados.
Entre los fieles de muchas nacionalidades que oraban en el Birkat Kohanim, me sorprendió encontrar religiosos negros, de la comunidad etíope de Jerusalén, vestidos con sus atuendos tradicionales, más africanos que judíos y por supuesto tocando una música muy diferente a los cánticos hebreos que, por un rato, mientras los fotografiaba, me hizo sentir más cerca de Guanabacoa que de la ciudad santa.