Desde 1966, fecha en la que Julio Travieso Serrano publicase su primer libro, sufre de una enfermedad «incurable y pegadiza» a la que Miguel de Cervantes le llamase «poeta». De ese padecimiento, el autor de El polvo y el oro no ha podido ni querido curarse, ha dicho.
«Extraña enfermedad esta que produce muchos sinsabores, pero también grandes satisfacciones, como la de recibir el Premio Nacional de Literatura (2021), el más honroso de los galardones que me han concedido, y sin duda, el más grande en Cuba, el espinoso pero fértil campo donde sembramos nuestras obras», manifestó el prominente escritor en la sala Nicolás Guillén de la Fortaleza San Carlos de la Cabaña, durante la entrega, este sábado, de ese reconocimiento, como parte de la 30 Feria Internacional del Libro de La Habana.
El premio, acompañado de una obra del artista de la plástica José Luis Fariñas, los recibió de manos de Alpidio Alonso Grau, ministro de Cultura y Juan Rodríguez Cabrera, presidente del Instituto Cubano del Libro, quienes estuvieron en la ceremonia junto a Miguel Barnet, presidente del jurado que entregó el lauro y presidente de Honor de la Uneac, y Luis Morlote Rivas, presidente de la Uneac.
En las palabras de agasajo, el escritor Jesús David Curvelo calificó a Travieso como «uno de los mayores narradores cubanos de la mitad del siglo anterior y de las dos décadas que van de este, y eso se debe —prosiguió— a que este hombre ha escrito dos obras extraordinarias: El polvo y el oro y El cuaderno de los disparates».
Además, remarcó, es autor de «varias novelas y libros de relatos y ha descollado como traductor de otro desobediente Mijaíl Bulgákov (…) en todos sus libros exhibe una caladura en el manejo del lenguaje, una continua porfía con el vetusto español, que es uno de los méritos principales de su ya extensa producción, lo cual avala este premio que hoy recibe como respeto de la comunidad letrada nacional y de miles de lectores que han vivido a través de sus páginas».
Sin duda, Julio Travieso ha «contagiado» con su «enfermedad» a muchos ávidos lectores. Entonces, el Premio Nacional de Literatura no es más que el gesto de un público agradecido con su forma de propagar ese padecimiento, el mismo público que tras repletar la sala Nicolás Guillén, se puso de pie para, a través de aplausos interminables, abrazarlo.