Cuando la escritora Natalia Toledo comenzó a contar su historia en la sala José Antonio Portuondo del Palacio del Segundo Cabo, el aire se llenó de olor a mar y a flor de cempa tsuchi. Su conversación va del español al zapoteco, una y otra vez, sin esfuerzo, como quien viajara del México prehispánico al moderno solo con las palabras.
Natalia, poetisa mexicana bilingüe y diseñadora de ropa y joyas, se presenta ante el público como una «mujer nube», porque eso es su gente, diidxazá, los que bajaron del cielo traídos por una bandada de pájaros hermosos.
En su natal Juchitán, Oaxaca, México, tierra de pescadores y comerciantes, las escuelas enseñan todo en español, pero en casa los padres y los abuelos cantan las canciones de cuna en el idioma originario, les enseñan los nombres de los dioses, los rituales, las recetas… todo lo que ha sobrevivido por cinco siglos al aplastante peso de la conquista.
Por eso ella escribe en zapoteco, idioma al que se refiere como su lengua natal. Cuando recita los versos en voz alta ninguno de los presentes los entiende, pero todos se dejan cautivar por los sonidos y acentos que hacen poner la piel de gallina. Cuenta que a veces escribe algún poema en ambos lenguajes indistintamente, porque no recuerda alguna palabra. Otras veces, afirma, la traducción se vuelve muy difícil pues el español no posee la musicalidad y la fuerza de la lengua que adora.
Natalia Toledo ha convertido en la tarea de su vida la preservación y difusión de la herencia cultural zapoteca, a través de su idioma. Comentó que los esfuerzos que hace el Gobierno mexicano para preservar las lenguas originarias son importantísimos, pero quienes tienen en las manos el futuro son los hablantes. Por eso ella escribe, para cuando el día de mañana alguien sienta curiosidad pueda ir al papel y reencontrarse con esta riquísima tradición.