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¿Por qué la CIA demoró casi 20 años para reclamar el cadáver de un piloto mercenario yanki derribado en Playa Girón?

A los cinco días de haber fracasado estrepitosamente la invasión a Cuba de más de mil mercenarios de origen cubano por Playa Girón, el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, admitió la plena responsabilidad de su gobierno en la agresión. Sin embargo, la CIA y el Pentágono, que eran los que habían  planificado y ejecutado todo aquel desastre bélico, durante años trataron de ocultarlo y de negarlo.

A la invasión mercenaria a Cuba la CIA la clasificó con el nombre top secret de Operación Pluto, que comprendía cuatro operaciones adicionales a su vez: Puma, ataque a los aeropuertos cubanos; Generosa, organización de una quinta columna interna; Marte, simulación de un ataque del exterior, y Pluto, ocupación y aseguramiento de una cabeza de playa en un área de la Ciénaga de Zapata.

La CIA confiaba en que un golpe aéreo podría destruir y dejar fuera de servicio a los pocos aviones que tenía la Fuerza Aérea Revolucionaria (FAR), y de ese modo pensaba impedir el apoyo aéreo a sus fuerzas de infantería durante el desembarco del contingente mercenario invasor. Pero eso no ocurrió.

 

COMIENZA LA OPERACIÓN

El ruido de los motores era ensordecedor. Los aviones comienzan a despegar desde la rústica pista de Happy Valley, Puerto Cabezas, Nicaragua,  aproximadamente sobre las dos y cuarenta minutos de la madrugada del 15 de abril. Todos están pintados del mismo color y con las mismas insignias que los aviones de las FAR cubanas. Sincronizan sus relojes para arribar, sorpresivamente, a sus objetivos a las seis de la mañana.

Pero los pilotos mercenarios se llevaron una menuda sorpresa por el recibimiento que les hicieron las baterías antiaéreas, en las bases que atacaron. Algunos días antes, en medio de la inminente invasión, el Comandante en Jefe Fidel Castro dispuso reforzar los aeropuertos con baterías antiaéreas de 12,7, las llamadas Cuatro bocas, que eran operadas por jóvenes de la escuela de artillería de la Base Granma. Además,  desde hacía meses se había dado la orden de dispersar todos los aviones en la zona de estacionamiento para que no pudieran detectar cuáles estaban en alta de vuelo.

Cuando uno de los B-26 bombardeaba la pista de Ciudad Libertad, fue alcanzado por los certeros disparos de las Cuatro bocas. El avión giró hacia el norte, dejando una estela de humo negro, estalló en el aire y sus restos desaparecieron en el mar junto con sus dos pilotos.

Otro de la misma escuadrilla también fue impactado por el fuego antiaéreo y logró, con fallos en un motor, volar hasta Cayo Hueso, donde tuvo que realizar un aterrizaje forzoso.

En San Antonio de los Baños, los jóvenes artilleros lograron hacer blanco en un aparato que tuvo que aterrizar de emergencia en las Islas Caimán. El nutrido fuego de las baterías antiaéreas en los objetivos que atacaban, obligó a los pilotos mercenarios a realizar menos pases «o morir en el intento».

En esta situación planificaron otro raid aéreo para el 17 de abril contra la Base de San Antonio de los Baños. Esa noche despegaron de Puerto Cabezas dos escuadrillas integradas por cinco B-26. Pero todo resultó un desastre. Fueron rechazados por el fuego antiaéreo.

Aun así, en la madrugada del día 19 despegaron de Puerto Cabezas seis B-26 con rumbo a Playa Girón. Cuatro de estos aparatos eran pilotados por estadounidenses al servicio de la CIA.

Al amanecer de ese día, tres no cumplieron la misión y regresaron a la base. Dos fueron derribados mar afuera de Playa Girón, uno de los pilotados por estadounidenses de la CIA.

Solamente quedó volando un B-26 que venía de líder de la escuadrilla, cuya misión era bombardear el central Australia y varias carreteras aledañas.

Seis piezas antiaéreas de las Cuatro bocas, de la batería No.19 de la Base Granma, cuyos artilleros eran  jóvenes, se encontraban dispersas, camufladas y en «alerta máxima» para proteger el central Australia y sus habitantes.

Cuando el avión inició un nuevo pase de norte a sur, los disparos de las piezas con proyectiles 12,7 penetraron en su fuselaje. Algunos lo atravesaron, otros dañaron el sistema de gobierno y los motores, por lo que el aparato, mortalmente «herido», dejando una estela de humo, perdió altura y comenzó a efectuar un aterrizaje forzoso sobre un campo de caña a un kilómetro del central.

Los milicianos, al inspeccionar los restos calcinados por las llamas, pensaron que no había sobrevivientes, pues encontraron, entre el deformado fuselaje, restos de un posible cadáver carbonizado. Así lo informaron al Puesto de Mando en el Central Australia.

Se comprobó que los restos, supuestamente humanos, eran los despojos de un buey de labranza que el avión había arrastrado violentamente por el campo de caña. De acuerdo con esto, se tuvo la certeza de que los pilotos habían  logrado salir del avión y se encontraban prófugos en la zona.

La orden fue tratar de capturarlos vivos, pero eso no fue posible. Fueron descubiertos cuando se ocultaban cerca de la pista aérea del central. Frank Leo Baker comenzó a disparar con su revólver y resultó abatido por una ráfaga de FAL. El otro piloto, Thomas Willard Rayd, falleció instantáneamente cuando intentó lanzar una granada de mano. Las esquirlas lo hirieron mortalmente en el tórax y le atravesaron  el ojo derecho.

El Gobierno cubano decidió conservar el cadáver del piloto Thomas Willard Rayd, en el Instituto de Medicina Legal, en La Habana, como una contundente prueba de la participación directa de efectivos yanquis en la invasión. 

Más tarde comenzaron a rodar cabezas en el headquarters de la Agencia. Kennedy, enfurecido, destituyó al zar de la inteligencia estadounidense, el mítico Allen Dulles, y lo echó de Langley junto con su segundo, Richard Bissell. Ya no creía en ellos.

A los familiares de los pilotos, que eran todos residentes en Birmingham, Alabama, la CIA les dijo que habían desaparecido  en combate (missing in action).

Años después, la señora Janet Ray Weininger conoció que el cadáver de su padre se conservaba en el Instituto de Medicina Legal en La Habana e inició una larga batalla epistolar de reclamaciones contra la CIA  para que le entregaran el cuerpo. Pero la Agencia no soltaba prenda.

La intervención del senador republicano, John Buchanan, y del presidente James Carter, logró que en mayo de 1978 se iniciaran las gestiones para la repatriación del cadáver del piloto, mediante una solicitud entregada al Gobierno cubano por la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana (SINA).

El 24 de agosto de 1979, luego de un riguroso examen post mortem, y terminado el análisis de las fichas de identidad del occiso y otras informaciones recibidas, los forenses cubanos certificaron que, efectivamente, se trataba del piloto yanki, Thomas Willard Rayd, lo que fue corroborado en un informe del Buró Federal de Investigaciones (FBI) mediante sus huellas dactilares y dentales.

La devolución del cadáver ocurrió el 5 de diciembre de 1979, cuando el Gobierno cubano se lo entregó al señor Edwin Beffel, segundo secretario encargado de los Asuntos Consulares de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba, para su traslado a territorio estadounidense.

Pero esta historia no termina aquí. El 15 de noviembre de 2004, unos 25 años después de que fueran recibidos por la señora Janet Ray los restos de su padre y efectuada la correspondiente ceremonia de su sepelio, declaró a la prensa que su padre había muerto ejecutado por un disparo en la sien, y que había sido torturado y profanado.

Y fue más lejos cuando presentó  ante la corte de justicia en el Condado de Miami-Dade una demanda de homicidio culposo contra Fidel Castro, su hermano Raúl y la República de Cuba por la muerte de su padre.

Detrás de todo este entramado de mentiras estaban los grupos más reaccionarios de Miami, con los que se reunía la señora Ray, quienes seguramente la alentaron y asesoraron en todo este tortuoso camino de infamias.

Sin embargo, el Gobierno cubano había actuado con respeto con el cadáver de un piloto mercenario de la CIA, que había participado en la invasión por Playa Girón, ametrallando y bombardeando el central Australia. Conservó su cadáver durante 18 años, y a solicitud de su hija generosamente se lo entregó.

Avión mercenario derribado Foto: Archivo de Granma
Cuatro bocas antiaéreas de la Base Granma que combatieron en Playa Girón Foto: Archivo de Granma
Artillero de las Cuatro Bocas en la Invasión a Playa Giron. Foto: Periódico Revolución
Carta de la CIA donde le comunican a Janet Ray que su padre fue condecorado excepcionalmente, pero 33 años después todavía niegan que pertenezca a la CIA. Foto: Archivo de Granma
Nota publicada devolución del cadáver del piloto yanki Foto: Archivo de Granma
Derribado el 19 de abril en el mar antes de llegar a Playa Girón. Foto: Archivo de Granma
Derribado el 19 de abril en el mar antes de llegar a Playa Girón. Foto: Archivo de Granma
Granma Derribado el 19 de abril cuando ametrallaba el central Australia.Murió al ofrecer resistencia en su captura. Durante casi veinte años estuvo la CIA sin reclamar su cadáver que estaba preservado en el Instituto de Medicina Legal en La Habana. Foto: Archivo de Granma
Derribado el 19 de abril cuando ametrallaba el central Australia.Murió al ofrecer resistencia en su captura. Foto: Archivo de Granma

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