Matanzas.-Hoy siente orgullo de aquel muchacho que colgó su uniforme de pelotero en un rincón de su casa, en la barriada de Pueblo Nuevo, en esta ciudad, y se vistió de miliciano para partir hacia el lugar por donde habían desembarcado los mercenarios, el 17 de abril de 1961.
Existía la posibilidad real de no volver a jugar pelota, la pasión de su corta existencia. Y ni siquiera eso detuvo a Rigoberto Rosique la madrugada en que se fue con sus 16 años a combatir en Playa Girón.
Lo primero que llamó la atención del imberbe combatiente fue la llegada de su batallón a Jagüey Grande. «El pueblo estaba en las calles, y al pasar los camiones gritaba consignas y nos alentaba a no darle tregua a los mercenarios». Como es lógico imaginar, las descargas de la artillería y de las demás armas mercenarias debieron impresionarlo, y quién sabe si hasta sintió más miedo del esperado.
«Al principio me temblaron las rodillas, pero luego me repuse», confesaría el exjugador matancero mucho tiempo después, en diálogo espontáneo con atletas de la provincia. En efecto, no flaqueó. Aunque todavía era un adolescente, mostró temple de bravo luchador y fue de los primeros de su Batallón 203 en las acciones de cerco y captura de los mercenarios que se metieron ciénaga adentro, cuando se vieron derrotados.
DE ESPALDAS A HOME
Su postura en el cajón de bateo, con el madero agarrado bien alejado del mango del bate, no debió atemorizar a ningún lanzador, una época en que abundaban los buenos serpentineros. Desde niño debió entrenar más duro que los demás. Su baja estatura y un brazo de tirar sin la necesaria fuerza para desempeñarse en el jardín central, exigieron de Rosique sacar a flote otras cualidades en compensación.
«Era de los que siempre estaba a la viva en el terreno de juego, para aprovechar cada oportunidad. Llegué a perfeccionar el tacto y el toque de bola, batear con eficacia por detrás del corredor, y solía dar el jit a la hora buena. Además, desarrollé una habilidad especial para correr hacia atrás en la defensa de los jardines, pues como no contaba con un brazo fuerte, debía jugar más adelantado».
Gracias a su empeño, a la perseverancia en el entrenamiento, logró sobresalir en aquella pelota de mucho rigor, en la cual destacó como ningún otro en los fildeos de espaldas a home. «Lo practiqué reiteradamente desde edades tempranas. Era necesario reaccionar velozmente ante los batazos. Además, estudiaba a los bateadores y me ubicaba en el campo de acuerdo con las características de cada jugador. Nada, el único secreto estaba en el esfuerzo diario, pues conocía mis limitaciones».
Así, sin disponer de un físico impresionante, conformó, junto a Wilfredo Sánchez y Félix Isasi, aquel trío que hizo historia en nuestro beisbol, bautizado por el inolvidable Bobby Salamanca como los tres mosqueteros, horcón principal del equipo Henequeneros que se tituló en 1970, y con papel determinante en algunas de las legendarias victorias de nuestro país en torneos internacionales.
Rosique brilló, sobre todo, en el mítico juego frente a EE. UU. en el Mundial de 1969, en Quisqueya, certamen que inmortalizó a su compañero Gaspar «Curro» Pérez, y en el que él conectó el jit de oro en el desafío por el título. Al referirse a aquel cañonazo para poner a su equipo delante en el marcador por 2-1, dijo que fue el jit más importante de su carrera, «porque hizo muy feliz a Fidel».
ESO ES LO MIO
Su nombre aparece entre los primeros exaltados al Salón de la Fama del Palmar de Junco. Participó en 13 temporadas, ganó dos títulos de bateo y promedió 302. Tenía solo 30 años cuando decidió colgar los guantes. Al parecer, había razones de mucho peso.
«Empecé en la pelota desde muy joven y sentí que había perdido facultades. Además, necesitaba tiempo para estudiar, pues tenía vencido solo el quinto grado cuando me inicié en las series nacionales».
Rosique estuvo, además, en la limpia del Escambray, y cumplió misión internacionalista en Angola. Sin embargo, nada lo conmovió tanto como la epopeya de Girón.
«Fue una inolvidable experiencia. Me impresionó el valor de mis compañeros de lucha y ver combatiendo a muchos jóvenes de mi edad. Aquellos días me hicieron más cubano y revolucionario».
Luego de su retiro del deporte activo se fue superando, poco a poco, hasta hacerse licenciado en Deportes. Nunca se apartó del beisbol ni de sus principios. «Eso es lo mío, la pelota y defender la Revolución. Así es como quiero que un día me recuerde mi pueblo, como un sencillo atleta que, cuando vio a la Patria en peligro, cambió su bate por el fusil».