Foto: Tomada de Cultura y Resistencia.
La intervención militar de Rusia en Ucrania prologa la reconfiguración del orden mundial. Cualquier escenario que devenga de la tragedia bélica reordenará las relaciones internacionales y esa situación inquieta a quienes se dedican a instituir un sentido común homogéneo a nivel global. La decisión del Kremlin pateó el tablero de una hegemonía exclusiva en la que uno de los actores estatales, Estados Unidos, se arrogaba la prerrogativa de la intervención, la injerencia o la invasión de territorios ajenos a sus fronteras. La ruptura de esa regla implícita por parte de Vladimir Putin –y su sostenimiento a pesar de las amenazas y las sanciones– supone un duro revés para quienes sostienen la creencia en franquicia única de tono imperial.
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La intervención militar desplegada en Ucrania –e incluso las negociaciones que se realizan en la frontera de Bielorrusia y Polonia– suponen un doble desafío al sentido común del pensamiento unilateralizado: por un lado derrumba el dogma de la existencia de un único jugador con capacidad para imponer reglas del juego en la arquitectura global; por el otro, exhibe la impotencia de quien se muestra como garante de la seguridad internacional: Washington pugna por demostrar que sus sanciones económicas y financieras son eficaces, mientras queda en evidencia el límite militar advertido por Putin.
Estas son las dos razones por las que se ha desatado una enorme campaña comunicacional, a través de canales institucionales e informales, destinada a imponer un relato único capaz de fingir el liderazgo resquebrajado de la Casa Blanca. Las acciones militares que se desarrollan en el límite oriental de Europa están acompañadas por un bombardeo de propaganda política intencionada, abarrotada de operaciones de guerra cognitiva basadas en informaciones falsas, simulaciones y virtualizaciones de la realidad.
La guerra supone un acto de violencia encaminado a forzar a un contendiente a someterse a determinada voluntad. La comunicación de guerra –desplegada en forma incremental en el último medio siglo– implica una coacción psicológica y cognitiva orientada a adoptar determinados patrones de hostilidad respecto de quien se busca etiquetar como enemigo. Las contiendas bélicas están cada vez más acompañadas de operaciones comunicacionales que se instalan por dentro y por fuera del campo de batalla.
La propagación de contenidos político-militares busca empoderar a uno de los actores en conflicto y desacreditar al oponente: es un proceso de difusión de conceptos orientados a direccionar y/o manipular la opinión pública a través de datos, informaciones o imágenes, con la intencionalidad de favorecer un punto de vista o la posición de uno de los contendientes. Procura, en ese marco, movilizar la confianza, la empatía y la adhesión en relación con uno de los antagonistas, y producir el aborrecimiento y el odio del restante. Esta operación incluye la utilización deliberada de mecanismos de sugestión acordes con las estructuras...