¡Qué bella es la pelota! ¡Y qué hermoso cuando los niños la defienden! Este sábado ese juego, sus saberes y prácticas asociadas que Cuba declaró el pasado 19 de noviembre como Patrimonio Cultural de la Nación, estuvo en el alma de los más pequeños y en sus sinceros sentimientos, que bordaron con lágrimas un ponche o con una sonrisa el jonrón.
En Bayamo, cuna de nuestra nacionalidad, el equipo de la casa expuso su título de campeón del país de la Pequeñas Ligas ante el seleccionado de Santa Clara que, en dos juegos pletóricos de emociones, se erigió en el nuevo monarca.
Podríamos describir, en apretada síntesis, los pormenores de ambos duelos o llenar este espacio de criterios técnicos y tácticos aún por pulir, como es lógico, pero perderíamos la impronta de lo sucedido. Se diluiría, además, la perspectiva que nos deja lo vivido por ellos y lo que significa potenciar este escalón, imprescindible en el desarrollo del deporte más amado en nuestra tierra.
Los propios marcadores vencedores de los santaclareños 5-4 y 10-9 son reflejo de cuánto se luchó, de la hidalguía en el diamante y del denuedo de las dos novenas. Y entre los protagonistas, un niño negro, alto y fibroso, como los Leopardos de Santa Clara, los invencibles del año 1923, conjunto que solo integraron peloteros de ese color de piel, levantándole un monumento a la pelota con sus dotes de campeones. Elvis Herrera fue el Alejandro Oms de entonces o el Martin Dihigo, quien sin protagonismo debutó en aquel equipo, para luego, con esa camisa, ser una estrella desde la lomita y al bate, como Elvis, quien ganó el primer juego, en calidad de lanzador, y que en el doble programa pegó tres jonrones y un tubey.
Con ellos, llevándolos de las manos en su entrada al terreno, estuvieron los equipos de Villa Clara y Granma de la 61 Serie Nacional, que por esa magia del beisbol, pues nadie sabía cuáles serían los finalistas, eran rivales de fin de semana en la temporada cubana. Fue otro puente sobre el cual Pedrito Castillo pudo emular con su ídolo, el capitán de los Alazanes, Carlos Benítez, ambos con el mismo número cinco en sus chamarretas, o por el que pasaron Andy Sarduy y Luis Enrique Gurriel, niños, tan combativos como sus padres, con iguales nombres y dígitos, el 4 y el 14.
Bellas jugadas a la defensa, solvencia en el cajón de bateo, biotipos o brazos fuertes en el montículo, capaces de ocho ponches seguidos como los del bayamés Dariel Binajera, hacen pensar con optimismo en el futuro. Pero también nos dicen que esta es la competencia más importante de la pelota cubana, así como las de las categorías siguientes, hasta cubrir las edades juveniles. ¿Por qué? Fijémonos solo en los nombres de los equipos y tendremos la respuesta: Bayamo y Santa Clara, como en semifinales Habana del Este y Ciego de Ávila, son los planteles de los municipios, la base de nuestro sistema social, donde se materializa y es destinario el desarrollo que alcancemos, en lo económico y en cualquier otra esfera.
Allí es donde más hay que jugar entre los de diez y 12 años, entre los de 13-14, los de 15-16, y hasta cubre los juveniles, para que, en una espiral de desarrollo, los mejores representen a esos territorios a nivel provincial y luego en la lid nacional. Ellos, los niños, nos lo acaban de demostrar. Su entrega sin límites nos convoca a revertir la hoy poca participación en competencias en esa edades y a esas instancias de base.
Si como nos dijo el Comandante en Jefe, el 24 de agosto de 2008, hacemos «un uso mejor de todos los recursos humanos y materiales disponibles», empoderando al municipio, la pelota seguirá siendo una potencia. Así se hizo, tenemos esa experiencia, y no faltaron los jonrones.