He sabido de su adiós ayer y viene a mi memoria una sentencia, lejanamente aprendida, cuando la lectura de aquellos relatos inolvidables que vieron la luz por la Editora del Consejo Nacional de Cultura, se nos hizo imprescindible en los años tempranos.
«Hay que advertirlo de entrada: Kafka quiso impedir que conociéramos su obra». Con estas palabras arrancaba el prólogo de los Relatos del checo genial, que se publicaba en Cuba en 1964. Lo firmaba Ambrosio Fornet, responsable también de la selección de unos textos a los que todo lector de clásicos volvería, una y otra vez, al calibrar desde el primer encuentro la fuerza creativa de esas páginas.
Impactaba la invitación, que una vez leída no era posible rechazar, y se repasaban aquellas líneas –escritas como si su autor hubiera conocido muy de cerca a aquel de quien hablaba– en un absoluto gozo que preparaba al lector para el banquete que sería emprender en las páginas subsiguientes la obra de Franz Kafka.
Era ya un escritor Ambrosio Fornet cuando el rumbo de la vida lo llevó a emprender otros destinos, también relacionados con los libros, aunque no precisamente dirigidos a construir su obra de ficción. Había publicado en 1958 un libro de cuentos y el periodismo también lo había llamado a entrar en sus predios. En toda tarea que a partir del triunfo revolucionario le fuera consignada, dejaría su huella creativa y crucial, y con ella una obra que lo convertiría en uno de los intelectuales más prominentes de su tiempo.
Junto al pedagogo Herminio Almendros, trabajó en la editorial del Ministerio de Educación, donde debían adaptarse a la norma cubana obras universales para niños y jóvenes. Después, junto a Edmundo Desnoes, dirigió la sección de Arte y Literatura de la Editora Nacional, que conducía Alejo Carpentier. Gracias al desvelo de la Imprenta Nacional –refirió en una entrevista a Granma– tenían adelantadas las novelas imprescindibles de la literatura universal de Europa, con El Quijote en primer lugar y no pocos clásicos de la poesía y el teatro.
Pero faltaba mucha literatura del siglo XX, y fue Fornet quien tuvo a su cargo la tarea de actualizar el plan editorial. «Al seleccionar las obras con que iniciaríamos esa labor pusimos en los tres primeros lugares a James Joyce, Franz Kafka y Marcel Proust. Es decir, la vanguardia de la vanguardia. Los clásicos del siglo XX. En la colección Cocuyo, y en varios años a los que han llamado la Edad de Oro de la Publicación en Cuba sacamos a la luz toda esa literatura».
Firmaría entonces una amplia obra ensayística propia de los empeños llevados a cabo. El libro en Cuba, por ejemplo, constituye un título esencial para conocer el mundo editorial de los siglos XVIII y XIX y en su última edición contempla una mirada a la primera mitad del siglo XX.
Solían los amigos de Fornet mostrarles sus escritos. «No lo hacían porque yo fuera un genio, sino porque yo les hablaba claro. Se acostumbraron ellos a enseñármelos y yo a leerlos. Llegó a decirse: Si Ambrosio no los ha leído no se los van a publicar. Acabé cogiéndole el gusto a criticar y a no ser criticado y me fui convirtiendo en lo que llamaron el crítico de su generación», refirió alguna vez.
Miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua, fue Fornet también un hombre de cine. Además de haber liderado un proyecto editorial de varios volúmenes sobre dramaturgia cinematográfica, y creado documentales, escribió el guion de Retrato de Teresa. «Íbamos al cine Pastor y yo para ver la reacción del público y siempre era la misma historia. Salían las parejas discutiendo. Creo que nunca hubo más divorcios en Cuba», expresó con tono jocoso en una oportunidad.
Crítico revolucionario, capaz de llamar las cosas por su nombre, sin mojigaterías ni temblores; defensor esencial de nuestra cultura; intelectual consciente de lo que significó la Revolución Cubana para su país, mereció el Premio Nacional de Edición y el Premio Nacional de Literatura. La Feria Internacional de La Habana correspondiente a 2012 le estuvo dedicada y en ella brillaron sus letras.
Para quien vio en la obra que se consiguió publicar en Cuba su propia obra creativa, no puede, sin embargo, haber premio mayor que el de haber contribuido, con su colosal esfuerzo, a la consolidación del lector cubano. Con ese trofeo gana Ambrosio Fornet la eternidad.