Una historia real de enfrentamientos militares, aderezada con elementos de una cultura donde lo mágico y lo maravilloso armonizan perfectamente, constituye el núcleo de Convoy de sal y azúcar (2015), filme realizado en Mozambique por Licinio Azevedo, un periodista brasileño que en la década de los 60 del pasado siglo se vio obligado a huir de su país natal para escapar de la amenaza de los militares en el poder.
Azevedo terminó asentado en Mozambique y, 15 años antes de hacer su filme, escribió un libro que recogía un peligroso viaje ferroviario realizado en 1989, días en que la guerra civil en Mozambique –comenzada en 1977, dos años después de la independencia de ese país–, estaba en pleno apogeo y enfrentaba al Frente de Liberación de Mozambique (Frelimo) de Samora Machel, con fuerzas insurgentes anticomunistas agrupadas en la Resistencia Nacional Mozambiqueña (Renamo), que contaba, entre otros, con el apoyo del régimen racista de Rodesia.
Tanto el libro de Azevedo, como la película basada en él, recrean los peligros experimentados por los pasajeros de aquel tren, en especial las mujeres, que aprovechaban el recorrido entre Nampula y Malawi para cargar con sacos de sal que, posteriormente, cambiarían por la preciada azúcar. Un viaje temerario, por cuanto las fuerzas enemigas se habían propuesto que el tren no llegara a su destino, y para lograrlo contaban con armas, artimañas y deidades invocadas a su favor.
Premiada en el Festival de Locarno, una de las virtudes de Convoy de sal y azúcar es que evita esquematismos y despliega miradas críticas para los dos bandos en disputa. El tema de la política, aunque tratado con algunas alusiones al paso no exentas de ironías y humor, no es el objetivo de este filme, que sí se centra en la humanidad de los hombres envueltos en una guerra demoledora que ha sacado a relucir lo mejor y lo peor de ellos.
Convoy de sal y azúcar evidencia elementos del género western, pero lo preponderante es la ponderación fantástica a partir de las creencias y maleficios incorporados a la guerra. Es así que el comandante conocido como Siete maneras, con su rostro profundamente escarificado y una facultad sobrenatural para la guerra, que parece provenirle de sus ancestros, prohibirá hablar por radio, una vez parta el tren, «porque los espíritus pueden estar escuchando».
Violenta, apoyada en las particularidades de un país en plena guerra civil y en la idiosincrasia de sus hombres y mujeres, Convoy de sal y azúcar, que podrá ser vista próximamente en televisión, enaltece la cinematografía africana.