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¿Responsable, pero no culpable? Los rusos y la guerra contra Ucrania

Por Nikolai Epple*

Los eventos que las autoridades rusas, bajo la amenaza de un castigo penal, exigen sean llamados «operaciones especiales militares en Ucrania», plantean agudamente la cuestión de la responsabilidad de los ciudadanos por aquellos crímenes cometidos en su nombre, por el Estado. 

Por un lado, muchos rusos se sienten avergonzados de su país, al tiempo que se quejan de la injusticia de las sanciones que privan a los ciudadanos comunes —incluidos los que protestan, pese a la amenaza de persecución— de un bienestar mínimo. Otros afirman que apoyar cualquier acción del propio país es una posición cívica verdaderamente responsable. Las  categorías de culpa y responsabilidad surgen inevitablemente en esta amarga discusión, y debemos recordar la diferencia entre ellas.

La noción de culpa colectiva es bastante natural para la conciencia humana, especialmente la primitiva. Desde la antigüedad, ha habido dos líneas al respecto. Primero, la culpa de unos pocos miembros de la comunidad podría presentarse como la culpa de toda la comunidad. El ejemplo de manual es la leyenda bíblica sobre la destrucción de Sodoma y Gomorra (Génesis, 19). En segundo lugar, la culpa de los antepasados podría ser contagiada por la conciencia primitiva a los descendientes.

La referencia aquí es una cita de los Diez Mandamientos, otro texto importante de la Biblia: «Porque yo soy el Señor tu Dios, un Dios celoso, que castigo a los hijos por la culpa de sus padres hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen» (Deuteronomios. 5, 9). Ambos mecanismos están involucrados en el mito de culpa colectiva más perdurable de la historia: la acusación del pueblo judío en el asesinato de Cristo.

A inicios del siglo XX, el principio de responsabilidad colectiva, además de en las sociedades tribales, se preservó en varios tipos de instituciones cerradas —prisiones, internados, unidades militares—, donde el colectivo es castigado por la mala conducta de uno de sus miembros. Los regímenes totalitarios también practicaron la responsabilidad colectiva: durante la ocupación de Polonia por los nazis, el asesinato de un soldado alemán se castigaba con la ejecución de varios cientos de polacos. En la URSS, los casos individuales de cooperación con los nazis se convirtieron en la base para la deportación de pueblos enteros.

Después de la Segunda Guerra Mundial, la noción de culpa colectiva se volvió contra los ex nazis y sus compatriotas. La culpabilidad de Alemania por los crímenes de los nazis, la «culpabilidad alemana» colectiva y el castigo por ello se han convertido en uno de los problemas más importantes de la filosofía política, la ética, la teoría y la práctica jurídica. El debate sobre estas categorías continúa hasta el día de hoy. Aquí describimos sus hitos clave.

Los tipos de culpa

Inmediatamente después del final de la guerra, el psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers abordó el tema de la culpabilidad de Alemania por los crímenes del nazismo.  Casado con una mujer judía, Jaspers fue suspendido de la enseñanza en 1937; hasta el final de la guerra estuvo aislado, esperando constantemente su arresto. Al regresar en 1945 para dar una conferencia en la Universidad de Heidelberg, preparó un curso sobre el problema de la culpa y la responsabilidad alemanas. En 1946, el curso se publicó como libro.

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Karl Jaspers

Los crímenes del régimen nazi, según Jaspers, no tienen justificación, mereciendo Alemania la subsiguiente humillación y el juicio de los vencedores, en la forma del Tribunal de Nuremberg. Pero no se trata de «culpa colectiva», una categoría que implica una visión colectivista de la sociedad y la nación: un pueblo no puede convertirse en un individuo. «Un pueblo no puede morir heroicamente, ni ser un criminal, ni actuar moral o inmoralmente, solo sus representantes individuales siempre pueden hacer esto», escribió Jaspers.

Jaspers distingue entre diferentes interpretaciones de la culpa: penal o legal, política, moral y metafísica. Esta última sería una responsabilidad por «cualquier injusticia en el mundo, especialmente por los crímenes cometidos en nuestra presencia y con nuestro conocimiento». La culpa jurídica, moral y metafísica sólo puede ser individual, pero la culpa política bien puede ser colectiva. Esta es la responsabilidad por las acciones de los estadistas, en las que todos los ciudadanos participan indirectamente.

La purificación y restauración de Alemania, según Jaspers, solo sería posible a través del reconocimiento de la culpa moral y metafísica a nivel individual («sin el camino de la purificación proveniente de la conciencia profunda de la propia culpa, el alemán no puede obtener la verdad») y político —a nivel colectivo («sólo de la conciencia de la culpa surge la conciencia de la solidaridad y de la propia responsabilidad sin la cual es imposible la libertad»). Jaspers afirma entonces que existe una diferencia entre la culpa y la responsabilidad política; su alumna Hannah Arendt se centrará en reafirmar la importancia de su diferencia.

De la culpa a la responsabilidad

Alemana de origen judío, Hanna Arendt estudió filosofía con Jaspers y  Martin Heidegger. Involucrada tempranamente en actividades antifascistas, se vió obligada a huir de Alemania, primero a Francia (1933), y luego de la Francia ocupada por los alemanes a los Estados Unidos (1940).

El principal problema de Arendt como pensadora política fue la crisis de la idea de moralidad revelada por el Holocausto, debido a que enormes masas de personas resultaron cómplices de los crímenes más crueles perpetrados por regímenes totalitarios. La cuestión de la responsabilidad de la «persona corriente» se convierte aquí en una de las claves. Arendt la aborda en varias obras, incluido el famoso libro Eichmann en Jerusalén.

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Juicio contra el SS Adolf Eichmann, uno de los principales ideólogos y ejecutores del Holocausto.

Arendt, aclarando el pensamiento de Jaspers, separa estrictamente culpa y responsabilidad. La culpa no se puede extender al colectivo; además, tal difusión suele ser solo una forma de evitar hablar realmente de su fuente. Donde todos son culpables, nadie es inocente. La noción de culpa colectiva conduce a nociones absurdas de calificar tal o cual comunidad como «mala» y, por lo tanto, diferente del resto.

Esto dificulta entender exactamente cómo el crimen masivo se ha convertido en una variante de la norma, en vez de una anomalía. Según Arendt, desde un punto de vista jurídico y moral, sólo tiene sentido la culpa personal —su refinamiento permite dictar sentencia o realizar juicios morales—, pero extenderlo a un grupo no tiene ningún significado práctico.

Una persona puede ser responsable por actos que no cometió; y al mismo tiempo tal responsabilidad, a diferencia de la culpa, extenderse a una comunidad de personas. Según Arendt, solo se puede hablar de responsabilidad colectiva en el caso de pertenecer a una comunidad política, lo que implica la complicidad indirecta, muchas veces pasiva, en un delito cometido en nombre de sus miembros. Esto juega un papel clave en la comprensión del totalitarismo y la superación de sus consecuencias.

De ello se deduce que el «arrepentimiento colectivo» es un evento problemático, ya que descansa en la categoría de culpa colectiva, que extiende la culpa individual a la comunidad, lo que suele estar cargado de erosión y manipulación. Una adecuada realización de la responsabilidad política sería la disculpa del jefe de Estado por los crímenes cometidos en nombre de este Estado y el pago de indemnizaciones a las víctimas.

De lo colectivo a la responsabilidad compartida

La investigadora y feminista estadounidense Iris Marion Young abordó en su obra temas de injusticia social y participación política. El fenómeno de la responsabilidad es el tema central de su último libro. Young habla de responsabilidad en un contexto diferente al de Jaspers y Arendt: en el centro de su análisis está la responsabilidad como categoría social. 

Desde el punto de vista de los miembros prósperos de la sociedad, la razón de las desgracias de sus compañeros desfavorecidos es la incapacidad de asumir plenamente la responsabilidad de sus vidas y el deseo de transferirla a la sociedad. Mientras tanto, en la práctica, asumir la responsabilidad de la propia vida se ve obstaculizada por la injusticia sistémica a nivel del Estado y las instituciones públicas.

Young está particularmente interesada en cómo un individuo puede ser responsable de las acciones de los demás. La responsabilidad colectiva, según Arendt, existe simplemente en virtud de la pertenencia a una comunidad política; para Young esto no es suficiente, dado que es importante lo que una persona ha hecho o dejado de hacer como miembro de la comunidad.

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Iris Marion Young

Según Young, la asunción real de la responsabilidad política por parte de un miembro de la comunidad se traduce inevitablemente en el imperativo de aceptar esta responsabilidad como una oposición activa a la injusticia. Refuerza la distinción de Arendt entre culpa y responsabilidad, mostrando que la categoría de culpa se dirige al pasado (al atribuir culpa a alguien, localizamos el acto cometido), mientras que la responsabilidad se dirige al futuro (al atribuir responsabilidad a alguien, formulamos un programa de acción para el futuro).

De esta forma, Young pronuncia lo que Arendt ha dejado entre líneas: la responsabilidad de un miembro de la sociedad no es solo la solidaridad, sino la acción activa que imposibilite la injusticia sistémica a la que están sintonizadas las instituciones políticas.

La responsabilidad por las obras de los antepasados

El debate actual sobre la responsabilidad de la sociedad rusa por la guerra, en esencia, continúa la larga conversación sobre la actitud hacia las represiones masivas de la era soviética. ¿Es la condena del terror ejercido por el estado contra sus propios ciudadanos, la única posición posible de un ciudadano, o, por el contrario, una traición en relación con el propio país, una «demostración de debilidad» en relación con estados extranjeros, cuya historia también contiene numerosas páginas vergonzosas y criminales? 

¿Se puede hablar de «culpables» de violaciones masivas de derechos humanos por parte de quienes no participaron directamente en ellas? ¿Cómo sería asumir la responsabilidad por ellos y qué tan amplio es el círculo de aquellos a quienes concierne esta responsabilidad? ¿Deben los descendientes de los verdugos arrepentirse ante los descendientes de las víctimas ¿Es siquiera posible el arrepentimiento colectivo? 

Las posibles respuestas a estas preguntas las proporciona la historia de Jennifer Teege, la nieta de Amon Goth, comandante del campo de concentración de Plaszow. Hija de una alemana y un nigeriano, entregada en la infancia por su madre a un orfanato, supo de su abuelo recién en la edad adulta. Obviamente, en su caso no hay que hablar de culpabilidad por los crímenes del abuelo. Pero en su autobiografía, cuestiona qué es una conexión de sangre con el crimen y qué significa en su caso.

El libro termina así: junto con un grupo de escolares israelíes, Teege viaja a Polonia para visitar el lugar donde estuvo el campo de concentración en el que su abuelo cometió atrocidades. Allí les cuenta a estos niños —los nietos de los que murieron en estos lugares— su propia historia. Después de eso, la invitan a depositar flores en el memorial con ellos. «Mi única responsabilidad es seguir hablando de eso», escribe Teege.

En su caso es imposible hablar de arrepentimiento por las obras de los antepasados, porque la culpa es individual. La responsabilidad se asocia con un sentido de pertenencia a estos actos a través de la historia familiar. Debido a esto, la conexión con los crímenes del pasado se satura emocionalmente, incitando a una persona a actuar de tal manera que evite la repetición de tales crímenes en el futuro.

*Este texto fue publicado originalmente en Meduza. 

Traducción para La Joven Cuba: Armando Chaguaceda.

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