Desde finales de la década de los 60 del siglo pasado, ese ser colectivo llamado cliente, alguna vez también nombrado como usuario, ha estado buscando infructuosamente a quién quejarse de que un empleado lo maltrató, sin que haya tenido resultados en sus reclamos, salvo excepciones que confirman la regla.
Antes de esos años, era fácil encontrar al dueño del negocio que tras recibir la queja tomaba cartas en el asunto con medidas drásticas contra el infractor, además de tratar de resarcir de algún modo al afectado para no perder un cliente habitual.
Con la abrupta desaparición de la propiedad privada en el escenario comercial surgió un personaje que, según explicaciones de los empleados de la época: “No está”, sencillamente así: “No está ahora”, y si iban a ser más explícitos: “Está en una reunión en la empresa”.
Aquellas escuetas informaciones dejaban a todos atónitos con la pregunta de para qué tenía que estar tanto tiempo en una reunión si dirigía uno o dos empleados, y el volumen de trabajo de poco tiempo atrás ahora se distribuía entre varios. Estaba ausente físicamente, sin embargo, sus instrucciones eran cumplidas al pie de la letra o, al menos, así lo hacían saber cada uno de los miembros del colectivo laboral, que estaban cumpliendo las orientaciones del jefe.
Avanzando la década de los 70, el ausente dejaba por escrito sus órdenes: “No pase si no es empleado”, “Espere ser atendido”, “No se presta el teléfono”, “Revise la mercancía antes de salir porque después de salir no se admiten reclamaciones”… y un sin número de indicaciones que poco a poco todos fueron firmando homogéneamente en el país: La Admón, es decir, la Administración.
Mientras más avisos aparecían en los establecimientos, mayor era la ausencia, según algunos, para que no pudieran ser acusados con pruebas de ser cómplices, y dejar las manos libres no solo para maltratar a los clientes, sino también para dar menos y cobrar más.
A nivel mundial existen leyes de protección al consumidor, y Cuba no tiene que ser una excepción, pero tales normas legales requieren tener en cuenta las particularidades del país para aplicarlas, pues en otras naciones el dueño o la persona a cargo del negocio siempre trata de satisfacer al cliente, mientras en la isla es todo lo contrario.
Son tantos los años de maltrato que si alguien decide recoger un anecdotario tendría suficientes testimonios para llenar varios volúmenes, lo mismo tratado con toda seriedad, como de manera humorística.
Si el asunto fuera de fácil solución ya estuviera resuelto, por lo cual la pretensión no es la de dar recetas para transformar la situación en pocas horas, pero como andamos en caminos de informatización, vale la pena una observación sobre esas modernidades.
El cada vez más extendido procedimiento de recibir bienes y servicios sin acudir presencialmente a un lugar nos libra de la presencia de un potencial maltratador que pudiera haber en cada empleado, pero estaríamos renunciando a muchas cosas si ciframos la esperanza de solución únicamente en el uso de las nuevas tecnologías.