La vocación de integrar todas las músicas de nuestra época con conocimiento de causa y la mayor altura profesional posible, por parte de la orquesta Solistas de La Habana, quedó refrendada en el programa conmemorativo del vigésimo aniversario de la formación camerística, acaecido en la Basílica menor del Convento de San Francisco de Asís.
Para ello, su actual director, Iván Valiente, quien por años ha lidiado por mantener a flote un colectivo tan necesario para la vitalidad de la música de concierto en el país, apeló a dos momentos: uno dedicado a Igor Stravinsky, y otro a la más reciente creación del pianista y compositor matancero Alejandro Falcón.
El maestro ruso, de quien nuestro Alejo Carpentier dijo tempranamente que «no podía asistir con los brazos cruzados al espectáculo de su época» y que «sus procedimientos técnicos forman parte del abecedario del músico moderno», llegó al auditorio mediante Apollon musagete (1928), partitura que sirvió a George Balanchine de pauta para una célebre coreografía.
Estamos ante una obra que se desmarca de la evolución lineal de las vanguardias europeas de entre guerras para, en aparente paradoja, confirmar su modernidad. La referencia al mito apolíneo no es más que un pretexto para revelar la existencia de potencialidades inéditas para la simetría, el orden, la tonalidad y la más absoluta transparencia discursiva.
En 1942, antes de que afinara aún más la partitura cinco años después, Stravinsky confesó en el texto titulado Poética de la música: «Lo que es importante para el ordenamiento lúcido de la obra, para su cristalización, está en que todos los elementos dionisíacos, que tientan la imaginación del artista, deben ser debidamente subyugados antes de que nos embriaguen y deben someterse a la ley: Apolo lo exige».
Todo un desafío para una orquesta de cuerdas, reducida en número, de acuerdo con las disposiciones stravinskianas, y sin la experiencia requerida para afrontar un ejercicio estético refinado y exigente, y la desventaja de que algunos asistentes a la velada suelen tomar como referencia una muy famosa grabación berlinesa del inmenso Von Karajan. Solistas de La Habana, como hizo notar Valiente, cumple 20 años con una planta cuya edad promedio es 23. Más haciendo honor a su apellido y con un profundo manejo de la partitura, Apollon salió adelante.
A Falcón hay que tomarlo en serio no solo en el jazz, sino como autor de música concertante, rigurosamente académica y felizmente fecundada –¡cómo podría renunciar a su denominación de origen!– por la tradición popular, su sentido de pertenencia a la matanceridad y, obviamente, a su intenso trato con el jazz cubano, como lo demostró con su presencia imbatible en el piano.
Mientras se propone acariciar los oídos y refrescar las hondas huellas del legado ritual de origen africano, latentes en el imaginario sonoro popular –verbigracia, Vals para Ochún y Tributo a la Virgen de la Caridad del Cobre–, aventura la Suite entre las dos aguas (a la hora de la grabación debía repensar el título para evitar confusión con la paradigmática pieza de Paco de Lucía), en la que refuncionaliza, en originales coordenadas y con sumo ingenio, icónicos géneros insulares (danzón, mambo, rumba, zapateo). Solistas de La Habana, Iván Valiente, Falcón y el público se fundieron en un haz de gozo.