LA HABANA, Cuba. — Hay en marzo dos fechas de hechos ocurridos en los años 50 del siglo pasado que, de haber tenido otros resultados, hubieran hecho totalmente diferente la historia cubana de las últimas siete décadas. Me refiero al golpe de estado del 10 de marzo de 1952 y al ataque al Palacio Presidencial del 13 de marzo de 1957.
La madrugada del 10 de marzo de 1952, Fulgencio Batista Zaldívar, desde el campamento militar Columbia, encabezó un cuartelazo que derrocó al gobierno de Carlos Prío Socarrás. El pretexto de Batista para la fractura del orden constitucional fue acabar con el pandillerismo y la corrupción administrativa.
Batista, que desde 1944 se había radicado en Daytona Beach, Florida, había regresado a Cuba para aspirar de nuevo a la presidencia. Pero sus posibilidades de vencer en los comicios, a pesar del descenso de la popularidad de los auténticos y el debilitamiento de los ortodoxos tras el suicidio de Eduardo Chibás, eran casi nulas. Sólo le quedaba recurrir a la vía más expedita para llegar al poder: el golpe militar.
Fulgencio Batista y Fidel Castro son los personajes más determinantes de la historia de Cuba en el siglo XX.
Batista fue un producto de la llamada “Revolución del 33” que derrocó al régimen de Gerardo Machado. Luego de haber sido cortador de caña en Banes, retranquero de ferrocarril en Camaguey y recadero de los guardias del Tercio Táctico de Holguín, en 1921, Batista ingresó como soldado del Cuarto Batallón de Infantería, en el campamento Columbia. Doce años después, el 4 de septiembre de 1933, protagonizaría la asonada militar que derrocó al gobierno provisional que durante menos de un mes sustituyó al de Machado.
Fue casi por casualidad que Batista, de 32 años, se vio al frente de la conjura de los militares, que originalmente solo reclamaban un aumento salarial. Los tres sargentos que lideraban la asonada, Pablo Rodríguez, José Eleuterio Pedraza y Miguel López Migoya, sumaron a Batista a su grupo porque era el único que tenía carro, lo que les permitía desplazarse con rapidez, y porque era un taquígrafo veloz. La prominencia se la dio Sergio Carbó, que sin consultar con sus colegas de la Pentarquía, nombró a Batista, el 8 de septiembre de 1933, coronel y jefe del Estado Mayor. Como tal, formó parte del gobierno provisional de Ramón Grau San Martín, a quien derrocaría en 1934. Durante los próximos cinco años, desde Columbia, fue Batista quien, con mano dura, ejerció realmente el poder en Cuba.
Paradójicamente, Batista fue quien abrió y cerró el paréntesis de estabilidad política y ascenso democrático que hubo en Cuba entre 1940 y 1952. Lo abrió en 1940, cuando luego de ganar las elecciones presidenciales al frente de una coalición que incluía a los comunistas, hizo la convocatoria a una asamblea constituyente que redactó una de las constituciones más avanzadas de su época. Y lo cerró abruptamente con el golpe de estado del 10 de marzo de 1952.
Nadie pudo imaginar que aquel golpe de estado que no encontró resistencia y el fracaso, unos años después, del Diálogo Cívico entre Batista y la oposición democrática, abonarían el terreno para la violencia revolucionaria y la instauración del régimen totalitario de Fidel Castro.
En la tarde del 13 de marzo de 1957, miembros del grupo armado Directorio Estudiantil, encabezados por el líder universitario de 25 años José Antonio Echeverría, atacaron el Palacio Presidencial con el propósito de ultimar a Batista.
La acción, mal planeada, casi suicida, fracasó, y resultaron muertos Echeverría y la mayoría de sus compañeros. Fidel Castro, desde su campamento en la Sierra Maestra, criticó aquel ataque para el cual no fue consultado. Y no fue precisamente porque estuviera en contra del magnicidio o del terrorismo, que más terroristas eran los atentados con bombas cometidos en las ciudades por los miembros de Acción y Sabotaje de su Movimiento 26 de Julio.
A pesar de que Fidel Castro y José Antonio Echeverría habían firmado en 1956 la llamada Carta de México que supuestamente sellaba la unidad de las fuerzas que se oponían al régimen de Batista, entre ambos líderes existían grandes contradicciones. Y no eran solo de métodos de lucha las diferencias entre Echevarría, un joven de formación burguesa, católico y nada inclinado a la izquierda, y el voluntarioso y autoritario Castro, que no ocultaba su aspiración de hacerse con el liderazgo absoluto de todas las fuerzas revolucionarias.
De haber tenido éxito el magnicidio planeado por Echevarría, y si eso hubiese provocado el fin de la dictadura, el Directorio Estudiantil, que se habría impuesto sobre el M-26-7, hubiese restaurado la Constitución y apoyado la celebración de elecciones libres que dieran por resultado un gobierno democrático.
Fidel Castro, que llevaba solo cuatro meses en la Sierra Maestra y hostigado por las fuerzas gubernamentales no había podido todavía organizar el ejército guerrillero que luego tuvo, habría tenido que aceptar al gobierno resultante de esas elecciones, o de lo contrario, sin posibilidades de éxito, habría tenido que seguir alzado en las lomas.
Pero no fue así. La muerte de Echeverría le despejó el camino a Fidel Castro para imponer la primacía del Movimiento 26 de Julio sobre el Directorio Estudiantil, al que después de enero de 1959, desarmaría y ningunearía al incorporarlo a las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI). Eso, sumado a los encarcelamientos y fusilamientos de varios miembros del Directorio Estudiantil y del Segundo Frente del Escambray, fue una pieza clave en la instauración de la dictadura comunista.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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