LA HABANA, Cuba.- Dicen que la bellota de Scrat se perdió y apareció en el parque Calixto García de la ciudad de Holguín. La noticia llegó a los cibernautas gracias a los memes que han llenado las redes sociales con motivo de la “cosa” que los organizadores de la 14 Bienal de La Habana han admitido como arte.
Una piedra enorme, con un pedazo de madera adherido presuntamente para semejar una fruta desprendida del árbol, ha sido emplazada en una de las esquinas del citado parque holguinero para desconcierto de los transeúntes y conductores de vehículos. Las opiniones a propósito de la “obra” han reavivado el debate sobre qué debería o no ser considerado “arte”; pues si bien los conceptos han variado desde finales del siglo XIX, cuando se trata de arte contemporáneo muchas personas creen, no sin razón, que les están tomando el pelo.
De cierta manera se ha asumido que el arte contemporáneo solo puede ser comprendido por los especialistas, como si un saber superior fuese necesario para encontrar valores estéticos donde a simple vista pareciera que no los hay. Las críticas pueden ayudar, desde luego, pero éstas también parecen estar dirigidas a un público especializado, capaz de entender sin demasiado esfuerzo el lenguaje y los extendidos análisis de sus autores.
En el caso de la piedra de Holguín, el silencio de la crítica, hasta ahora, ha sido lapidario; aunque no parece probable que un artículo del más prestigioso crítico pueda modificar la pésima impresión que ha causado en la gente. El motivo primordial por el que esa “obra” invadió el espacio urbano de Holguín, así como otros despojos lo han hecho en la bella y limpia ciudad de Cienfuegos, es porque la Bienal de La Habana ha declinado, cualitativamente hablando, hasta convertirse en un depósito de chatarra que da la bienvenida a cualquier tareco validado como arte por las mismas instituciones que han desacreditado obras y proyectos mejor concebidos.
La 14 Bienal de La Habana, inaugurada en noviembre de 2021 con cambios en su organización debido a la pandemia, ha transcurrido en un silencio sin precedentes. Ni siquiera el gremio artístico se ha hecho eco de lo que acontece, tal vez porque la Bienal, como el polémico Festival de San Remo de La Habana o la zafra de los diez millones, es una cruzada propagandística impulsada por el régimen a golpe de voluntarismo y mal gusto, con un costo económico que Cuba, endeudada hasta el Pico Turquino, no se puede permitir.
La 14 edición del evento de artes plásticas más importante que se celebra en la Isla se ha visto acompañada de un boicot pacífico en el cual han tomado parte artistas, curadores y críticos de arte, en protesta por la represión a los manifestantes del 11 de julio y el hostigamiento contra el arte independiente. Importantes figuras se han desmarcado de la cita cultural que el régimen se ha empeñado en llevar adelante en un intento patético de demostrar que aquí no ha pasado nada, y que la Revolución continúa su marcha impertérrita hacia no se sabe dónde.
Pero sí pasó, y el mundo se enteró. La cantidad de invitados que han dicho “No” a la Bienal de La Habana ha obligado a los gendarmes de la cultura a trabajar con lo que hay, que en pocos casos coincide con lo que se quiere. El talento local no puede ser más decepcionante, y la mayor parte de las obras que hasta ahora se han exhibido en el espacio público parecen encargos para justificar la realización de un evento que ni siquiera interesa a los trabajadores de la cultura.
La Bienal de La Habana, pensada desde sus inicios como un punto de encuentro para las propuestas creativas del tercer mundo y una alternativa a los grandes circuitos internacionales del arte, se ha desviado de sus objetivos fundacionales para moverse entre intereses descaradamente comerciales y chapucerías imperdonables que sitúan al arte contemporáneo a nivel de basurero. En el caso de Cienfuegos, algunas instalaciones son efectivas para visibilizar problemas acuciantes como la contaminación ambiental, o modificar la interacción de los habitantes con el medio que los rodea. Otras, por el contrario, resultan triviales en exceso.
Seborucos, trastos colgantes, yerbajos, y mucha politiquería. Lo verdaderamente contradictorio es que las mismas autoridades e instituciones que pusieron en duda la calidad de Luis Manuel Otero Alcántara como artista, menospreciando sus obras y dando luz verde a las turbas del repudio para allanar su casa y destruir sus dibujos -entonces tildados de “garabatos”-, no tienen reparos en exhibir cualquier porquería en el marco de una bienal de artes visuales, hecho que por sí solo implica reconocimiento.
No sería extraño que de un momento a otro apareciera en la prensa estatal un artículo defendiendo el valor estético de la piedra-bellota y demás dislates, pues como dijera un respetado profesor de teoría de la cultura: “sobre esa mierda puede escribir cualquiera”.
Lo que sí asombra es la capacidad de negación de la dictadura cubana, dispuesta a sobrepasar todos los límites para aparentar normalidad. Pronto llegaremos a un punto en que cualquier proyecto cultural será insostenible. El éxodo ha alcanzado a artistas talentosos de todas las manifestaciones. Los creadores que aún están dispuestos a alinearse con el castrismo, o fingirse neutrales para no buscarse problemas, tienen poco o nada interesante que ofrecer, porque la técnica no lo es todo.
La 14 Bienal de La Habana ha servido para tomarle el pulso a un segmento de la producción artística que deja mucho que desear; pero sobre todo para comprobar que la sentencia pronunciada hace más de seis décadas mantiene una triste vigencia. Dentro de la Revolución, aunque sea un bodrio en la vía pública. Contra la Revolución: ultraje, cárcel y destierro.
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