El consumo de miel se incrementa cada año en los países desarrollados, pero la oferta aún resulta exigua. Se trata de un mercado creciente, en el que Cuba participa de forma activa, con 0,9 % de las exportaciones mundiales y un valor de exportación, en 2019, de alrededor de 16 millones de dólares.
La necesidad de generar más ingresos obliga a nuestro país a trazar estrategias para multiplicar esos resultados, una meta a la que debe tributarse con innovación constante.
Desde Guantánamo, el Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente da luces para transformar la realidad y aprovechar mejor el trabajo con las abejas como actividad económica, social y ambientalmente rentable. Esa es la esencia del proyecto Contribución a la sostenibilidad apícola de la provincia, que promueve el Centro de Desarrollo de la Montaña (CDM), con productores de los diez municipios.
A dos años del arranque de la iniciativa, llega la etapa de generalizar y consolidar algunos resultados, así lo informó a Granma, Rodolfo Rodríguez Ravelo, investigador principal del tema.
HECHOS, MÁS QUE PALABRAS
Guantánamo tiene un potencial apícola considerable, pues aunque no concentra la mayoría de los productores, tiene dos polos en San Antonio del Sur e Imías donde se obtiene miel ecológica, la de mayor valor monetario y con un sello distintivo nacional.
Los niveles productivos hoy rondan los 34 kilogramos (kg) de miel por colmena, pero pueden incrementarse hasta 50 kg y 60 kg; la clave está en aumentar la producción de abejas mediante el recambio de las reproductoras reinas mejoradas genéticamente. Por ese camino va la idea que defienden Rodolfo Rodríguez y su equipo.
«En el CDM, a finales de los 90 del siglo pasado, nos percatamos de que el desarrollo apícola dependía de las condiciones de las abejas reinas. Entre más jóvenes, mayor es el rendimiento. Guantánamo, con unas 14 000 colmenas, debía renovar por norma, anualmente, al menos el 10 % de sus reinas, pero no contábamos con un centro para su cría.
«Por entonces, se creó la primera instalación dedicada a esa labor, pero surgieron dos problemas objetivos: los campesinos no comprendían la necesidad del cambio, porque era más rentable seguir explotando las viejas colmenas sin afectar la comercialización, y por otro lado, quienes las adquirían apenas invertían en ello.
«El proyecto se trazó como meta concientizar a los productores de la importancia y rentabilidad de los cambios, a la vez que creó otros dos centros de cría de abejas reinas para suplir las demandas. Este mes iniciará el trabajo en El Salvador, donde se concentran 77 productores con rendimientos por encima de las cien toneladas de miel al año», explica Rodríguez Ravelo.
Se trata de una investigación multidisciplinaria, como deben ser todas las tareas que deseen trascender del papel al surco y a la sociedad. Imbrica, en ese sentido, a siete instituciones: Labiofam, la unidad empresarial de base (UEB) Apícola de la provincia, Flora y fauna, el Parque Alejandro de Humboldt, el hospital pediátrico, la UEB Silvícola de Caimanera, y la Empresa Agroforestal de Imías.
«En Caimanera, por ejemplo, el Gobierno muestra mucho interés en incentivar la apicultura, por el impacto ambiental que se logra al ubicar los panales en zonas de la bahía. Además, el mangle garantiza una miel de excelente calidad, el propóleo rojo y el polen».
Otro resultado de la vinculación ciencia y agricultura, de acuerdo con el entrevistado, ha sido la entrega de miel y propóleos al hospital pediátrico Pedro Agustín Pérez.
«Combinados de forma oral y tópica, sirven contra la dermatitis, las heridas quirúrgicas infectadas, la celulitis, la linfangitis, la forunculosis, la escabiosis infectada, las piodermitis, el síndrome nefrítico, el acné juvenil, la eritrodermia y el ántrax. Esto aumenta el valor agregado de la actividad en la cadena productiva local».
POR BUENA SENDA
Uno de los problemas fundamentales a nivel internacional es la pérdida de las colmenas, y la consiguiente reducción de la población de abejas. Rodolfo Rodríguez Ravelo destacó, entre los aportes de la iniciativa, la creación de diez nuevos apiarios, con los que la provincia tiene ya 550. «Cuatro de ellos los habilitamos en áreas protegidas, porque coadyuvan a la biodiversidad, favorecen la creación de miel ecológica y generan empleo para los residentes de esas zonas, ya que la apicultura permite el multioficio.
«Trabajamos a la par la reforestación con especies melíferas, algo que no es común, pero hay que sembrar plantas que aporten a las colmenas. En Maisí es costumbre cultivar el maracuyá, que sirve a la abeja y su fruto se usa para el consumo popular. Se disemina además el soplillo, el mangle en las zonas costeras, y en Hatibonico tenemos un vivero con dágame, que ayuda a obtener una miel cristalina de excelentes propiedades farmacológicas y aroma».