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Re-imaginar la nación cubana

Si realmente queremos acercarnos a las razones que condicionan la sobre-representación de la población afrocubana en los estándares de marginalización, desigualdad y pobreza vigentes en Cuba desde la última década del pasado siglo, debemos hurgar en las lógicas y dinámicas que estructuran los procesos históricos, sociales y económicos que tuvieron lugar  mucho tiempo antes de la crisis de los noventa y de las sucesivas reformas que a partir de entonces se han venido implementando por parte del Estado.

En este sentido, resulta plausible el consenso metodológico —bastante extendido entre los cientistas sociales cubanos que estudian las brechas de equidad racial y los procesos de reproducción racial de la pobreza— de superar una concepción biológica o economicista. Dicha perspectiva positivista especula la existencia de una predisposición genética en ciertos grupos sociales para la marginalidad, o para aquello que Oscar Lewis denominaba «cultura de la pobreza».

Es impostergable un enfoque más integral y dinámico del problema, como el realizado por María del Carmen Zabala, que tome en cuenta los complejos procesos económicos, políticos, históricos, culturales, sociales, de raza e identidad de género, que sirven de sustento y configuran «los fenómenos de pobreza y vulnerabilidad y a los procesos de descalificación y exclusión social, y asumirlo como situaciones de carencias acumulativas —de todo orden—las cuales se retroalimentan sincrónica y diacrónicamente».

Lo anterior resulta clave para la construcción de una ciudadanía y una democracia sustantivas capaces de identificar las desigualdades sociales y sus raíces, elaborar políticas públicas a favor de la equidad y ayudar en el proceso de empoderamiento de los sujetos y sectores subalternizados.

En el espacio físico donde desarrollamos la experiencia comunitaria Wenilere Cardenense, se erige un monumento que me hace meditar en el drama que supuso para negros y mulatos libres su empeño por adquirir un lugar social y económico respetable en la nación que se gestaba. El monumento en cuestión —hasta hace apenas unos días sumido en el abandono y el desconocimiento histórico de la ciudad—, fue erigido en recordación de los seis negros y mulatos libres o/y esclavos fusilados el 1ro de octubre de 1844, recordado como «el año del cuero» acusados de participar en la «conspiración de La Escalera».

La presunta conspiración —en la que fuera implicado como principal cabecilla el poeta mulato Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido—, era una estratagema de las autoridades coloniales destinada a destruir la emergente pequeña burguesía de negros y mulatos libres en Matanzas. Para ellas, esta clase de color, capaz de ser rica y civilizada, no solo podía abrigar una voluntad libertaria, sino también proyectos vengativos de aniquilación racial.

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Gabriel de la Concepción Valdés

Desde una década antes, en su ensayo Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba —considerado un clásico de la literatura social cubana—, José Antonio Saco mostraba alarma ante el desempeño que evidenciaban negros y mulatos libres en las artes y los oficios, esfera menospreciada por criollos y peninsulares. «Entre los enormes males que esta raza infeliz ha traído a nuestro suelo, uno de ellos es el de haber alejado de las artes a nuestra población blanca». (Saco, 2001, 296).

Las acuciosas investigaciones realizadas por Pedro Deschamps Chapeaux y Juan Pérez de la Riva —El negro en la economía habanera; Contribución a la historia de la gente sin historia. Cimarrones, propietarios y morenos libres; El negro en el periodismo cubano en el siglo XIX—, documentan la importancia alcanzada dentro de la economía habanera por numerosos negro/as y mulato/as libres, que durante este período crearon «una especie de aristocracia», rica, educada, culta.

Hablamos de miles según constatan los censos sobre oficios del período colonial. Muchos llegaron a ser dueños de importantes inmuebles —usados para el trabajo o como vivienda—, y a poseer esclavos, algo bastante común entre los bienes de capital. La paradoja que resulta de esta presunta movilidad socioeconómica de negro/as y mulato/as en una sociedad colonial y esclavista, pone de manifiesto la voluntad de resistencia del referido grupo social.

Los datos que acabo de ofrecer impugnan la representación del negro como sujeto vago, conformista y asociado a escenarios del hampa habanera. Tal representación fue construida por el imaginario colonialista y legitimada por el discurso historiográfico, a través de las pinturas de Landaluce y el teatro bufo, como intentos de invisibilizar el importante rol económico, social y emancipatorio desempeñado por negro/as y mulato/as en los procesos formativos de la nación cubana.

El imaginario popular cubano atesora, a manera de chistes, un grupo de expresiones que re-simbolizan estas prácticas de exclusión y subalternización racial. Ellos nos hablan de una fisura, un espacio de irresolución simbólica que dramatiza la voluntad de construir, dentro de la nación presente, un espacio de equidad racial.

Por ejemplo, cuando en el trabajo, en una reunión de amigos o en Facebook, a manera de broma, se le dice a una persona negra que el 10 de Octubre es su día porque «Carlos Manuel de Céspedes les dio la libertad». O cuando, en determinado contexto sociopolítico, se exige a los negros gratitud ya que: «La Revolución los hizo a ustedes personas».

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Los negros cubanos se visten para ir al baile – Víctor Patricio Landaluce

Expresiones como esas, no solo apuntalan un mensaje de inferioridad racial, sino que su propia enunciación deviene institucionalización verbal de esa subordinación, por ende, se convierten en ratificación y extensión de aquella «subordinación estructural». Tal es el juego performático del lenguaje, en lo que Butler llama «el discurso del odio».

Estas expresiones, en el orden simbólico del lenguaje, participan de los  procesos de configuración de sujetos racialmente vulnerabilizados; así como de asimetrías, relaciones de poder e inequidades entre grupos sociales. Al tiempo, reactualizan viejos discursos que llegan desde la colonia.

En los ejemplos expuestos asistimos a una re-semantización de la polémica entre Sanguily y Juan Gualberto Gómez. Cuando el primero le recuerda: «Olvidar lo que hicieron los blancos cubanos por los hombres de color, es una ingratitud manifiesta». Los argumentos de Sanguily tratan de despojar a los negros y mulatos de cualquier protagonismo en la fundación de la nación y de la patria misma. Y percibe su desempeño durante la Guerra del 68 como apéndice de la racionalidad e iniciativas emancipadoras de los patricios blancos.

Este posicionamiento de Sanguily se enmarca en una situación económica análoga a la de 1844 entre los negros y mulatos libres. Hacia 1883, a pesar de la represión desatada por los sucesos de La Escalera, treinta años antes, «esta masa silenciosa de los libres “de color” se mantuvo, se fortaleció, aspiró a cultivarse y a mejorar su nivel educacional y por lo tanto social y finalmente alcanzó su grado de organización que se manifestó en la creación del Directorio Central de las Sociedades de la Raza de Color».

Aproximadamente treinta años después, ya en la República, se repite el mismo ciclo. Si en 1899 el número de profesionales negros era apenas visible en el escenario nacional, esto cambiará totalmente. Para 1931 la cifra de abogados se había incrementado de uno en 1899 a 174. Este número incluía a tres mujeres. De 102 maestros, los afrocubanos ascendieron a 1375. También los médicos aumentaron de diez a 158, cinco de ellos mujeres; además de cuarenta y nueve dentistas y setenta y un farmacéuticos. El 4% de la población laboral afrodescendiente estaba vinculada a los servicios profesionales. En el año 1943, este número ascendió a 5.3%.

Aquí hay que añadir un dato significativo: el trauma social y político que representaron los dramáticos eventos de 1912 asociados al Partido Independientes de Color, donde resultaron masacrados más de 3000 negros y mulatos.

A pesar de ello, como apunta Alejandro de la Fuente en Una nación para todos. Raza, desigualdad y política en Cuba, le sobran razones a los intelectuales afrocubanos del período, como Gustavo Urrutia, para aseverar que los afrocubanos «contaban con los profesionales competentes en todas las disciplinas, que constituían “una amplia clase de nuestra sociedad”». Desde luego, este crecimiento de profesionales afrocubanos «se percibió como una amenaza a la capacidad de los blancos de controlar el acceso a los trabajos lucrativos».

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Miembros del Partido Independientes de Color.

Menciono estos hechos no por pura curiosidad histórica, sino para poner de manifiesto que a pesar del racismo estructural que atravesó tanto la sociedad colonial como la republicana, la lucha de negros y mulatos por el empoderamiento económico, social, político e intelectual no cesó. Esa voluntad recorre una zona importante de los escritos que conforman la tradición del pensamiento afrocubano —Juan Gualberto Gómez, Gustavo Urrutia, Alberto Arredondo, Cesar Pinto—, invisibilizado por la historiografía oficial y los discursos del nacionalismo cubano.

Desde luego que para los afrocubanos, como parte indisoluble de los pueblos de la diáspora africana en Latinoamérica y el Caribe, formados en medio de procesos marcados por la esclavitud transatlántica y el colonialismo; por la diasporización, las dislocaciones violentas de opresión y resistencia; el acto de reflexionar sobre los dispositivos históricos de desigualdad y exclusión que determinan y catalizan la reproducción racial de la pobreza no se reduce solo a la búsqueda de una justicia reparativa (afro-reparaciones) centrada únicamente en la redistribución equitativa de la riqueza y el poder, sino que demanda una mirada crítica ante esa violencia epistémica que nos configuró como otredades: (negro/a, indio/a, mujer, gay y lesbiana) cuyos cuerpos están necesitados de «corrección».

Debemos descolonizar la memoria, lo imaginario, la educación, la economía y la cultura. Es decir, re-imaginar la nación. Deconstruir el racismo epistemológico, la colonialidad del ser y el saber que todavía prevalece en las Ciencias Sociales latinoamericanas y caribeñas.

Lo que intento poner en solfa en este texto es la tesis que considera a la crisis de los noventa, la caída del campo socialista y las sucesivas reformas económicas implementadas desde el Estado, como los factores principales que condicionan la marginalización, la desigualdad y la reproducción racial de la pobreza.

Si bien ellos han actuado como catalizadores, al ensanchar las brechas de equidad racial, las verdaderas causas poseen raíces y tramas históricas más profundas que deben ser escrutadas en la persistencia del racismo estructural, epistémico y cotidiano que hemos padecido históricamente. Y en lo que la suspicacia teórica de Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira —en su estudio Contrapunteo cubano de la muerte y el color— denominara «significativa acumulación de desarticulaciones».

El texto de Albizu-Campos constituye una monografía sin precedentes en este campo de estudios por sus sorprendentes hallazgos respecto al rol desempeñado por el color de la piel como diferencial de la mortalidad: «[…] pareciera que el color de la piel (condición biológica individual), por lo que históricamente ha representado, da cuenta de una significativa acumulación de desarticulaciones y se erige como un marcador de riesgo en el que el hecho de no ser blanco impone una carga adicional de riesgo» (el énfasis es mío).

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Los negros curros, de Víctor Patricio Landaluze

Y tras un meticuloso análisis estadístico, como documentan las tablas donde se entrecruzan raza, género, lugar de residencia, se concluye que, a pesar de los logros del sistema de salud de la Revolución en materia de supervivencia los cuales no tienen comparación en Latinoamérica y el Caribe:

[…] la desventaja de la población no blanca aún persiste para el sector de salud, en particular, y para la sociedad cubana, en general, como una «asignatura pendiente» de esa política social, que al no haber reconocido diferenciación práctica entre los grupos raciales, tomando como una masa homogénea, de pobres y marginados a toda la población tradicionalmente preterida, fue a la búsqueda de la satisfacción de sus necesidades históricamente ignoradas sobre la base de una distribución igualitaria.

Sobre los riesgos que supuso para la política social cubana y su visión integradora y universalista, la negación de los afrocubanos como una identidad colectiva, argumenta la socióloga María Paula Espina en «El caso cubano En diálogo de contraste»:

[…] lógica de la política social típica de la transición socialista cubana, el tema de la equidad entre razas —que en Cuba tiene largas raíces históricas, entroncadas con la experiencia de la esclavitud africana en la etapa colonial— se manejó dentro de una variante de integración social general, con muy pocos instrumentos de políticas afirmativas, en el entendido de que si negros y mestizos formaban parte mayoritariamente de los sectores populares, las acciones de promoción de estos tendrían un efecto directo y equiparable al esperado sobre el resto de los grupos. Con ello se trataba también de no extender y reforzar, con instrumentos focalizadores particulares, la estigmatización vinculada al color de la piel, manteniendo como valor político supremo la unidad por sobre las diferencias.

Claro que en el caso de Cuba, hay que reconocer la complicidad de las instancias académicas con esas más de cuatro décadas en que el tema del racismo anti-negro fue silenciado y prevaleció su negación; o con el empleo de categorías y eufemismo como «racismo de baja intensidad». Es lo que el sociólogo Eduardo Bonilla Silva ha llamado «racismo ciego al color» o «racismo daltónico».

En la misma línea habría que preguntarse por qué la reticencia del discurso académico-institucional a aceptar la existencia en Cuba de un racismo estructural; a pesar de nuestra condición colonial, de las similitudes del contexto cubano con problemáticas que persisten en países como Colombia, Brasil, etc.; y de los inquietantes resultados de investigación arrojados por tesis de diploma, maestría y doctorado; estudios de casos, informes, artículos, libros y ensayos consagrados al análisis de la pobreza desde una perspectiva racial y desde sus cruces e intersecciones con otros ejes o categorías, como las de género, clase, lo urbano y lo rural, etc. y que han permitido no solo graficar y diagnosticar las situaciones de pobrezas en las ciudades, localizar sus causales y generar un sinnúmero de programas y políticas públicas, algunos de los cuales han ofrecido resultados positivos.  

En este punto concuerdo con el sociólogo puertorriqueño Agustín Laó-Montes, en Contrapunteos Diaspóricos: Cartografías Políticas de Nuestra Afroamérica, cuando a propósito del debate sobre las políticas de igualdad universal y las políticas de reconocimiento de la diferencia étnico-racial y cultural en el escenario demanda de los movimientos sociales en Latinoamérica y el Caribe; insiste en la necesidad de «combinar políticas universales de justicia y bienestar social como el derecho a un salario justo y a la educación pública, con políticas étnico-raciales como las Afro-reparaciones y Acciones Afirmativas».

Para Laó-Montes se trata de un «falso debate» ya que, por un lado, la equidad étnico-racial exige de políticas sociales y económicas a favor de la distribución justa y equitativa de bienes y recursos; mientras por otra parte, la realización de los ideales democráticos de igualdad y ciudadanía plena demandan «el reconocimiento, la valorización y el apoderamiento de las colectividades excluidas y discriminadas uno de cuyos recursos es la elaboración de políticas públicas dirigidas a corregir las desigualdades históricas provocadas por el racismo estructural». Son demandas o escenarios que se complementan.

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Compra de esclavos en La Habana, 1837 (Tomada de El País)

Como ven, esta cuestión no es privativa de Cuba, sino que afecta a todos los pueblos de la diáspora africana en el Caribe y Latinoamérica. Solo que, a diferencia de lo que ocurre en ellos, en el caso de Cuba se manifiesta un hecho sui generis: las políticas de beneficios, derechos y garantías destinadas a eliminar las históricas brechas de equidad, fueron promulgadas desde sus primeros años por la Revolución para todos los ciudadanos, independientemente de su color de piel.

¿Cómo explicar que treinta años después, con la llegada del Período Especial, las brechas de equidad y la reproducción de la pobreza asociada al color de la piel resurgieran con más fuerza? ¿Por qué la población negra está subrepresentada en las aulas de la educación superior y sobrerrepresentada en las prisiones y demás centros penitenciarios del país? 

Los procesos socioeconómicos posteriores al Período Especial provocaron una ruptura con la configuración socio-clasista de las décadas anteriores a los noventa. Como consecuencia de los mismos, uno de los rasgos fundamentales que, socio-estructuralmente, distingue a la sociedad cubana contemporánea es la diferenciación social y de las formas de propiedad.

Tal fenómeno se ha desarrollado de manera acelerada y propiciado grandes brechas de desigualdad socioeconómica, reflejadas en la emergencia de nuevos sujetos o/y actores sociales que el imaginario popular ha bautizado como: «los nuevos ricos», «los jineteros», «el luchador», «los deambulantes», «los buzos», «el pinguero», etc. Los mismos evidencian la segmentación de la sociedad cubana en clases y capas sociales; la aparición, por un lado, de élites y, por otro, de marginalizados, pobres y vulnerables.

Veamos algunos datos que grafican cómo en las cuatro últimas décadas los negro/as constituyen el segmento poblacional que ha enfrentado mayores barreras para lograr una movilidad social ascendente. Una sistematización de estudios sobre desigualdad, equidad y política social realizada entre el año 2000 y 2010 por investigadores del CIPS, identifica, entre otros, los siguientes problemas como expresión de la persistencia de brechas de equidad racializadas:

– Aumento de la proporción de dirigentes blancos en la medida que se asciende en la jerarquía de dirección.  

– Sobrerrepresentación de negros y mestizos en la franja de pobreza.

– Subrepresentación de negros y mestizos en la culminación de estudios superiores.

– Reproducción de prejuicios raciales.   

– Enseñanza de la Historia sin suficiente presencia de los aportes de las personas negras a la identidad nacional.

– El reflejo de la sociedad en los medios de difusión masiva no se ajusta a la composición por color de la piel, cuantitativa y cualitativa, de la población cubana.

– Por otra parte, las estadísticas advierten una sobrerrepresentación de personas no blancas entre las familias de menores ingresos, y dentro de los segmentos de la estructura laboral menos ventajosos.

– La población afrodescendiente es la que recibe menos remesas del exterior. Recordemos que el exilio cubano históricamente ha sido predominantemente blanco. En consecuencia, sus estrategias de sobrevivencia dependen del esfuerzo personal y se realizan con recursos precarios.

– A ello sumémosle el tópico de los activos: la carencia de bienes patrimoniales de origen familiar (autos, casas y otros bienes) que se puedan heredar de una generación a otra.

– Esto se refleja en la sobrerrepresentación de la población negra y mulata entre las familias que viven en barrios marginales, fundamentalmente solares y ciudadelas. Mientras, existe una mayor presencia de personas no negras en barrios residenciales y viviendas con mejores condiciones habitacionales.

– También en las asociaciones mixtas y firmas extranjeras, las personas blancas están sobrerrepresentadas.

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(Foto: El Nuevo Herald)

Datos aportados por CEPDE-ONEI durante el 2016, señalan que en los negocios privados la proporción de personas blancas empleadas es la más alta (8,4%), y la más baja la de negros (6,4%). También revelan que las personas blancas están sobrerrepresentados en este sector (68,1%), mientras los negros y mestizos están subrepresentados (9,0% y 22,9%, respectivamente)

Las cifras anteriores hablan de relaciones y dinámicas raciales asimétricas dentro del sector del sector «emergente» de la economía cubana. Donde las personas blancas están colocadas en situación de propietarios de negocios y empleadores, mientras los afrodescendientes se hallan en condiciones de fuerza de trabajo a contratar, casi siempre en empleos pocos remunerados. Por otra parte, estas asimetrías han propiciado la proliferación de actos de discriminación y exclusión racial dentro de ese sector, que han sido denunciados en las redes sociales.

En respuesta a este panorama un segmento bastante influyente del movimiento afrocubano, como parte de la sociedad civil cubana, desde hace algunos años comenzó a gestar sus propias estrategias de empoderamiento económico para la población negra y mestiza cubana. Algunos, como el caso de la experiencia comunitaria Wenilere Cardenense, una voluntad marcadamente identitaria y económicamente reivindicativa, promueve estrategias de impulso a emprendimientos de desarrollo local, redes de empoderamiento familiar, capacitación comunitaria y la autogestión como punto de partida para el   mejoramiento de la calidad de vida de la personas afro-descendientes.

Proyectos como Beyond Roots, Lo llevamos rizo, Turbam Queen, Bárbar’A Power, la Red de Afroemprendimientos del CCRD de Cárdenas —una articulación encargada de abrir espacios formativos, compartir saberes y propiciar la cooperación y el desarrollo entre afro-emprendedores—, la marca de cosmético Qué negra, el salón de belleza Afrotalla, en Cárdenas así lo corroboran.

Aunque la principal dificultad para llevar adelante estas y otras acciones destinadas al empoderamiento económico de las personas negras y mestizas, muchas de las cuales viven en situaciones de vulnerabilidad, marginalidad y pobreza; sigue estando en el financiamiento: en la carencia fondos y patrocinios cuya ruta también participa de estas asimetrías y desigualdades raciales.

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