¿Puede existir verdadero amor sin respeto a los derechos de las personas que decimos amar? ¿Hemos comprendido realmente el alcance del texto constitucional que mayoritariamente aprobamos en materia de igualdad, no discriminación y dignidad humana? ¿Qué impacto tiene en materia familiar?
Hemos expresado frecuentemente, al decir del profesor Leonardo Pérez Gallardo, que el Código de las Familias es un código de oportunidades y alternativas, de sumas y multiplicaciones, que:
- Reconoce y garantiza derechos a quienes no los tenían, pero de ninguna manera afecta o limita los ya reconocidos para otros.
- No establece moldes, ni obliga a escoger un modelo familiar que no sea el deseado por cada persona.
- Es amplio e integral, desarrolla muchas instituciones familiares con multiplicidad de figuras que en algún momento del ciclo de la vida va a necesitar, por lo que, si algo no le gusta o no lo comparte, debe mirar al resto por su propio beneficio.
- Es reflejo de la realidad familiar cubana en toda su expresión.
Sin embargo, muchas personas que no comparten aspectos incorporados al proyecto, comúnmente expresan: «yo no discrimino a nadie, pero…», y consideran que debe impedirse el acceso, a ciertas instituciones, a personas, por su condición humana», fundamentándolo en el daño que puede producir a la sociedad, o argumentando que la sociedad no está preparada para ello.
Vayamos al caso concreto: rechazar el derecho de las personas homosexuales al matrimonio y a la adopción, debido a su orientación sexual (es decir una orientación del deseo erótico-afectivo) hacia personas de su propio sexo.
Se comprende que a muchos no les guste esta opción para la familia que quieran crear, es legítimo; pero, ojo, cuando lo que se rechaza es que se les reconozcan derechos, que estos sean protegidos y garantizados, entonces lo que se está haciendo es discriminar. No nos engañemos, es discriminatorio pensar que, aunque en abstracto todos somos iguales, en concreto, en la práctica, unos debemos ser más iguales que otros.
En este punto debemos retomar el texto de la Constitución que el 86 % de este pueblo aprobó y que expresa que no es admisible que alguna persona sea discriminada por condición humana alguna o circunstancia personal, porque es lesivo a la dignidad humana.
Qué es la dignidad humana si no que cada persona tenga libertad para escoger el proyecto de vida que desee, que sean reconocidos y garantizados sus derechos y, además, que sea respetada.
Digamos que se prohíbe el matrimonio interracial, que una persona en situación de discapacidad, o las personas religiosas no pueden adoptar, solo por el hecho de serlo. Es absurdo, ¿verdad?
- ¿Es dañino para un niño criarse en una familia homoafectiva amorosa y protectora, o lo es vivir en una familia heterosexual violenta? De esto último tenemos bastante.
- ¿Es preferible que un infante viva en un centro para niños sin amparo filial, por la irresponsabilidad de sus padres, o que sea adoptado por una pareja homosexual que le brinde afecto y educación en el seno de una familia? (Aclaración: el Código de Familia vigente admite que una persona homosexual adopte, lo que no puede hacerlo en pareja, novedad que incorpora el proyecto actual).
Y es que ni la orientación sexual, ni el color de la piel, ni tener una creencia religiosa, ni el origen territorial, ni cualquier otra condición nos hace mejores o peores personas; no es lo que nos da valores, principios, ni condiciona la actitud ni la responsabilidad ante la vida, la familia y la sociedad.
Por último, algunas personas consideran que incorporar estos derechos al proyecto de Código de las Familias no es obra de la Revolución, sino únicamente de las luchas de los movimientos
lgbtiq por sus derechos. Pienso que son ambas cosas, que en la realidad cubana se articulan con las contradicciones y obstáculos propios de toda obra humana colectiva.
De igual forma han sido y son las luchas por los derechos de las mujeres y de las personas negras y mestizas. No se hubiera avanzado tanto ni tan profundo si no hubiera sido por la Revolución.
Sin embargo, por más que las mujeres estén integradas socialmente, continúan siendo las de mayor sobrecarga en el trabajo doméstico y de cuidado, y las principales víctimas de la violencia de género. Por más que se ha luchado contra la discriminación racial, todavía escuchamos frases como «tenía que ser negro», los de color son menos en puestos decisorios, y viven en condiciones de marginalidad en mayor proporción que las personas blancas.
La voluntad política para eliminar todas esas discriminaciones latentes en nuestra subjetividad, que tienen siglos de existencia, que no se pueden eliminar por decreto y que repercuten en lo cotidiano, es indiscutible y facilita avanzar.
La obra humanista, de justicia social y, por tanto, antidiscriminatoria de la Revolución Cubana está más que demostrada y constituye un inmenso acto de amor. Ha vencido, se ha sobrepuesto y todavía lucha contra errores que no se pueden analizar de manera aislada, porque somos parte de un mundo que ha sido y es discriminatorio.
Reflexionemos sobre nuestra cultura jurídica, pongámonos en función de ella y empecemos en este mes del amor.